En julio pasado Nairo Quintana llegó segundo en el Tour de Francia, en ciclismo casi equivalente a ganar la plata olímpica, y obtuvo el premio del mejor joven. En 2014, Nairo fue el primer latinoamericano en ganar el Giro de Italia, colocando el nombre de Colombia en la cima de los deportes.
Actualmente Nairo corre para el equipo español Movistar y participará en la Vuelta a España que se inicia el 22 de agosto.
Como los corredores africanos que ganan maratones, los ciclistas colombianos han llegado a la cima del éxito gracias a su ejemplo de sacrificio y superación.
Nairo nació en 1990 en Cómbita, un pequeño pueblo de Boyacá, a 3000 metros de altura. Antes de los tres años superó su primera prueba, al sobrevivir a una rara enfermedad que los campesinos de la región llaman “tentado del difunto”. Como los niños campesinos boyacenses, tenía que hacer 28 kilómetros en bicicleta para ir a la escuela, muchas veces llevando a su hermana Lady en la barra, subiendo y bajando cumbres en el frío paramuno.
Cuando ganó su primer premio, le regaló a su mama una máquina de lavar ropa, para evitar que cargara el agua en balde a lo largo de dos kilometros.
Rigoberto Urán, otro de los grandes ciclistas colombianos, que se desempeña en el equipo belga Omega Pharma- Quick Step, nació en la región montañosa de Antioquia y cuando tenía 14 años, a poco de iniciarse con los pedales, paramilitares asesinaron a su padre cuando iba en bicicleta por la carretera.
Como Nario y Rigoberto, muchos jóvenes campesinos que carecen de oportunidades, han encontrado su virtud en las pruebas de la vida: escalar elevadas pendientes a punta de agua de panela (bebida de caña de azucar) y café, desarrollando una amplia capacidad pulmonar y siguiendo la tradición de los ya famosos “escarabajos” colombianos, tales como Martín Cochise Rodriguez (el primero en competir en Europa), Luis Herrera (que ganó la vuelta de España en 1987), y Fabio Parra (tercero en el tour de Francia-1988).
