Esta forma de actuar, dice el autor del artículo publicado en la revista Le Taurillon, es totalmente absurda. Son patrones de pensamiento heredados de los tiempos de la Guerra Fría y el problema proviene de la completa y total incomprensión de la Rusia moderna por parte de Occidente, de cuáles son sus intereses e inquietudes.
El fin de la Guerra Fría fue celebrado por Occidente como una victoria, e incluso como "el fin de la historia", ya que se consideró que desde aquel momento no se producirían más conflictos y se establecería un nuevo orden único y global.
Desde el punto de vista ruso actual, las cosas se ven bastante diferentes. La Guerra Fría, por ejemplo, no terminó en un conflicto termonuclear gracias a las iniciativas de Mijaíl Gorbachov y de la misma URSS.
Bajo la palabra de los entonces líderes occidentales, el expresidente soviético dio la orden unilateral de retirar las fuerzas soviéticas de Europa del Este y promovió, a pesar de la oposición de Francia e Inglaterra, la reunificación de Alemania.
Occidente, por su parte, se comprometió a no ocupar los espacios liberados y a establecer una zona de seguridad conjunta y equitativa a lo largo del continente. Además, el futuro de las relaciones estaría basado en el respeto mutuo y el derecho internacional. Pero la iniciativa de Moscú de formar un espacio de colaboración conjunta, "desde Lisboa hasta Vladivostok", fue rápidamente olvidada.
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El entusiasmo ruso se apagó cuando las fuerzas de la OTAN se vieron involucradas en los conflictos de Irak y Yugoslavia, a pesar de no contar con el mandato del Consejo de Seguridad de la ONU. Mientras más se expandía hacia el este la OTAN, —organización históricamente antirrusa—, más contundentes se hacían también las declaraciones de los políticos.
La salida unilateral de EEUU del Tratado sobre misiles antibalísticos y la puesta en marcha del programa de escudos antimisiles cerca de las fronteras rusas son gestos que hoy día siguen inquietando a las autoridades del país eslavo. A esto se le suman toda una serie de denominadas 'revoluciones de colores' en los países vecinos que, según Moscú, no son más que golpes provocados por abruptas intervenciones de Occidente que tienen como meta llevar al poder de esos países a fuerzas antirrusas.
Si bien Rusia se ha visto obligada a "llegar demasiado lejos y cambiar las fronteras", también hay que tener en cuenta que los países occidentales no están absueltos del mismo mal, algo que quedó demostrado en Yugoslavia y Serbia, así como en el caso de Kosovo, recuerda el autor.
La actual escalada verbal y las sanciones mutuas no llevarán a ninguna parte.
"Criticando a Moscú y negándole su lugar, Occidente le niega también su identidad propia", dice el autor.
Rusia, a pesar de ser única, sigue siendo parte de Europa, y aunque sus valores son diferentes, no necesariamente son peores que los europeos, señala la nota.
En el texto también se insta a las autoridades a sentarse a la mesa y llegar a "un nuevo acuerdo de Yalta entre Europa y Rusia", haciendo referencia al histórico acuerdo de la ciudad de Yalta, en Crimea, que permitió a los países europeos convivir en un periodo de relativa tranquilidad tras las devastadoras guerras que azotaron Europa durante la primera mitad del siglo XX.
Según el autor del artículo, Bruselas no podrá resolver los problemas reales a los que se enfrenta en la actualidad, —el terrorismo, los problemas medioambientales, los conflictos en Oriente Próximo y el tráfico de drogas— sin la participación de Moscú.
Para ello, dice, "es necesario dejar de cerrarse y demonizar al país y dar pasos de acercamiento y mutuo entendimiento".
Para romper el abismo de malos entendidos en el futuro, se debería elevar el nivel de intercambios entre las sociedades civiles y acabar con la costumbre de pintar como el 'malo de la película' a cualquier líder del país.
Solo entonces, Rusia podrá recuperar la confianza en Europa y sus valores.