En realidad, este objeto cósmico no es nada más que los restos de una galaxia, devorada por otra, de mayor tamaño. Ambas galaxias son parte de un cúmulo que se ubica a más de 2.000 millones de años luz de la Tierra.
El encuentro entre ellas ocurrió hace millones de años y despojó a la galaxia pequeña de casi todas sus estrellas y gas. Lo que queda por el momento es el agujero negro y un minúsculo remanente galáctico de tan solo unos 3.000 años luz de diámetro. Aunque parece mucho, no lo es —en comparación, nuestra Vía Láctea es de aproximadamente 100.000 años luz de ancho—.
Los agujeros negros supermasivos son millones o miles de millones de veces más grandes que el Sol y suelen residir en el centro de las galaxias. Según creen los científicos, las galaxias mayores crecen devorando a las más pequeñas, lo que provoca que los agujeros negros de ambas comiencen a orbitar entre sí hasta fusionarse.
"Buscábamos pares de agujeros negros supermasivos orbitales, con desplazamiento del centro de una galaxia, como evidencia inequívoca de una fusión de galaxias", destacó James Condon, del Observatorio Nacional de Radioastronomía de EEUU.
No obstante, confesó el experto, lo que encontraron los investigadores fue "este agujero negro huyendo de la galaxia más grande y dejando un rastro de escombros detrás de él".