Aquel habría sido una cifra más en la fría numeralia de aeronaves de guerra siniestradas si uno de los fallecidos no hubiese sido un piloto de 34 años llamado Yuri Alexéyevich Gagarin, el mismo que el 12 de abril de 1961 se había ganado la inmortalidad tras convertirse en el primer ser humano en orbitar alrededor de la Tierra a bordo de una nave espacial.
Aquella fue una de las tantas muertes de un ser humano que entró en la eternidad desde que regresara sano y salvo a tierra luego de 108 minutos de vuelo que prefiguraron el destino cósmico de la Humanidad. Lo que debió ser luz fue sombra, como si la caída del hombre dinamitara también la estatua en que lo habían convertido en vida. Ni siquiera el dato —más presunto que cierto- de que Gagarin no pudo catapultarse del aparato por tratar de evitar que el avión en picada se estrellara contra una escuela repleta de niños pudo servir de digno corolario a su vida. Salieron a relucir entonces sus infidelidades y los presuntos problemas de alcoholismo derivados de la enorme exposición mediática del cosmonauta; incluso llegó a afirmarse que el día de su muerte pilotaba borracho; incluso llegó a afirmarse que su "muerte" sirvió como velo para poder recluirlo en un sanatorio de pacientes psiquiátricos.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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