La 51ª Conferencia de Seguridad en Múnich, que se celebró el pasado fin de semana, ha contribuido en gran medida a que semejante sensación esté en el aire. Una polémica abierta entre la canciller alemana, Angela Merkel, y el vicepresidente de EEUU, Joe Biden, sobre la necesidad de enviar armas letales a Ucrania ha demostrado importantes discrepancias transatlánticas. Pero al mismo tiempo ha puesto de manifiesto el hecho de que estas discrepancias son cada vez menos favorables para Rusia.
Los líderes de Occidente no discrepan en público sobre el enfoque común sobre los acontecimientos en Ucrania. Ignoran por sistema todos los argumentos de Rusia al respecto.
La reacción claramente hostil de la sala al discurso del canciller ruso, Serguéi Lavrov, realmente poco habitual en semejantes foros, también lo ha confirmado.
EEUU y Europa discrepan sobre las medidas de presión a Rusia. Mientras Washington prefiere ejercer presión militar mediante posibles suministros de armas a Kiev, Europa teme una respuesta del Kremlin.
El viejo continente aboga por medidas diplomáticas y sanciones económicas.
Pero en cualquier caso se nota un profundo distanciamiento entre Occidente y Rusia. En este sentido ya están viviendo en la atmósfera de una nueva Guerra Fría, sin verdadera intención de llegar a un acuerdo. Lo único que pretenden es intentar a minimizar los daños.