Hace 75 años, el 30 de noviembre de 1939, estalló la Guerra de Invierno entre la URSS y Finlandia. La actitud hacia este conflicto en Rusia (antes la URSS) es similar a la que hay hacia la guerra ruso-japonesa de 1904 a 1905. Esto se explica en parte por el carácter local de ambas guerras, que posteriormente quedaron relegadas a un segundo plano por cataclismos más grandes. A la guerra con Japón le siguieron la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil y, tras la Guerra de Invierno, estalló la Segunda Guerra Mundial. En Rusia no suelen recordar con frecuencia la guerra con Finlandia, porque la libró la Unión Soviética. Mientras, al criticar al entonces líder soviético, Iósif Stalin, por ser agresivo, sus críticos olvidan decir qué opciones había en aquel momento y qué impidió evitar la guerra. Y esto es lo más importante.
Pequeños Estados: entre el yunque y el martillo
"Algo fundamental sobre la Guerra de Invierno es, ante todo, que ambas partes trataron de evitarla", afirma el presidente de la Asociación de historiadores de la Segunda Guerra Mundial, Oleg Rzheshevski. ¿Qué impulsó a la URSS, que aplicaba una política de seguridad colectiva en los años treinta del siglo pasado, a librar la guerra?
Se puede responder a esta pregunta haciendo un análisis imparcial de los trágicos acontecimientos que se desarrollaron en Europa en 1938 y 1939 y que constituyeron el preludio de la Segunda Guerra Mundial. El 12 de marzo de 1938, Alemania se anexionó a Austria. En respuesta a las protestas tenues de París y Londres, los líderes nazis dijeron que "las relaciones entre Austria y Alemania son un asunto interno del pueblo alemán". Las democracias occidentales, que suelen acoger con polémica los acontecimientos menos importantes, tomaron la respuesta de Alemania en consideración. Además, la nota de protesta entregada por Gran Bretaña fue puramente simbólica. Cuatro meses antes del ‘anschluss', Adolf Hitler recibió secretamente a Edward Halifax. El lord británico y diplomático dio a conocer la postura de Londres a Hitler: en caso de que se conserve la integridad del Imperio Británico, Gran Bretaña estaría dispuesta a dejar a Alemania actuar libremente respecto a Austria, Checoslovaquia y la ciudad libre de Dánzig.
La brusca desaparición de un Estado entero del mapa político de Europa, algo que la Sociedad de Naciones fue incapaz de contrarrestar, preocupó a las autoridades de Checoslovaquia y otros países. Muchos entendían que Hitler no iba a limitarse a la incorporación de Austria.
La política de Alemania tampoco dejaba hacerse ilusiones a las autoridades soviéticas. En abril de 1938 el Kremlin presentó ante las autoridades de Finlandia la cuestión sobre la revisión de la frontera entre ambos países en el istmo de Carelia para desplazarla hacia el norte. En aquella época la frontera estaba a sólo 32 kilómetros de Leningrado (actual San Petersburgo). A cambio, se le ofreció a Finlandia un territorio dos veces mayor en Carelia.
Stalin explicaba los motivos que le impulsaron a iniciar las negociaciones con Finlandia del modo siguiente: "Alemania está dispuesta a lanzar una ofensiva contra sus vecinos en cualquier dirección, incluida Polonia y la URSS. Finlandia puede convertirse fácilmente en un punto de apoyo para acciones antisoviéticas de las dos principales alianzas de la burguesía imperialista: la alemana y la británico-franco-estadounidense. Es posible que éstas lleguen a un acuerdo para lanzar una ofensiva conjunta contra la URSS y Finlandia puede ser en este caso una moneda de cambio en un juego ajeno, al convertirse en la promotora de una guerra de envergadura lanzada contra nosotros".
La división de la Checoslovaquia democrática que se llevó a cabo en septiembre de 1938 en Munich por los líderes de Gran Bretaña, Francia e Italia en provecho de la Alemania nazi confirmó que tales preocupaciones estaban fundamentadas, al demostrar lo vulnerables que eran los pequeños Estados de aquella Europa.
