El papa Francisco ya hizo mucho en el histórico restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Pero esta vez la tarea es extraordinariamente más compleja y dura, pues los actores son del mismo país y la desconfianza es absoluta. En otras palabras, todo está por hacer. Pero el inicio de un 'diálogo nacional', anunciado en Caracas el pasado 24 de octubre por el representante personal del papa y nuncio apostólico en Buenos Aires, Emil Paul Tscherrig, no gustó demasiado a destacados sectores de las dos partes enfrentadas.
Del lado opositor, el gobernador del estado de Miranda y excandidato presidencial, Henrique Capriles, dijo que se había enterado de la noticia por la televisión. Se mostró indignado y escéptico. El líder opositor aceptó el llamamiento del Sumo Pontífice porque, dijo, se siente moralmente obligado a ello, pero advirtió de que enfrente tienen "al diablo". "Sorprende la buena fe" del enviado del papa Francisco, añadió. Finalmente admitió: "Creemos en el Vaticano y en el papa y estamos seguros de que la Iglesia va a tener una posición firme".
Lo más significativo es que a la reunión con el nuncio vaticano, los representantes del oficialismo y los mediadores hispanoamericanos acudió el secretario ejecutivo de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), el periodista Jesús 'Chúo' Torrealba, comisionado por la plataforma que reúne a varias organizaciones políticas antichavistas. Torrealba, quien (aparentemente) no tiene aspiraciones presidenciales, pidió "extrema responsabilidad" a sus socios de coalición, un mensaje probablemente destinado al gobernador Capriles.
Resulta esencial que sea el Vaticano y no la iglesia local la que intervenga en este contencioso, porque para el Gobierno de Caracas la actitud de la Conferencia Episcopal Venezolana es antichavista y no la aceptaba como interlocutora neutral. Maduro es profundamente cristiano y aplaudió la llegada del cardenal Jorge Mario Bergoglio a Roma como un giro a la izquierda en la posición universal de la Iglesia Católica.
El quid de la cuestión pasa por la convocatoria de un referéndum revocatorio al presidente de la nación. El Ejecutivo no quiere que se celebre antes del 10 de enero porque, por plazos constitucionales (artículo 233), si ganara la oposición, Maduro tendría que abandonar la Jefatura del Estado y habría que llamar a nuevas elecciones presidenciales. Pero si la consulta se organizara en 2017 y triunfaran las tesis de Capriles y compañía, entonces Maduro pasaría el bastón de mando a uno de sus vicepresidentes, quien se mantendría en el cargo hasta el fin del mandato, fijado en 2019.
Hay que frenar la espiral de ataques y contraataques. Hay que restaurar la confianza perdida, la misión más difícil de resolver después de la decisión del Consejo Nacional Electoral (CNE) venezolano que suspendió el proceso de recogida de firmas necesario para llevar a cabo el revocatorio, alegando fraudes e irregularidades.
Tampoco ha ayudado en nada a calmar los ánimos el reciente intento de asalto al Parlamento por un grupo de partidarios de Maduro.
Nadie en su sano juicio quiere que se repitan los sangrientos sucesos ocurridos en Caracas el 11 de abril de 2002, que desembocaron en el golpe de Estado contra Chávez.
Este es el convulso ambiente que se le presenta al Vaticano: un país partido en dos. Su representante tendrá que emplearse a fondo, con mucha discreción y mano izquierda para atravesar un camino lleno de espinas.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK