Con un salario promedio equivalente a unos 20 dólares, poco se puede hacer por el esparcimiento familiar, si las opciones más baratas sobrepasan con creces esa cantidad.
Atrás quedaron los tiempos en que ese descanso retribuido era asequible para cualquiera y que muchas empresas y el propio estado, contaban con opciones de estímulo a los mejores trabajadores.
Desde hace un par de décadas, en ese como en otros aspectos de la vida diaria en Cuba, cada cual resuelve a su manera y cada vez es mayor la brecha entre los pocos afortunados que pueden elegir sus vacaciones de ensueño y el resto, que se las arreglan como pueden.
En una isla con lugares paradisíacos, clima privilegiado y gran cantidad de plazas hoteleras, esto no debería ser un problema. Pero hasta el año 2009, a los cubanos “de aquí” no les estaba permitido alojarse en la mayoría de las instalaciones turísticas. Hasta 2013, tampoco estuvo permitido viajar como turistas a otros países.
En los hoteles, el precio de una sola noche suele duplicar el salario medio de un mes. Y ni hablar de los viajes a otros países, en los que un café costaría mínimo un día de trabajo de cualquier profesional cubano.
A pesar de eso, las cifras sorprenden. Esta temporada veraniega ha conseguido récord de asistencia de los cubanos a los centros vacacionales del país, muchos de ellos hoteles “all inclusive”. El mercado nacional se ha consolidado como competidor del foráneo, especialmente el canadiense, que es el mayor frecuentador de esas instalaciones.
Según datos publicados recientemente, de enero a diciembre del año pasado 1.208.123 cubanos residentes en la Isla accedieron a distintas instalaciones y ofertas turísticas, para un incremento de casi 24% (222.000 vacacionistas más) en comparación con los resultados de 2013.
¿Cómo se puede entender esto? O para decirlo en buen cubano, ¿por dónde le entra el agua al coco?
Ingresos que provienen de disímiles fuentes no estatales sostienen estos números. Un sector privado, cada vez más pujante, se va haciendo sentir en todos los ámbitos, también en este. Las remesas, o los cubanos en el extranjero que costean las vacaciones familiares son también una fuente importante. Y algunos hay que se las arreglan para chuparlas de la teta estatal, a las buenas o a las malas, aunque en teoría ya no existan esas “gratuidades”.
Para el resto, los millones de obreros o profesionales que se las ven negras para sobrevivir del salario y poco más, las opciones no son muchas.
El campismo popular, nacido en los años 80 como un modo de acercar al cubano a la naturaleza, le salva la vida a unos cuantos. Pero la oferta suele ser insuficiente, los lugares no suelen contar con el confort ni los servicios necesarios y para mal comer unos días allí, igual se necesita una cantidad de dinero muy superior al salario oficial de cualquier trabajador. No obstante, los indicadores del grupo empresarial Campismo Popular muestran que 2.291.843 cubanos accedieron a sus instalaciones en 2014, convirtiéndose en una opción que hace honor a su nombre.
Un día de playa requiere también de capital mínimo para un transporte medianamente cómodo y algo de comer. Y hasta para dar una vuelta por la propia ciudad, aunque los museos y otras instalaciones son asequibles, tomar un simple refresco ya sobrepasa algunos bolsillos. La salida más modesta, para una pequeña familia, no baja de 100 pesos cubanos, la cuarta parte del salario del mes.
En muchos pueblos del interior, la única alternativa de ocio es un baño en el río cercano, pero este año con la sequía, ya ni eso es apenas posible.
Alguna iniciativa, loable pero puntual, de recreación barata para niños, jóvenes o determinados colectivos, queda apenas como una gota en el desierto.
Así, con temperaturas infernales, el transporte público y los servicios sobregirados y los niños en casa, no son pocos los que esperan septiembre con ansias para poder “descansar” en el trabajo.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
Les invitamos a comentar la publicación en nuestra página de Facebook o nuestro canal de Twitter.