En un país que lleva más de medio siglo de crisis, donde el desabastecimiento se ha convertido en una enfermedad crónica, no es sorpresa que tras las fiestas de diciembre, a principios de año, brillen los anaqueles vacíos. Así y todo, este 2016 consigue destacar tristemente por su escasez y por sus altos precios.
Los motivos que se esgrimen para esta y otras ausencias son en primer lugar climatológicos. Pero si bien el exceso de lluvias puede afectar las cosechas, no es ni de lejos la única razón de una situación que se repite con demasiada frecuencia, pero a la que no conseguimos acostumbrarnos.
Con tanta tierra fértil y un clima en general benévolo con la agricultura, no se entiende por qué eso no se traduce en mesas abundantes. Quizá los especialistas puedan enumerar mejor las causas de los bajos rendimientos en el campo, pero para muchos está claro que entre ellas se encuentran la falta de incentivos y subsidios a la producción, las trabas burocráticas, la doble moneda, los insuficientes insumos agrícolas, y la casi inexistente tecnología moderna.
En esta situación puntual, algunos creen que la cruzada emprendida contra los intermediarios tras la Asamblea ha traído como resultado el efecto contrario, y los productos, lejos de bajar su precio, han visto su incremento por la escasez.
"No podemos permitir que un país como este, que ha resistido más de medio siglo a los embates de la potencia mayor del planeta, no pueda enfrentarse a un grupo de pillos que cada día se está enriqueciendo más", decía Raúl Castro. No le faltaba razón, pues si bien los mediadores entre el campo y el consumidor son un "mal necesario", algunos llegan a cuadriplicar los costes iniciales de los productos.
La libreta de racionamiento languidece cada día más y sus productos —los únicos con precios acorde a los ingresos oficiales- apenas alcanzan para unas pocas comidas al mes. Mientras tanto, los mercados en divisa se convierten en la única alternativa que es a su vez inalcanzable para muchos.
Hasta allí llega también el desabastecimiento, cuando cíclicamente debemos recorrer media ciudad buscando una botella de aceite, un jabón o un paquete de detergente.
Y los precios disparatados —más notables ahora en ambas monedas, único paso visible del dilatado proceso de unificación monetaria— de ese mismo litro de aceite en más de 60 pesos, o sea, la quinta parte del salario de muchos profesionales. Sin contar algunos ejemplos ya surrealistas, como cierta lata de atún de marca blanca europea que cuesta más que el sueldo de un mes.
Esperemos que las cabezas que rigen nuestra economía se centren en buscar soluciones para bajar también esos precios, evitar escasez de otros rubros, y sobre todo, para que el cubano pueda realmente vivir de su trabajo.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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