Las negociaciones con la URSS, según Vaino Tanner
En Finlandia lo entendían también. El político finlandés Vaino Tanner, que participaba en las negociaciones entre Finlandia y la URSS en su fase final, escribió sus memorias en los cincuenta. Al reconocer que aquellas negociaciones "no constituían un fenómeno particular, sino que estaban estrechamente vinculadas con la tensión general en la política europea", dejó patente que "mientras que las negociaciones entre Finlandia y la Unión Soviética se celebraban continuamente en Helsinki o en Moscú, el horizonte político europeo se oscurecía rápidamente. La política de la Alemania nazi se hizo mucho más amenazadora que antes… El 30 de septiembre de 1938 fue suscrito el desdichado Pacto de Munich. La región poblada por alemanes sudetes en Checoslovaquia fue anexionada por Alemania sin disparar un tiro. Mientras, el 15 de marzo de 1939 Alemania invadió con sus divisiones blindadas Checoslovaquia, que dejó de existir como Estado independiente. En aquel momento se puso de relieve que el inicio de la guerra sólo era cuestión de tiempo".
Además, era evidente que Hitler, que se sintió impune, no iba a andarse con remilgos con los países pequeños, sino que los convertiría en satélites de Alemania o los ocuparía. Como en el caso de Checoslovaquia, los recursos de estos Estados pasarían bajo control de los alemanes y sus territorios se convertirían en el punto de apoyo para lanzar una nueva ofensiva. Por eso no había motivos para esperar que Finlandia, que tenía frontera común con la URSS, tuviese otro destino.
Aunque el Ejército Rojo empezó a prepararse para una posible guerra con Finlandia en verano de 1939, Stalin y el presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo y el Comisario del Pueblo de Asuntos Exteriores, Viacheslav Mólotov, querían evitarla. Ellos representaban a la parte soviética en las negociaciones celebradas en Moscú en otoño de 1939 y estaban dispuestos a discutir detalladamente todos los desacuerdos.
Pero los líderes de Finlandia no quisieron participar en aquellas negociaciones decisivas. El entonces presidente del país, Kyosti Kallio; el primer ministro, Aimo Cajander; y el ministro de Exteriores, Eljas Erkko, tenían asuntos más importantes.
El 12 de octubre de 1939, la delegación de Finlandia estuvo encabezada por el embajador de Suecia, Juho Kusti Paasikivi. Junto con él llegó al Kremlin el embajador de Finlandia en Moscú, Yrjo-Koskinen; el coronel Aladar Paasonen y Johan Nykopp. El 21 de octubre, el ministro de Finanzas, Vaino Tanner, se sumó a ellos. Posteriormente, Stalin y Mólotov consideraron que Tanner era el principal responsable del fracaso de las negociaciones. Le criticaron por eso en Finlandia también. "Después de la guerra, cuando Finlandia se vio forzada a ceder un mayor territorio, en virtud del nuevo tratado, se criticó la postura finlandesa de 1938 a 1939. Pero en aquella época otra actitud era poco probable".
Los recuerdos del propio Tanner hacen dudar que esta afirmación sea correcta. El político finlandés escribe que el 12 de octubre "los representantes soviéticos se refirieron al estado de guerra en Europa y declararon que los intereses vitales de la Unión Soviética exigían que ningún enemigo pudiese penetrar en el golfo de Finlandia. En el sur del golfo estos intereses estaban garantizados por un tratado con Estonia, pero en el norte del golfo no había tales garantías. Se propuso a Finlandia suscribir un pacto local de ayuda mutua y garantías de seguridad para el golfo de Finlandia. Luego se abordó la necesidad de desplegar una base militar en la costa de Finlandia, mencionando la península de Hanko para su posible ubicación. Además, se exhortó a Finlandia a entregar una parte de la península Ribachi. Para defender la ciudad de Leningrado la frontera entre los dos países debía trasladarse hasta la línea Kuolemajärvi-Kuurola-Muolaa-Lipola. Finlandia tenía que entregar también islas en el golfo de Finlandia, incluidas Suursaari y Koivisto. La URSS estaba dispuesta a canjear todo esto por un territorio mucho mayor en la parte oriental de Carelia. Para evitar dificultades excesivas, la parte soviética decidió dejar a un lado la cuestión sobre las islas Aland.
