Cuando me preguntan sobre la Ucrania de hoy, digo que lo que pasa allí es un resultado de una serie de crímenes, incluidos los de guerra, cometidos por las actuales autoridades ucranianas y de una serie de errores cometidos por las autoridades de Rusia y varias personas físicas y jurídicas que se vieron involucrados en el proceso mortal, que, al parecer, está en un callejón sin salida.
Todo comenzó debido a un error o una intención premeditada de los líderes de la UE, cuyo proyecto del Acuerdo de Asociación con Ucrania puso al presidente ucraniano, Víсtor Yanukóvich, quien, a pesar de ser débil era legítimo, ante un dilema: estar con la UE o con Rusia.
El dócil de Yanukóvich fue incapaz de hacer esta elección. Al inicio no pudo resistir a la tentación de convertir de un plumazo a Ucrania en Europa, aunque ésta ya fuese y sigue siendo un país europeo. Posteriormente, se avergonzó de su imprudencia y se volvió a Rusia, la cual, representada por su presidente, estaba dispuesta a premiar a Ucrania por este giro de 180º con un gran descuento en el precio de gas y con un préstamo de 15.000 millones, tres de los cuales fueron concedidos de inmediato. Pero quedó claro que no era suficiente llegar a un acuerdo con el líder del país.
Fue imprevista la reacción de Occidente que no estaba dispuesto a ‘dejar al pájaro salir de la jaula' y hasta podía conceder a Ucrania millones de euros para apoyar no tanto a la democracia, como a los demócratas que se apoderaron de ella.
En noviembre del año pasado, salió a protestar al Maidán la gente honrada, los patriotas de varias capas sociales que sintieron que pasaba algo malo en la República ucraniana.
Por otro lado, aparecieron las fuerzas en las que impera el nacionalismo y la corrupción, las cuales entendieron que llegó su momento: fue un momento apropiado para tomar el poder y al mismo tiempo lavar sus acciones y palabras injustas acumuladas por más de 20 años de la independencia de Ucrania.
En sus filas hay un gran número de personas, incluidos los que exigen glorificar a Stepán Bandera (histórico líder nacionalista ucraniano acusado de colaborar con los nazis), los miembros de los Gobiernos postsoviéticos, que se sustituían con frecuencia unos a otros, los extremistas y nacionalistas del oeste y otras regiones de Ucrania, los delincuentes y alborotadores.
Es el resultado de la profanación de los lemas de la libertad y la democracia: la violencia, la deslealtad, el chantaje, la demagogia, la humillación de los que dudan, el engaño de los confiados, etc.
Al convertir estas concepciones teóricas en acontecimientos reales, en hechos y delitos cometidos en el Maidán, pasan al primer plano los neumáticos en llamas, francotiradores, cócteles mólotov, la agresión a los heterodoxos, la toma de los edificios públicos y la retórica basada en la jerga criminal contra Rusia, contra todos los que no están de acuerdo con los cabecillas de este juego trágico.
Mientras, sin la ayuda abierta de Occidente el Maidán y sus tres líderes de aquel momento (Arseni Yatseniuk, Vitali Klichkó y Oleg Tiagnibok) junto con el actual presidente ucraniano, Piotr Poroshenko, que se adhirió a ellos nunca convenciesen a Víctor Yanukóvich de suscribir el acuerdo en febrero de 2014 quién, de hecho, dio el poder a los bonapartistas del régimen ucraniano.
Al aceptar la suscripción del acuerdo de febrero, Yanukóvich —en vez de resistirse hasta el fin y morir en caso necesario cumpliendo su deber, como Salvador Allende- prefirió seguir el camino del dictador rumano Nicolae Ceaucescu, y posteriormente abandonar su país, lo que ya no fue un error, sino un delito, una traición que dejó manos libres a los usurpadores quienes se apresuraron a convertirse en los órganos del poder elegidos de modo legítimo y produjo una reacción en el Maidán, el sureste del país, en Donbás.
