Hibakusha, en japonés "persona bombardeada", es el término con el que denominan en el país asiático a los testigos de la catástrofe que provocaron en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 los bombardeos nucleares perpetrados por EEUU.
"Tenía 20 años cuando tuvo lugar el bombardeo, estaba junto al epicentro, a 1,2 kilómetros del ayuntamiento, donde ahora se encuentra el Parque Memorial de la Paz", recuerda Sunao Tsuboi, jefe del Consejo de Organizaciones de Víctimas de los Bombardeos Nucleares, quien era estudiante y se dirigía a universidad en el momento del ataque.
"Cuando recobré el conocimiento, todo estaba a oscuras, pensé que había anochecido", rememora otra sobreviviente, Keiko Ogura, una niña que tenía ocho años cuando la bomba cayó sobre su ciudad a las 8.15 de la mañana.
La anciana recuerda que la ciudad estaba "como aplastada", como si "un enorme pie la hubiera pisado", y más tarde comenzaron a aparecer incendios en diferentes partes de la urbe, y añade que, para huir del fuego, "había que correr por encima de los cadáveres".
"A causa de las quemaduras, la piel se desprendía de los cuerpos de la gente junto con la carne, les dolía bajar los brazos y caminaban con los brazos extendidos al frente, como fantasmas, y de ellos colgaba la piel desgarrada", indica Keiko, quien hasta el día de hoy sufre de pesadillas que reavivan en su mente el horrendo siniestro.
Afirma que aprendió rápidamente a detectar a los fallecidos, pues "si una persona ha dejado de moverse, a pesar de las molestias que le causan los insectos, significa que ha muerto, y la mostraba a los adultos que se dedicaban a quemar los cuerpos".
"Lo que pasó en realidad es espeluznante, lo guardan en los archivos, temen por los niños", asegura Tsuboi, quien vio a un niño con un ojo colgándole cerca de la mejilla, una mujer de unos 30 años que trataba de sostener sus tripas con las manos, un hombre con cristales encajados en la cabeza y otras imágenes de película de terror que nunca podrá olvidar.
El defensor de los hibakusha describe que cuando trataba de pedir ayuda para sacar a la gente de debajo de los escombros y descubrió que los demás huían de él, pues él mismo "parecía un fantasma, con la piel y las orejas arrancadas, la cara y los brazos quemados, la sangre roja corriendo por los brazos chamuscados y negros", a tal punto que su propia abuela no pudo reconocerlo.
Pero algo de similar crueldad esperaba a los sobrevivientes más tarde, cuando la sociedad los comenzó a discriminar y muchos tuvieron que ocultar que habían presenciado la explosión nuclear por miedo a ser segregados.
"Hubo muchos casos cuando los padres del novio o la novia se oponían al matrimonio si el futuro cónyuge era un hibakusha, un afectado por la radiación", afirma Ogura, explicando que los niños que nacieran de esa alianza podrían tener deformaciones, y realmente después del siniestro nacieron muchos niños con malformaciones genéticas.
"Muchos lo ocultaron largos años, mi hijo supo que era un hibakusha de segunda generación cuando mi foto apareció en los periódicos japoneses después de mi viaje a EEUU", subraya Ogura.
Algo que une a todos los que sufrieron en carne propia las consecuencias de la explosión nuclear y aquellos que votan en contra de las armas nucleares es el afán por hacer todo lo posible para que algo semejante no vuelva a repetirse, y muchos hibakusha japoneses han viajado en reiteradas ocasiones a EEUU para prestar testimonio de lo ocurrido.
"No hubo odio, el miedo, el horror y la conmoción eran los sentimientos más fuertes que eliminaban el resto, y después lo más importante se hizo simplemente sobrevivir, encontrar solo comida y ropa", asegura Ogura, quien afirma que "ahora no siente ningún odio por los estadounidenses", aunque reconoce que cuando viajó a EEUU y descubrió que existe otra visión de lo ocurrido, sintió "un choque cultural".
En EEUU se puede escuchar que los bombardeos fueron oportunos, pues permitieron evitar nuevas víctimas y acercaron el final de la campaña militar, obligando a Japón a capitular.
En 1985 Keiko Ogura publicó su libro "Manual de Hiroshima", en el que explicaba, entre otras cosas, las consecuencias de la radiactividad y el peligro que oculta la energía nuclear, libro realmente actual hoy en día, cuando el temor a la aniquilación nuclear parece comenzar a desvanecerse.