En un ejercicio retórico Engelhardt se pregunta cómo les explicaría a sus padres, muertos hace tiempo y que conocieron la Gran Depresión, la II Guerra Mundial y el esplendor económico de los años cincuenta, las razones por las que el país, teóricamente la única superpotencia global, carece de líneas férreas de alta velocidad y mantiene una red nacional de infraestructuras, autopistas, puentes, etc., en indiscutible decadencia.
Aunque Engelhart duda de que países como China o Rusia, o el conglomerado que forma la Unión Europea, puedan calificarse de superpotencias militares en el sentido clásico del término, y aunque opina que las fuerzas a las que se ha enfrentado el ejército estadounidense en las últimas décadas son incomparables a la magnitud de sus enemigos durante la II Guerra Mundial, en la actualidad sólo encuentra ejemplos de guerra fragmentaria, reactiva, capaz de destruir gobiernos e instituciones pero en ningún caso de reformular el orden social o consolidar la democracia.
EEUU dispone de un ejército cuya sofisticación y magnitud resultan incomparables en la historia de la humanidad, y sin embargo apenas cosecha éxitos, en parte, dirá Engelhart, por la aparición de las armas nucleares, prólogo del apocalipsis ante cuya mera hipótesis no queda sino evitar los conflictos a gran escala y centrar los esfuerzos bélicos en territorios y conflictos que bien pueden calificarse de secundarios.
El declive puede acechar al futuro de América, concluye, pero de producirse no seguirá los viejos parámetros conocidos durante siglos, pues "algo más", algo distinto, está ocurriendo en nuestro planeta, aunque todavía sea pronto para diagnosticarlo.