Los representantes de Finlandia declararon que estaban en contra de firmar un acuerdo de ayuda mutua. En cuanto a las concesiones territoriales, señalaron que Finlandia no podía renunciar a la inviolabilidad de su territorio.
El 14 de octubre se dirigió una comunicación a la delegación de Finlandia. La URSS le exigió entregarle varias islas del golfo de Finlandia, una parte del istmo de Carelia y de la península Ribachi, así como dar en arriendo por 30 años una parte de la península de Hanko con el territorio adyacente en el radio de cinco a seis millas marinas hacia el sur y el este. Para compensarlo, se le ofreció a Finlandia un territorio con una superficie dos veces mayor (5.528 km2) en la parte oriental de Carelia. La URSS prometía no poner obstáculos para que Finlandia protegiese las islas Aland si ningún Estado extranjero participaba en su seguridad.
Tras recibir el documento, la delegación finlandesa se fue a su país para consultar. Stalin esperaba que las autoridades del vecino norteño de la URSS hiciese concesiones. Tras recordar que no fue el zar ruso ni el Gobierno transitorio, sino los bolcheviques quienes concedieron la independencia a Finlandia, se dirigió a los fineses con estas palabras: "Como es imposible trasladar Leningrado, solicitamos que la frontera pase a una distancia de 70 kilómetros de Leningrado. Pedimos 2.700 km2 y ofrecemos a cambio más de 5.500 km2.
Tanner, que escuchó la declaración del líder soviético, escribe: "Entendemos que el Gobierno soviético está seriamente preocupado por un posible involucramiento de la URSS en las acciones de combate en la región del golfo de Finlandia, así como en las costas del Océano Glacial Ártico, por eso se propuso revisar la frontera cerca de Petsamo. Stalin y Mólotov calificaron en reiteradas ocasiones a Inglaterra y Francia como potenciales agresores. Stalin recordó varias veces que durante la Primera Guerra Mundial la Armada británica aparecía con frecuencia cerca de Koivisto y las lanchas torpederas británicas hundieron varios buques al dirigirse de esta región hacia el puerto de Petrogrado (actual San Petersburgo). Pero estaba claro que en realidad temían a Alemania. Este Estado fue mencionado también como potencial agresor durante los debates".
Una elección sin opciones
Aunque las autoridades de Finlandia entendieron los motivos de las acciones del Kremlin, rechazaron las propuestas de Moscú. ¿Qué papel desempeñaron en la toma de la fatídica decisión los socios occidentales? Es una cuestión que debe someterse a un análisis adicional. Ni Gran Bretaña, ni Francia, ni Alemania estaban interesadas en el fortalecimiento de las posiciones de la URSS en el norte de Europa.
Por su lado, el Kremlin no iba a esperar al fin de la guerra en Europa ni al momento en el que alguna de las grandes potencias convirtiese a Finlandia en su satélite. Como los finlandeses rechazaron las solicitudes de Moscú de desplazar la frontera lejos de Leningrado y de dar en arriendo la península de Hanko, la URSS tuvo que elegir una de las dos opciones: la mala (resolver el problema por vía militar) y la muy mala (no hacer nada). Entonces, Stalin que trataba de evitar la guerra y perdió mucho tiempo en las negociaciones, eligió del mal el menor. Si el líder soviético hubiese tomado otra decisión, el destino de Leningrado en 1941 habría sido todavía más triste.
No hay que hacerse ilusiones de que si no hubiese estallado la Guerra de Invierno los finlandeses no hubiesen representado ningún peligro durante la Segunda Guerra Mundial. Es evidente que Hitler, que en abril de 1940 ocupó Dinamarca y Noruega, no iba a dejar en paz a Finlandia. Además, en la élite militar y política del país de los mil lagos había muchos que simpatizaban con el Tercer Reich y estaban dispuestos a seguir su bandera. Así las cosas, los que hicieron fracasar las negociaciones con la URSS son los principales responsables de la Guerra de Invierno.