Estas baterías se podrán usar en los más diversos ámbitos: desde la medicina hasta las investigaciones espaciales. Las propiedades del níquel-63 lo convierten en un elemento perfecto para la base de las llamadas baterías betavoltaicas de larga duración (más de 50 años), minúsculas, seguras y de baja potencia.
Se podrán usar, en particular, para marcapasos y para las fuentes autónomas de alimentación de larga duración que suministran energía a los satélites espaciales. El níquel-63 no existe en la naturaleza, se obtiene al irradiar neutrones al isótopo de níquel-62 dentro de un reactor nuclear. La sustancia que resulta luego es tratada con un proceso radioquímico y por último se separa mediante una centrífuga de gas.
El grupo de científicos de MISiS dirigido por el jefe del Departamento de Semiconductores y Dieléctricos, el catedrático Yuri Parjómenko, diseñó la tecnología para crear sistemas que conviertan la energía emitida por los isótopos de níquel-63 en energía eléctrica mediante monocristales piezoeléctricos. Esto será utilizado en las baterías voltaicas de corriente alterna.
"El empleo de las fuentes de alimentación por impulso —que acumulan la carga antes de soltarla- permite superar las limitaciones que suponen la baja potencia de las baterías nucleares betavoltaicas", señaló Parjómenko.
No es el único proyecto ruso dedicado a crear fuentes de corriente eléctrica a partir del níquel-63. Otro proyecto se está llevando a cabo entre varios centros, coordinados y dirigidos por la Planta de Minería Química de Zheleznogorsk, una de las empresas de Rosatom. Se divulgó anteriormente que el níquel-63 para el proyecto sería obtenido en el reactor experimental de la Universidad Politécnica de Tomsk, en Siberia. Otra empresa de
Rosatom, la Planta Electroquímica de Zheleznogorsk, también en Siberia, está encargada de la construcción de equipos industriales para enriquecer níquel con el fin de obtener el deseado isótopo.
Según lo previsto, el primer prototipo de la "batería nuclear" se fabricará en 2017.