Guanajuato: capital cervantina de América (II)

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El 6 de marzo de 2005, en acto protocolar celebrado en el centenario Teatro Juárez, la ciudad de Guanajuato recibió la distinción de Capital Cervantina de América.

En el evento no sólo se le dio certidumbre pública a una vocación ya adulta; fue, sobre todo, un acto de merecida gratitud a la tenacidad de dos nombres fundamentales tras ese título otorgado por el Centro Unesco Castilla-La Mancha: el mexicano Enrique Ruelas y el español Eulalio Ferrer.

Si al maestro Enrique Ruelas, como escribimos hace un año en estas mismas páginas, le adeuda Guanajuato el haberse convertido en la única ciudad del mundo donde los entremeses cervantinos se han representado por más de 60 años, a don Eulalio Ferrer le debe el haber trocado al manchego Alonso Quijano en una alegoría de la ciudad tan entrañable como las ranas y los cerros de su nombre indígena: Quanaxhuato (lugar montuoso de ranas).

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Esa vocación dual de Guanajuato, cervantina y quijotesca, que en el fondo es una sola, se revela en un detalle insoslayable hasta para el turista más desprevenido: la profusa iconografía del Quijote. La imagen del Caballero de la Triste Figura es motivo recurrente tanto en los recuerdos de compromiso que el visitante se lleva de regreso a casa (tazas, playeras, estampas) como en las esculturas de todo tipo desperdigadas por la geografía citadina. Tanto abunda su presencia, que algunos avispados guías de turismo no se tientan el corazón para afirmar sin que les tiemble la voz que las cenizas del Quijote están resguardadas en Guanajuato, embuste en el que sin ellos saberlo subyace una certeza literaria ya señalada por el escritor argentino Jorge Luis Borges: "Quijote y Sancho son más reales que el soldado español que los inventó".

Tras ese delirio cervantino y quijotesco que identifica a Guanajuato estuvo un hombre nacido en Santander, España, el 26 de febrero de 1921: Eulalio Ferrer Rodríguez, a quien la desventura del exilio trajo a México luego de su paso por el campo de refugiados de Argelès-sur-Mer, en Francia, adonde llegó junto a otros cientos de miles de perseguidos que huyeron de España al finalizar la Guerra Civil. Apenas si tenía 19 años, pero una edición de 1912 de 'El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha' —que obtuvo en el campo a cambio de unas cajetillas de cigarros y que leería "con una obsesión casi religiosa", según expresara alguna vez— definiría el rumbo de su vida.

De esa obsesión nacería su entusiasmo por Cervantes, ese antiguo soldado español que perdió la mano izquierda en la batalla de Lepanto; de allí también su vehemencia por difundir la obra de quien, como él, "aprendió a tener paciencia en las adversidades" (la definición es del propio novelista). Porque más que Sancho o Quijote, Eulalio Ferrer fue Cervantes, alguien que desde el fracaso se alzó a la gloria y dejó tras sí memoria imborrable de su paso por este mundo.

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Así lo atestiguan la Fundación Cervantina de México, creada en 1985 por Ferrer, la cual presidió hasta su muerte en el año 2009; el Museo Iconográfico del Quijote (MIQ), que abrió sus puertas en noviembre de 1987 en la ciudad de Guanajuato, y los 'Coloquios Cervantinos', cuya primera edición coincidió con la apertura del MIQ y desde entonces, año tras año, convoca en la capital guanajuatense a los más notables cervantistas, y da cabal cumplimiento además a otro de los anhelos de quien fuera también un notable publicista: difundir por el mundo "la lengua de Cervantes", anhelo totalizante que guarda pareja vocación quijotesca con el afán de Enrique Ruelas de hacer "un teatro de calidad que estuviera al alcance de todos", de donde nacerían en 1953 su visión (y versión) callejera de los entremeses escritos por el autor del Quijote, y muchos años después el Festival Internacional Cervantino, cuya edición 44 inició el domingo 2 de octubre con España como país invitado y "Cervantes 400, de la locura al idealismo" como eje temático.

Por ello aquel 6 de marzo de 2005, en su discurso de reconocimiento de Guanajuato como 'Capital Cervantina de América", Fernando Redondo Benito, presidente del Centro Unesco Castilla-La Mancha, a la par de enaltecerla como "la única ciudad del mundo donde un grupo de teatro universitario ha representado por más de 50 años una obra de Don Miguel de Cervantes Saavedra", hubo de ponderar también que es la única que "tiene un museo dedicado íntegramente al Quijote y [un] Coloquio Cervantino donde se analiza la vida y obra de Miguel de Cervantes Saavedra", empeños nacidos de los afanes respectivos de un mexicano y de un español que fueron a la vez Quijote y Sancho de sus obsesiones: por la desmesura de sus delirios, por la lucidez de sus confirmaciones.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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