En mayo pasado la película de Andréi Zviáguintsev 'Leviatán' ganó el Premio del Festival de Cannes al mejor guión, y fue luego presentada para el Oscar. Es, sin duda alguna, una gran suerte y una oportunidad para el director ruso de irrumpir en la liga superior del cine mundial. Pero cada medalla tiene dos lados: Zviáguintsev cayó en la misma trampa en la que que, hace poco, los románticos de la intelectualidad rusa que salían a las plazas de la capital con buenas intenciones, pero en realidad abrían el camino a los que nunca han tenido nada que ver con estas buenas intenciones.
Es un buen momento para acordarse de la famosa frase de Zinóviev sobre los "luchadores contra el régimen soviético" que "apuntaban contra el comunismo pero hirieron Rusia". Igualmente, el Leviatán de Zviáguintsev, que apuntaba contra el Mal obvio, ocasionó una nueva herida a Rusia. Por ejemplo, uno de los críticos de cine escribe en su reseña para la susodicha película: "Leviatán es el poder ruso. Es su vertical odiosa, que entierra a quien se atreva a ponerse en su camino o hacerle enfadar. Así es cada policía que te espera en el cruce de calles, el alcalde, hasta el líder que te regala su sonrisa bondadosa desde la foto en la pared, pero por encima de todos, el estricto jerarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que está trayendo al buen camino a los funcionarios de su parroquia recordándoles sin cesar que todo poder proviene de Dios. Hasta ahora nadie se ha permitido una acusación tan dura contra la iglesia de todas las arbitrariedades en nuestro país. O, más bien, casi nadie, excepto unas chicas en pasamontañas condenadas por ello a dos años de prisión". ¡Vaya! Hasta la Iglesia Ortodoxa Rusa es acusada de "todas las arbitrariedades".
En dos palabras, independientemente del prototipo del monstruo pintado por Zviáguintsev, el jurado occidental no duda que su Leviatán es "el imperio de Rusia" y Vladímir Putin, personalmente. Supongo que en Londres, donde uno de estos días la película en cuestión obtuvo un nuevo pero predecible premio, al cineasta ruso le aplaudieron no tanto por los méritos artísticos de su obra, sino por el mensaje político que se le atribuye. Y digan lo que digan en sus entrevistas el director y sus productores (insistiendo, por ejemplo, en que no pensaban para nada en los galardones), el trillado drama que rodaron es un apretón de manos al auténtico Leviatán.
El AUTÉNTICO LEVIATÁN es la oligarquía mundial, que está ahogando a la humanidad en sus abrazos cada vez más fuertes de redes globales financieras e informativas, obligando a los políticos, periodistas y ciudadanos de la calle a mentir y postrarse ante el poder del dinero y las armas, intimidándoles con la muerte física o psíquica. ¿Y quién hace frente hoy a este monstruo? ¿Quién se atreve a alzar su voz contra él? No es Andréi Zviáguintsev, la verdad.
Al Leviatán de verdad le hace frente gente como Alexander Zinóviev. La gente que vive pensando no en premios sino en Gólgota… En la última sesión del club que lleva su nombre sonó la idea de que al totalitarismo del dinero le pueden hacer frente sólo Estados nacionales. Podríamos ponernos de acuerdo, si no fuera por varias dudas. ¿Y acaso son muchos estos estados soberanos en el mundo? ¿Y acaso son lo bastante poderosos como para hacer frente a la globalización a la estadounidense (con la única excepción de China)? Es evidente que Rusia, con todos sus males, es uno de los países semiahorcados que se permite oponerse cuando le tapan la boca. Pero nuestro presidente lo hizo no porque Rusia sea un Estado nacional, sino que porque es más que un país. Hoy la élite rusa está buscando un nombre que conviene para la Gran Rusia, mientras Occidente ya encontró su variante: Imperio del mal.
Y los ciudadanos rusos se esfuerzan por mostrar lo injusto que es la segunda palabra en este apodo, mientras que, lamentablemente, no alzan sus voces contra la primera. Pero precisamente aquí, en la primera palabra, está arraigado lo esencial. Gracias a los esfuerzos de rusófobos, como, por ejemplo, el politólogo Brzezinski, y otros que defienden la teoría del imperialismo ruso, un ciudadano de a pie occidental está convencido de que Rusia es un Imperio. Y cuando se dice Imperio, se supone que es "del mal", porque se desconocen imperios de la virtud, no existe este término en el vocabulario político mundial. Y Occidente saca todo beneficio de estos tópicos pintando su cuadro de cómo una pequeña y soberana Ucrania hace frente al enorme Imperio del mal.
Uno de los objetivos del golpe de Estado en Ucrania organizado por el Departamento del Estado de EEUU es hacer que Rusia responda al nazismo ucraniano con el fascismo ruso y con ambiciones imperialistas. Promueve los movimientos de derecha radicales tanto en Ucrania como en Rusia, al igual que los está cultivando en los países islámicos, aprovechándose de Al Qaeda y Estado Islámico como espantajos para convencer a los pueblos soberanos de colaborar con un mundo "civilizado". Rusia, sin embargo, responde a las ideas unitarias y al nazismo con federalismo e internacionalismo. Y esto irrita hasta no poder más a los globalistas, obligados a aplaudir, y a las chicas disfrazadas, y a los periodistas "independientes", y a los cineastas que siguen la moda y declaran que Leviatán es la avaricia de los funcionarios rusos, un fenómeno nada nuevo y característico para cualquier otro país, en vez de denunciar el racismo oligárquico mundial.