Las acciones arbitrarias de los nuevos líderes de Ucrania, los intentos —plasmados en iniciativas legislativas- de las autoridades de Kiev de ucrainizar a los habitantes de Donetsk, Lugansk y otras ciudades y poblados, todo lo que se consideraba como ‘el camino hacia Europa' produjo una fuerte ola de resistencia que no ha disminuido hasta hoy en la región.
De ese modo se enfrentaron dos fuerzas desiguales, al menos desde el punto de vista de su cantidad: la justa y la injusta. En este enfrentamiento la supremacía numérica a largo plazo la tuvo y la tiene la fuerza injusta.
Los sufrimientos vividos por la población del sureste de Ucrania por la llamada operación antiterrorista son incomparables a los acontecimientos que tuvieron lugar en Europa después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Ante sus horrores, ante el tributo mortal que cobra ésta cada día, cada vez quedan más en un segundo plano hasta los bombardeos de Serbia por las fuerzas de la OTAN.
Al observar las ruinas en las que se convierten muchas ciudades y poblados de Donbás, al ver los datos estadísticos sobre los muertos y heridos de ambas partes, al preocuparse por casi un millón de refugiados, en su mayoría mujeres y niños que huyeron a Rusia de su casa natal casi desnudos, por los jubilados y las familias con niños que, debido al bloqueo financiero y económico de la región no reciben desde el verano pasado sus pequeñas pensiones, la ayuda social y médica, se entiende que pese a las habladurías sobre el régimen del alto el fuego, los acuerdos de Ginebra y de Minsk, estas partes beligerantes no podrán sentarse a la mesa de negociaciones, no se hará callar a las armas.
Y si es así, nos espera en el futuro la extinción lenta e implacable, sin excepciones, de toda la región, la agonía de millones a los que no les importa quién y desde dónde se dispara, mata y destruye, sino que tan sólo quieren dejar de sufrir.
En esta situación existe una única salida: la intervención exterior. Lo pueden y deben hacer Rusia, la Unión Europea y EEUU, concordando sus esfuerzos y dejando sus discrepancias aparte. Para esto sólo es necesaria la voluntad política común.
La memoria histórica hace recordar acontecimientos relativamente recientes que tuvieron lugar a principios de los noventa del siglo pasado: la conferencia de paz sobre Oriente Próximo celebrada en Madrid en 1991 y el camino hacia ésta. Al dejar aparte sus pasiones y al asumir los compromisos de ser coautores del proceso de paz, la Unión Soviética y EEUU por primera vez desde el inicio del conflicto lograron obligar a Israel y al grupo de Estados árabes a sentarse en la mesa de las negociaciones en el palacio real de Madrid, lo que en aquella situación fue un resultado importante de por sí. Además, se consiguió llegar a muchos acuerdos.
Parecía que los impulsores de la cumbre habían cambiado sus papeles, lo que contribuyó a alcanzar una fórmula de compromiso histórico para aquel momento. EEUU empujó a hacer concesiones complicadas, pero necesarias a Israel, la URSS, a los árabes. De esto se ocuparon personalmente los entonces líderes de la URSS y EEUU, Mijaíl Gorbachov y George H.W. Bush que dejaron los demás asuntos y llegaron a la capital de España. Todo el mundo recuerda qué pasaba en aquella época en la URSS.
A pesar del desarrollo posterior de los acontecimientos, especialmente que uno de los copresidentes (la Unión Soviética) dejó de existir en la arena histórica, los acuerdos de Madrid quedaron en la memoria de los pueblos como un precedente atractivo que confirma que con buena voluntad y prudencia hasta los seres humanos son capaces de hacer milagros.
Quisiera creer que si aquellos que pueden parar la cadena de muertes y destrucción valorasen por un momento el estado de las cosas, se pusieran en el lugar de las víctimas de esta guerra, la conciencia de unos y lo que quedó de ésta de los otros les dictaría las decisiones correctas que hay que tomar y las acciones urgentes e inmediatas que se deben realizar: poner fin a la guerra y reconstruir lo destruido. Lo demás vendrá a su tiempo.
Quisiera esperar que este artículo contribuya a esto.