Las razones de su muerte son, para nosotros, en la distancia, más que evidentes. Después de una infancia en la Rusia zarista, Tsvetáieva se vio obligada a experimentar, en carne propia, la revolución y el nuevo régimen bolchevique. En 1919 decidió entregar a sus dos hijas, Ariadna e Irina, a un albergue, pensando que allí las alimentarían mejor que en su propia casa, donde las migajas no alcanzaban para todos. En menos de un mes, las dos pequeñas estuvieron al borde de la muerte. La poetisa logró rescatar a Ariadna, pero, al llegar al albergue, Irina ya se encontraba en manos de la muerte. No llegó a cumplir los tres años.
"Nadie puede imaginar la pobreza en que vivimos. Los únicos ingresos los tenemos gracias a lo que escribo. Mi esposo está enfermo y no puede trabajar. Mi hija gana algunos céntimos bordando sombreritos. Tengo un hijo [Mur], tiene ocho años. Vivimos los cuatro con ese dinero. En otras palabras, morimos lentamente de hambre", escribía, con rabia y dolor Tsvetáieva en 1933.
La familia vive por algún tiempo en tranquilidad, en Bólshevo, una pequeña ciudad a las afueras de Moscú. Sin embargo, el 27 de agosto de ese año, Ariadna es arrestada y condenada por espionaje a ocho años de trabajos forzados. Se enteraría de la muerte de sus padres cuando sus cuerpos ya estaban cubiertos por la tierra. El 16 de octubre de 1939, el esposo de Marina es arrestado.
Por dos años, Tsvetáieva no sabe si su hija y su esposo están vivos o muertos. En un desesperado intento de salvarlos, intenta escribir a Stalin, sin recibir respuesta. Es entonces, después de tantos años de prolífica escritura, cuando Marina comienza a rendirse, deja de crear poemas y se dedica a las traducciones. Traduce a Federico García Lorca, pero su trabajo se ve interrumpido por el inicio de la guerra. Así empieza su camino hacia la muerte…
¡Que sean héroes los enemigos!
¡Acabe en guerra el convite!
Que solo quedemos dos:
¡El mundo y yo!
(trad. Severo Sarduy)
El 31 de agosto de 1941, Marina Tsvetáieva usa sus últimas fuerzas para colgarse y abandonar un mundo que ya la había abandonado a ella.
"¡Mur! Perdóname, pero seguir hubiera sido peor. Estoy muy enferma, ya no soy yo. Te amo con fervor. Entiende que yo no podía vivir más. Dile a tu padre y a Ariadna, si los ves, que os amé hasta el último minuto y explícales que llegué a un camino sin salida", fueron las palabras que dejó Marina a su hijo.
También me da tristeza que esta tarde
tras el sol haya ido tanto tiempo
y he ido a tu encuentro,
dentro de un siglo.
(trad. Carlos Álvarez)
Ya han pasado casi cien años desde que Marina escribiera estos versos —y 75 desde su dolorosa muerte— y el pueblo ruso todavía la recuerda con fervor. Su voz, su alma y su poesía están hoy en día más presentes que nunca. Sus poemas son cantados y leídos por los jóvenes. Su retrato es reconocido por todos y su lugar como la gran poetisa rusa, junto a Anna Ajmátova, es indiscutible.