El caso Stepinac, cuya adscripción voluntaria al régimen fascista ha sido probada por historiadores independientes, es uno de los últimos casos del revisionismo histórico que se manifiesta en Europa. Es también el último episodio que ha servido para tensar las relaciones entre Croacia y Serbia, tras unos meses de relativa distensión.
El papel de Stepinac durante el período 1941-45 sirvió de justificación religioso-ideológica al régimen fascista de Pavelic, que pasará a la historia, entre otras hazañas, por haber asesinado a decenas de miles —o centenas de miles, según las fuentes— de serbios, judíos, gitanos, homosexuales y comunistas en el campo de exterminio de Jesenovac, el llamado 'Auschwitz croata'.
La rehabilitación de Stepinac ya había dado un paso significativo gracias al papa Juan Pablo II, que en 1999 beatificó al primado croata. Para el Vaticano de la época, era un acto de continuidad a su histórica política procroata que, unida a la de Alemania y Estados Unidos, ayudó a la antigua república yugoslava a obtener la independencia. El papa Francisco ha calmado, de momento, las ansias de canonización para Stepinac, creando una comisión para el estudio del caso.
"Mi mujer no es serbia ni judía"
El revisionismo es también un pilar de la política actual en la Croacia del siglo XXI. El Gobierno está formado por el partido de Tudjman, la Unión Democrática Croata —HDZ por sus siglas en croata— y la formación centrista y católica Most, y ha regido los destinos del país durante solo siete meses, desde las elecciones de noviembre de 2015, hasta junio de este año.
La coalición gobernante ya ha caído gracias a una moción de confianza originada a raíz de un escándalo de corrupción interna y será reemplazada, quizá, por otro gabinete de la oposición socialdemócrata en las elecciones fijadas para el próximo 11 de septiembre.
Pero en sus escasos meses de vida, el Gobierno del tecnócrata Tihomier Oreskovic se distinguió por insistir sobre la reescritura de la historia. Su ministro de Cultura, Zlatko Hasanbegovic, tenía la fama de haber sido uno de los impulsores de la rehabilitación de los ustachas. Cuando le llegó la oportunidad de aplicar sus teorías, no se dejó intimidar por las críticas y fue recibido en el Sabor —el Parlamento croata— con gritos de "¡Goebbels!, ¡Goebbels!".
Para acabar con lo que consideraba el control de la izquierda en los medios de comunicación del Estado, Hasambegovic inició una gran purga.
Su colega encargado del ministerio de Antiguos Combatientes, Mijo Crnoja, tuvo la original idea de crear un "fichero de traidores". Algunos opositores se burlaban de esta idea saliendo a la calle con pancartas en las que se autoacusaban de "ver películas serbias sin subtítulos".
En dos meses, los votantes croatas pueden elegir entre continuar por esta senda o buscar un cambio de rumbo. Quienes no tienen tan cerca la posibilidad de cambiar de gobierno son los ciudadanos de Polonia, otro de los países europeos que ha hecho de la apropiación partidista de la memoria la base de su política.
Polonia: "Soldados malditos", pogromos y complot ruso
A través del Instituto de la Memoria Nacional —IPN, por sus siglas en la lengua del país—, Kaczynski y el Gobierno que dirige sin cargo orgánico alguno, han decidido también borrar la imagen antisemita de su país. De este modo, el conocido historiador Jan Gross hace frente a una querella por "difamación a la nación polaca" y puede perder la medalla al Orden del Mérito que se le concedió en 1996. ¿Su delito? Haber escrito en 2001 un libro, titulado "Los vecinos", donde se relata la participación de los habitantes del pueblo polaco de Jedwabne en la matanza en la que murieron abrasados en una granja más de trescientos vecinos de la localidad —pertenecientes a la comunidad judía— el 10 de julio de 1941. Las cifras han sido rebajadas con el tiempo, pero en el monolito que figura en el lugar sigue escrita la cifra de 1.600 víctimas.
Quince años más tarde, el presidente del IPN, el historiador Jaroslaw Szarek, vuelve a reescribir los hechos: "Los ejecutores de la matanza fueron alemanes que obligaron a un grupo de polacos a participar en este episodio de terror".
La ministra polaca de Cultura, Anna Zalewska, tiene también la osadía de poner en duda otro pogromo incalificable, el de la ciudad de Kielce. El 4 de julio de 1946, un año después de la derrota nazi, 42 ciudadanos judíos, supervivientes del holocausto que volvieron a sus hogares en esa ciudad, fueron masacrados por sus vecinos. Nueve de las decenas de polacos que participaron en el martirio —incluidos policías locales— fueron condenados a muerte. Una placa conmemorativa en el edificio donde comenzó la matanza lleva la firma del exmandatario, Lech Walessa.
El Gobierno de la primera ministra Beata Szylo rehabilita también a los llamados "soldados malditos", polacos que lucharon contra Hitler y, más tarde, contra el Ejército soviético. Los historiadores recuerdan también que algunos miembros de esos batallones acabaron con la vida de judíos, bielorrusos, rusos no combatientes y liberales, es decir, todos los que no eran polacos o católicos en esa zona del este del país.
También en el mes de julio, los diputados polacos votaron una resolución en la que se calificaba de "genocidio" los crímenes cometidos por las milicias nacionalistas del ejército Insurreccional Ucraniano —UPA, por sus siglas en ucraniano—, contra civiles polacos durante la Segunda Guerra Mundial. La llamada matanza de Volhynie se cobró la vida de más de 60.000 polacos mientras que el Gobierno de Kiev, a su vez, enaltece la acción de la UPA en su lucha por la independencia del país.
La Europa poscomunista reescribe su historia. Croacia y Polonia son solo dos ejemplos de actualidad, pero no son los únicos. Es un empeño tan pernicioso como los fantasmas del pasado que pretenden exorcizar. En el caso de la exrepública yugoslava, las elecciones pueden detener el proceso. En Polonia, la resistencia cívica se organiza en las calles, ante la mayoría absoluta del PiS en el Parlamento que, además, cuenta con el apoyo incondicional de la jerarquía católica en su nueva "política histórica".
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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