"Putin sigue implicado en Ucrania por razones que en gran medida parecen pedagógicas", afirman los coautores del artículo.
El mensaje del líder ruso a un Occidente moralista es que Rusia no tolerará la intromisión en el espacio postsoviético que, a excepción de los Estados bálticos, ve como ámbito exclusivo de su influencia.
También quiere demostrar a los ucranianos que, a la larga, Occidente no se preocupa por ellos. Los estadounidenses no pelearán por ellos, y los europeos no darán el dinero que tanta falta hace a su Gobierno.
También la motivación de Occidente en Ucrania parece más pedagógica que estratégica: demostrar a Putin que cambiar las fronteras por la fuerza es inaceptable en la Europa de hoy.
Occidente confía en que las sanciones económicas, junto con las bajas militares sobre el terreno, obligarán a Rusia a aceptar humildemente su condición de potencia de tercera categoría tras la Guerra Fría.
Cuando las partes negociadoras persiguen claros objetivos estratégicos, pueden aceptar que la mitad de un pastel es mejor que nada. Pero si ambas solo quieren darse una lección una a otra, carecen de la base común necesaria para elaborar un compromiso aceptable.
Es una de las razones por qué las negociaciones de hoy sobre Ucrania están condenadas a conseguir solo parches, treguas de corta duración, no una solución a largo plazo como la alcanzada tras la guerra de Bosnia, concluye el artículo.