El escándalo alrededor del alcalde de Tokio arrancó en abril, después de que salieran a la luz múltiples revelaciones en los medios acerca de sus costosos viajes familiares, cenas en restaurantes de lujo y visitas oficiales, cuyo monto total, según algunas estimaciones, superó los 200 millones de yenes —casi 1,8 millones de dólares—.
Por si fuera poco, Masuzoe no solo se aprovechaba de los fondos públicos, sino que gastó el efectivo acumulado proveniente de donaciones de sus partidarios y destinados exclusivamente a las campañas electorales.
Una comisión 'independiente', nombrada por el propio regidor, estableció que Masuzoe no había violado la ley, si bien había "gastos que eran ilegítimos desde el punto de vista moral".
Arrinconado y empujado a presentar su dimisión, el político terminó reconociendo sus "errores" y prometió devolver el dinero "ilegalmente gastado". Incluso propuso reducir a la mitad su sueldo oficial.
Finalmente, pidió que le dejaran seguir gobernando hasta el final de los JJOO de 2016, para así poder recibir el relevo olímpico en la ceremonia de clausura, en San Paulo. Hay que recordar que Masuzoe ha sido uno de los más activos impulsores de la candidatura de Tokio 2020. En cualquier caso, los ciudadanos de la capital nipona se negaron a que continuase en el cargo.
Analizando el contexto cultural del caso, la interlocutora de Sputnik y especialista en estudios orientales, Elena Katasónova, sostuvo que la "notoria" honestidad japonesa es un concepto anticuado, especialmente si se trata de "estructuras donde es posible meter una mano en el bolsillo público".
Cabe recordar que el antecesor del corrupto alcalde de Tokio, Naoki Inose, también dimitió a raíz de un escándalo similar.
"No me sorprende esta situación con Masuzoe. Todas estas historias dulces que se encuentran en los libros —acerca de la honestidad y laboriosidad de los japoneses— no demuestra toda la complejidad de la sociedad nipona. La vida real es mucho más multifacética y no hay que idealizar a Japón", concluyó Katasónova.