¿Cómo puede liberarse Rusia de las trampas colocadas ante ella? En primer lugar, debe emplearse terminología correcta. Rusia debe identificarse de manera adecuada. Por desgracia, la nueva guerra contra Occidente ha originado un caos en la conciencia de la élite rusa, dando lugar a las ideas de monarquía, reino ortodoxo, horda y ¿cómo no? de imperio. Y esto a pesar de que los ciudadanos de la Federación de Rusia siempre han insistido: a diferencia de Ucrania, no aspiramos a establecer en nuestro territorio un sólo idioma, una sangre o una religión. Nuestro país es una Federación multinacional y multiconfesional. Y como es una Federación, no puede ser un Imperio, ya que es un tipo de orden totalmente diferente.
Imperio es un tipo de Estado que supone el absoluto de la vertical del poder administrativo-político. Es un paraíso para la burocracia y, por lo tanto, infierno para sus pueblos, incluido (y, a veces, sobre todo), el que sostiene al imperio. Los partidarios del imperialismo dan el reino a la burocracia por un "Estado fuerte", afirmando que el pueblo ruso no sabe existir sin un puño del poder estatal. Pero es un discurso peligroso con premisas falsas que empujan a Rusia a la autodestrucción étnica y social. Es para preguntarse: ¿por qué algunos políticos rusos, pese a que la idea del imperialismo es un absurdo manifiesto, están inculcándole a Rusia el formato de una gran potencia? ¿Será sólo por propensión al suicidio? ¿Y no será porque a un Imperio es más fácil destruirlo que a una Federación?
De momento, Rusia tiene argumentos contra los adversarios occidentales que intentan "federalizar" nuestro país respondiendo a nuestro apoyo a Crimea y a, como los tildan, los "separatistas" del sureste de Ucrania: ya es una federación. Y, de reconocer que Rusia es un Imperio, Occidente obtiene pretextos adicionales para acabar con el mundo ruso: en aras de la "liberación" de los pueblos que cayeron en las manos del "Imperio". Esto servirá de argumento para adscribirle al ruso el estatus del idioma de los invasores y mostrarle al mundo que debe no sólo temer sino odiar y liquidar de manera sistémica a los monstruos del Este. Por lo tanto, para no caer bajo el yugo de este Leviatán de verdad, Rusia debería cultivar en vez de los ánimos imperialistas, la idiosincrasia de su cultura singular; en vez de la fuerza administrativa, los valores espirituales.
El nombre correcto que debería emplearse para la Gran Rusia es civilización, donde la Federación de Rusia es una forma estatal de la cual se viste ésta. Los valores fundamentales de esta civilización se remontan al pasado del campesinado ruso que predeterminó la creatividad y solidaridad de su pueblo, se explican por el internacionalismo histórico de Rusia y son condicionados por la conciencia y las virtudes de la ética ortodoxa, y muchos otros aspectos cuya descripción no encaja en un artículo.
La burbuja del imperialismo ruso la hinchan para que los que estén al lado de Zviáguintsev puedan recoger sus galardones por atacar al que pintan como el Leviatán ruso. Para esta gente un Estado fuerte es un Mal absoluto. Para sus firmes oponentes, es la única forma posible de existencia de la nación rusa. Pero no tienen razón ni los unos ni los otros. Lo esencial no es el grado de participación del Estado en la vida de los ciudadanos, sino que su calidad.
Hoy en Rusia ya se dan cuenta de que el Estado en Rusia no puede ser liberal, pero aún no se dan cuenta de que tampoco puede ser imperialista. Y lo peor es que no haya entendimiento de que el Estado contemporáneo puede ser fuerte siempre y cuando sea justo e inteligente. Hoy la fuerza de cualquier Estado estriba no sólo en sus armas nucleares o en el volumen del PIB, es importante también el intelecto, el espíritu de su pueblo. Stalin lo había entendido, y dio posibilidades para que se desarrollara tanto el intelecto tecnocrático, como el Espíritu nacional soviético. Como resultado, la URSS hizo frente a la oligarquía mundial con su ofensiva organizada contra el Este. Igualmente, la Rusia de hoy, rodeada por un cerco hostil, sobrevivirá tan sólo a condición de que permita el desarrollo del pensamiento y el espíritu ruso en todos los puntos de su concentración, sea Moscú, Crimea o Novorossia.
De momento, Rusia ha resguardado este espíritu, lo muestra el alma generosa de los rusos. Los rusos siempre han sido generosos, pero hoy, en el contexto ucraniano, son tan generosos que no sólo acogen a centenares de miles de refugiados de todas las nacionalidades, sino que prestan todo tipo de tratamiento y atención en sus hospitales a los presos ucranianos que participaron en operaciones punitivas. Ucrania, al contrario, difícilmente será fuerte en los próximos decenios. El régimen de Kiev es cada vez más severo e implacable; intenta movilizar y militarizar toda la población, pero esto no le hará fuerte, pues está construyendo una "potencia europea" sobre la sangre, el odio, la mentira y las ideas del centralismo.
Pero volvamos a Leviatán. La superpotencia global no está interesada en que el espíritu se forme en ninguna parte de mundo, lo está desplazando en favor de la satisfacción y saturación. Es el grado de la satisfacción física el que sirve de indicador de un estado civilizado en Occidente hoy. En esta situación, Rusia debería proponer como contrapeso al Imperio global de dinero y chicle no una réplica simplificada de Leviatán, sino su civilización singular. El entendimiento de su naturaleza va a generar, y ya está generando, no una nueva utopía, sino que una nueva ideología, realista, basada sobre valores, una ideología del desarrollo del mundo ruso y Eurasia.