Coleman, hijo de un obrero de la construcción y la empleada de una empresa fúnebre, comenzó a tocar el saxofón de forma autodidacta a la edad de 14 años, y más adelante confesaría que creyó que las notas musicales se ordenaban igual que las primeras letras del alfabeto, una confusión que en palabras del crítico Lawrence Kart resultaría "inmensamente fructífera".
A partir de 1959, y en compañía de francotiradores como el trompetista Don Cherry, los baterías Ed Blackwell, Billy Higgins y Charles Moffett y los contrabajistas Scott LaFaro, Jimmy Garrison, David Izenzon y Charlie Haden, abrió a machetazos una nueva corriente jazzística que jugaba con la armonía, desportillaba el ritmo, mezclaba líneas melódicas y, en general, abría las ventanas para la siguiente gran revolución del género, tomando el testigo de la protagonizada años antes por Charlie Parker, Dizzy Gillespie y Thelonious Monk.
Discos como Something Else!!!! (1958), Tomorrow is the Question (1959), Change of the century (1959), The shape of jazz to come (1960), This is Our Music (1960), Free Jazz (1960) u Ornette (1961), provocaron un terremoto con su ataque frontal a las convenciones, su arboladura vanguardista y su potencia ideológica, que prologaba los convulsos sesenta y, de alguna forma, anunciaba el orgullo racial y político que daría forma al Black Power.
Mientras muchos intérpretes, de Sun Ra a Eric Dolphy, abanderaban el cambio, otros protestaron por lo que interpretaban como un movimiento demasiado radical que alejaría a la audiencia.
Ciertamente el free jazz nunca se transformó en una corriente dominante, las ventas fueron mínimas, la crítica especializada tardó en reaccionar y, en general, el esfuerzo que aquella escuela pedía a la audiencia contribuyó a que el jazz certificara la defunción de sus días de gloria en términos comerciales, pasto de clubes, oyentes selectivos y estudiosos.
Pero algunos visionarios, como John Coltrane, que llegó a grabar un disco con Coleman, comprendieron pronto las jugosas posibilidades de aquella propuesta, y con el paso del tiempo la revolución de Coleman adquirió estatura mítica y fue aceptada como pieza indispensable del canon del siglo XX.
Retirado durante varios años por lo que consideraba prejuicios, Coleman abandonó el directo entre 1962 y 1965, para regresar con un concierto en el Villague Vanguard más audaz que nunca, armado con su viejo saxofón, una trompeta y un violín.
Durante el resto de su carrera nunca dejó de experimentar, pasando de coquetear con el rock, al igual que hizo Miles Davis, a escribir música clásica, interpretada junto a la Filarmónica de Londres, y a trabajar con el guitarrista Pat Metheny y zambullirse en la música berebere y sufí junto a los Músicos Maestros de Jajouka, en las montañas del Rif.
Coleman, iconoclasta pero siempre fiel a sus raíces jazz y los caminos del blues que alimentaron su música, fue galardonado con el Pulitzer, el Dorothy and Lillian Gish Prize, el Miles Davis del Festival de Jazz de Montreal y un Grammy honorífico, y grabó grandes discos hasta el final de su vida, como atestigua el fabuloso Sound gramar (2006), aunque para los libros de historia queda su enérgica, sensacional cabalgada junto a Cherry y cia. para el sello Atlantic, a principios de los sesenta.