"Luchó por nuestra independencia, levantó una nación donde no había nada y nos hizo sentirnos orgullosos de ser singapureses. No veremos a otro hombre como él", ha dicho hoy Lee Hsien Loong, su hijo y primer ministro actual, en una sentida intervención televisada.
En la excepcionalidad de Lee coinciden tanto quienes aplauden sus logros económicos como quienes critican sus políticas restrictivas de los derechos humanos.
Lee fue el artífice de una transformación sin precedentes al convertir una pequeña excolonia británica sin recursos naturales y atomizada en etnias malayas, chinas e indias en uno de los mayores centros financieros globales.
Singapur disfruta de una de las rentas per cápita más altas del mundo, una tasa de criminalidad muy baja y calles limpias gracias a prohibiciones como la de mascar chicle y castigos corporales por vandalismo.
Lee nación en Singapur en 1923 en el seno de una familia étnica china, aunque siempre manifestó su lejanía del gigante asiático.
"No tengo lazos con China ni tengo amigos en China", dijo décadas atrás.
Durante la invasión japonesa ejerció de traductor para la prensa nipona y, ya con Singapur bajo la ocupación británica, viajó hasta el Reino Unido para formarse.
En Cambridge estudió Derecho y empezó a involucrarse en los movimientos que pedían el fin de la colonización británica.
De vuelta en Singapur, fundó el Partido de Acción Popular que ha gobernado en la ciudad-estado desde 1959, dos años después de que Reino Unido acordara el fin de la ocupación colonial, hasta hoy.
En 1990, tras más de 31 años como primer ministro, dio el testigo a Goh Chok Tong, aunque seguiría ejerciendo su poderosa influencia hasta que los achaques de salud le forzaron a apartarse.
En 2004, Goh fue relevado por Lee Hsien Loong, hijo del ahora fallecido.
Lee convenció a Malasia para fundirse con Singapur en 1963, pero sólo dos años después se escindió debido a las tensiones étnicas y empezó a pilotar la gran transformación económica.
El líder histórico atrajo la inversión internacional y luchó contra la corrupción para lograr un sistema financiero que muchos consideran ejemplar.
Lee también hizo gala de un nacionalismo asiático, criticando el deterioro moral de Occidente y primando el desarrollo conjunto de la nación frente a los derechos individuales, y expresó su voluntad de que Singapur nunca siguiese la senda de las potencias occidentales.
"Tendríamos más pobres en las calles y durmiendo al raso, más drogas, más crímenes, más madres solteras y delincuencia juvenil, una sociedad problemática y una economía más pobre", aseguró.
Lee ejerció una gran influencia en la vida de los singapureses con una forma de gobernar paternalista.
Puso en práctica un exitoso plan de acceso a la vivienda, erradicó el analfabetismo y llegó a subvencionar a las mujeres con alto nivel educativo para que tuvieran hijos y así mejorar la línea genética nacional.
Pero las organizaciones de derechos humanos sostienen que la otra cara del milagro económico ha sido el recorte de numerosas libertades individuales.
Lee mostraba mano dura e insultaba a cualquiera que identificara como rival político.
"Pagaríamos un alto precio si los mediocres y oportunistas llegasen a tomar el poder, cinco años con ese Gobierno bastarían para que Singapur se arrodillara", manifestó.
La persecución a opositores, la política sobre gays y lesbianas, las restricciones en internet o el amordazamiento de la prensa contraria al Gobierno son lamentos habituales de las organizaciones de derechos humanos.
El Gobierno se ha querellado por difamación contra los internautas que han criticado sus políticas en blogs.
La muerte de Lee ha revelado la brecha generacional en los cuatro millones de habitantes de la ciudad-estado.
Los más mayores le veneran como a un padre por haber convertido Singapur en una de las naciones más prósperas del mundo mientras las nuevas generaciones subrayan la falta de derechos humanos y lamentan las crecientes desigualdades económicas o la desbocada inflación inmobiliaria.
Tras la muerte de la figura que llevó el timón de la nación durante más de tres décadas, existe la incertidumbre de qué rumbo tomará ahora Singapur.