¿Las compramos en el supermercado? Las emociones tienen dos orígenes.
El pensamiento, lo que pensamos genera emociones, pero también lo que comemos. Si tomo un vaso de agua o de whisky mis emociones serán muy distintas.
¿Y por qué generarán distintas emociones? Porque atacarán a diferentes órganos. Si yo ingiero alimentos que me bloquean el hígado, o la vesícula biliar, tendré emociones de ira, cólera, agresividad, impaciencia… porque cada órgano, dependiendo de si funciona bien o mal, genera unas u otras emociones", explica Montse Bradford, terapeuta de Psicología Transpersonal, en su entrevista a La Vanguardia.
Algunos afirman que tomar una bebida dulce en lugar de agua puede hacer que uno se sienta más romántico, otros aseguran que las personas sensibles al sabor amargo también se disgustan más fácilmente y que tienden a ser más emocionales —enfadados, tristes o asustadizos—.
En un experimento de 2014, psicólogos alemanes y americanos demostraron que las personas que evitan el sabor amargo tienden a ser nerviosas, lo que significa que su reacción es más fuerte que la de otros cuando están expuestos a un ruido o cualquier otro estímulo irritante.
"El sabor amargo es una señal de peligro. Por lo tanto, es bastante lógico que las personas que tienen una sensibilidad en función de sus genes al sabor amargo, también puedan tener mayor sensibilidad a otras señales de peligro en otras áreas de la vida, como el área social", explica uno de los autores del estudio, Michael Macht, profesor de psicología en la Universidad de Würzburg, Alemania.
En el transcurso de la evolución, las áreas del cerebro responsables de hacer frente a los sabores amargos pueden haber sido cooptadas por emociones superiores, asegura Nancy Dess.
De acuerdo con los resultados de su estudio, las personas que disfrutaban de alimentos con notas amargas —como el pomelo, agua tónica o el café- eran más propensos a admitir que disfrutaban molestar a la gente o que tienden a manipular a otros para conseguir lo que quieren.
Los gustos pueden afectar también las reacciones a acontecimientos diarios, independientemente de la personalidad, de acuerdo con algunas investigaciones.
"Los resultados sugieren que las críticas relativas a la moral, las deliberaciones de un jurado, por ejemplo o las opiniones sobre temas sociopolíticos, podrían reflejar potencialmente lo que los individuos comen y beben", explicó uno de los autores del estudio, Natalie Kacinik, profesora de psicología en la Universidad de la Ciudad de Nueva York.
Lógicamente, la dulzura también influye en el estado de ánimo. Lo demuestra un experimento de 2013 que descubrió que pensamientos sobre el amor pueden hacer que incluso el agua tenga sabor dulce. Además, un estudio de 2015 sugirió que lo contrario también es cierto: un grupo de hombres que estaban felices porque su equipo de hockey acababa de ganar un juego, clasificaron un sorbete de lima-limón dulce y menos amargo que los hombres que habían ovacionado al equipo perdedor, explica Marta Zaraska.
Nuestras emociones y sensaciones gustativas están conectadas a través de hormonas y neurotransmisores como la serotonina, noradrenalina y glucocorticoides, lo que explica la conexión entre la sensación de felicidad y sabores dulces.
Los receptores de glucocorticoides —las hormonas del estrés- se encuentran dentro de las papilas gustativas que detectan la dulzura. Si las glucocorticoides inundan el cuerpo, pueden bloquear estas papilas gustativas; por lo tanto, impide disfrutar del sabor dulce, explico un estudio del año pasado. Por otra parte, un estudio de 2006 descubrió que si se trata de serotonina —también conocida como la "hormona de la felicidad"-, nos volvemos más sensibles al sabor dulce.