Coincidencia o destino: en la fecha en la que se celebran los 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra y de William Shakespeare, se conmemora también el centenario de la muerte de Rubén Darío, el poeta que marcó la independencia literaria de América, el padre del Modernismo, que irrumpió como aire fresco tras siglos de letras europeas, hablando del presente, sacando la escritura a la calle, difundiendo su obra en los diarios y para el gran público.
“Mi bisabuelo nació en 1867 pero su vida no fue muy alegre. Tuvo una infancia con padres que no eran suyos, porque su padre, Manuel García, se casó con su prima, Rosa Sarmiento, 20 años menor que él, por un arreglo familiar, para que sentara cabeza, lo cual no funcionó. Ella se fue con el chiquito a Honduras, pero el marido de su tía lo fue a buscar para ocuparse de su crianza. Manuel aparecía como su tío, y solo se enteró de que era su padre muchos años después”, cuenta Katz.
Todo eso lo hizo una persona muy sensible. En su autobiografía, Rubén Darío recuerda el día en que conoció a su madre: “Un día una vecina me llamó a su casa. Estaba allí una señora vestida de negro, que me abrazó y me besó llorando, sin decirme una sola palabra. La vecina me dijo: ‘Esta es tu verdadera madre, se llama Rosa, y ha venido a verte, desde muy lejos’”.
A los quince años, Rubén se enamoró de Rosario Murillo, su primera novia, pero al ir a casarse, sus amigos, por su corta edad, lo echaron para El Salvador. De vuelta en Nicaragua, un diplomático lo invitó a Chile, a donde viajó en 1886. Allí escribió Azul, que marca un antes y un después en su vida literaria, pues se lo considera el nacimiento del Modernismo.
Estando en Chile, el diario argentino La Nación, el diario hispanoamericano más importante de la época, lo nombró corresponsal. De vuelta, se instaló en El Salvador, donde fue director del diario La Unión, que abogaba por la unidad centroamericana. Allí conoció a una joven poeta que firmaba como Stella y cuyo nombre era Rafaela Contreras, hija de un famoso periodista y orador.
“Se casaron en 1890, con la mala suerte que ese día hubo un golpe de estado y Rubén Darío tuvo que huir. Al poco tiempo se fueron a vivir a Costa Rica, donde nació mi abuelo, Rubén Darío Contreras”, continúa el relato Katz.
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Rubén Darío fue nombrado representante de Nicaragua para la conmemoración de los 400 años del descubrimiento de América en España por lo que viajó en 1892 al viejo continente y en su paso por Nueva York conoció al cubano José Martí. Al volver de España, paró en Cartagena de Indias, donde conoció al expresidente colombiano Rafael Núñez, el cual lo nombró cónsul de Colombia en Buenos Aires. En Nicaragua se enteró de que su mujer había fallecido, y había dispuesto que el niño Rubén Darío Contreras fuera criado por su hermana.
“Rubén Darío se encerró ocho días a llorar en un hotel, pero reapareció su primera enamorada, Rosario Murillo, y en medio de una borrachera lo casaron con ella, con quien nunca llegó a vivir, porque de inmediato viajó a la Argentina”, relata Katz.
Empieza el capítulo rioplatense de su vida, entre 1893 y 1889, como cónsul de Colombia y corresponsal de La Nación. Pero cuando murió el presidente Núñez, Colombia le quitó el cargo. Un amigo lo llevó a la Isla Martín García, en el Río de La Plata, por el mal estado de su salud, donde, a pedido de La Nación, escribió una poesía para el aniversario de la Independencia argentina, una de sus piezas más famosas: La Marcha Triunfal.
En 1898, La Nación lo envió a España, durante la guerra hispano-estadounidense, allí conoció a Francisca Sánchez, una campesina analfabeta, con la cual tuvo cuatro hijos, de los cuales solo sobrevivió Rubén Darío Sánchez.
En estos periplos latinoamericanos, el apasionado poeta vibró al son de los conflictos políticos de la época, cantando a la unidad centroamericana, o escribiendo: “Eres los Estados Unidos/ eres el futuro invasor/ de la América ingenua que tiene sangre indígena/ que aún reza a Jesucristo y aún habla español”.
Rubén Darío Contreras, el primer hijo del poeta, pareció repetir la historia de su padre: viajó a Europa como hijo de Ricardo Trigueros, el acaudalado esposo de su tía, y en Barcelona se enteró de que su verdadero padre era Rubén Darío, con quien se encontró en 1910. “Mi abuelo recordaba que su padre estaba muy enfermo, que había botellas de vino por todas partes, pero que la esposa, Francisca, no quería que nadie se metiera, porque tenía miedo de perder sus derechos, ya que no era su mujer legítima, pues Rubén Darío no había podido conseguir el divorcio”, explica Katz.
En 1914, a comienzos de la Primera Guerra Mundial y con la salud debilitada, Rubén Darío viajó a Nueva York para hablar de paz, pero enfermó de pulmonía. “Viajó a Guatemala, donde mi abuelo lo visitó. Rubén Darío le dijo que no le iba a dejar nada en herencia, porque le iba a dar todo a su hijo español, que vivía en la miseria. A mi abuelo le pareció razonable. Lo único que le recomendó Rubén Darío antes de morir, fue que viajara a la Argentina, un país de promesas”.
Rubén Darío murió en Nicaragua el 6 de febrero de 1916 y dos meses, Rubén Darío Contreras, un notable traductor, médico y diplomático, ya estaba en Buenos Aires, donde tuvo tres hijos, esparciendo la estirpe del gran poeta por la América que inmortalizó en su obra.