Watkins, originario de Dungannon, en Irlanda del Norte, recuerda que, a pesar del intenso frío que hacía cuando llegó a Rusia, la bienvenida que le dieron los rusos fue cálida.
"Ha sido una experiencia fantástica. Espero tener la oportunidad de quedarme aquí tanto tiempo como pueda", ha afirmado.
Sin embargo, confiesa que el mayor problema para él es encontrar tiempo libre para aprender el idioma, el cual —por su complejidad fonética— le parece "un desastre".
Refiriéndose a la comida local típica, admite que la cocina, junto con el humor, es una de las muchas similitudes que existen entre su tierra de origen y de acogida.
"La cocina rusa es muy parecida a la irlandesa. Me gustan las ensaladas y el shashlik. Moriré por el shashlik", comenta Watkins, que destaca que la lengua de res es algo que no ha probado porque la considera "repugnante".
Al contestar a la pregunta sobre las cosas más increíbles de la gente local, el músico afirma que el espíritu ruso no le deja de asombrar.
"La gente siempre parece seguir adelante con sus vidas pese a todo lo malo y lo feo que ha sucedido en el trancurso de la historia —sea en política o sociedad—. Esto es una especie de firmeza positiva, como la resiliencia", enfatiza Watkins.
La otra cosa que le impresiona han sido las mujeres rusas, que son "el género más fuerte en cuestiones de trabajo", con muchas ganas de "aprovechar las oportunidades que tienen".
"Tengo un gran respeto por las rusas: ahora están pintando las paredes y, en un instante, salen a un restaurante luciendo radiantes", detalla Watkins.
Asimismo, sus expectativas respecto a la apariencia física de las rusas no se cumplieron.
"Todo el mundo se parece estar volviendo loco —el fútbol, vándalos peleando—. No lo entiendo en absoluto. Somos un gran mundo. Vamos a resolver algunos de los problemas —el del agua o el problema alimentario…-. ¿Qué demonios estamos haciendo discutiendo sobre la tierra o política?", concluye.