En los últimos años, la actividad de estos grupos se fue modificando. "Se va consolidando un perfil de mano de obra del narcotráfico. Las maras no son dueñas de los carteles o de la producción, pero pueden asegurar el tránsito. En los últimos años se han ido consolidando en la región y hacia el sur como mano de obra de los narcos. Actúan como custodios del tránsito de la droga, aseguran determinados territorios, liquidan contrincantes o fuerzas de seguridad. Las maras se consolidaron en ese aspecto. Tradicionalmente las maras utilizaban armas blancas, o de riña callejera. Su profesionalización actual tiene que ver con su vínculo con los narcos. Fueron entrenándolos en el manejo de otro tipo de armas. A través de ellos accedieron a armas con otro poder de fuego", aseguró Cánepa, quien hace unos años estuvo en El Salvador cubriendo el tema.
Hoy en día las maras más grandes son la 13 o 'Salvatrucha', y la mara 18. Los nombres hacen referencia a las calles donde se formaron en Los Ángeles. Estas pandillas son más que bandas delictivas, son grupos de pertenencia. "Para un marero no hay nada más importante que un integrante de su mara. Los de otros clanes son su peor enemigo, incluso más que la policía o el Estado. Buscan identificarse mediante tatuajes y señas con las manos que identifican a su mara. Estos tatuajes hablan del historial del marero en cuestión. Por ejemplo, algunos tienen tatuadas lágrimas en su ojo derecho o izquierdo. Si está del lado derecho indica una muerte causada por él. Si está en el lado izquierdo indica una muerte de alguien querido. Cuanto más cerca del lagrimal esté esa lagrima, más importante es esa muerte", dijo Cánepa.
Una vez se forma parte de estos grupos, intentar salir puede resultar difícil o incluso imposible. "Cuando se entra a una mara es de por vida. Hay dos formas de irse, muerto o por una conversión religiosa. Si eso ocurre, la pandilla lo respeta. Para un marero salirse de la mara es algo muy difícil", concluyó el experto.