“Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”.
Asentado el dolor, contenida la furia luego de una semana triste, hora es de que la Francia cartesiana razone tras la cobarde agresión contra la revista satírica “Charlie Hebdo” el detalle que realmente perturba el entendimiento: la preparación militar de los asesinos, manifiesta en el letal dominio de las armas y en lo mortífero de su empleo.
Fue, sin dudas, una acción premeditada, perpetrada fríamente por Said y Cherif Kouachi, no la venganza impulsiva de un par de lobos solitarios hermanados por la sangre y el Islam. Asumir lo ocurrido en Francia el pasado 7 de enero tan sólo como un inmisericorde ataque a la libertad de expresión, el desagravio por la presunta blasfemia cometida por los caricaturistas de la revista al dibujar a Mahoma –cuya representación, por cierto, el Corán no condena en ninguna de sus aleyas– y mofarse de sus seguidores, es rebajar los atentados contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 a un simple ataque a la soberbia de la arquitectura occidental por rascar los cielos donde mora Alá.
No alienta la islamofobia el atisbar tras la sangrienta jornada del 7 de enero otro capítulo aterrador de lo que parece ser el equivalente muslime de las Cruzadas. Si entonces el dominar Tierra Santa fue la excusa de los nobles feudales para extenderse y controlar el comercio con Asia junto a la apetencia pontifical por el Oriente católico, hoy el Islam intolerante parece querer imponer la medialuna donde la cruz ha señoreado por siglos.
Es la guerra. Una guerra que en los tiempos globalizados y mediáticos en que vivimos participa de ambos rasgos. De ahí ese yihadismo transnacionalizado (se habla de Al Qaeda Yemen como se puede hablar de Coca Cola México), de ahí la espectacularidad de los métodos (como las decapitaciones videograbadas del Estado Islámico de Irak y el Levante), de ahí la viralización del miedo con atentados como el de París, acciones que no deben leerse como episodios aislados a los que unifica el odio, sino entenderse como puntuales declaraciones de una guerra transfronteriza ajena a la frialdad de la política y la ideología, una guerra sucia más afín al terrorismo urbano de los años 70 del pasado siglo y a su premisa de que el ruido de las balas guerrilleras en las montañas debía escucharse también en la ciudad.
El silencio mayoritario del mundo musulmán o la simple condena del método ante lo ocurrido en Francia –“no estoy de acuerdo con lo que haces, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarte (con las armas)”, diría un Voltaire islamizado– revelan que para enfrentar la amenaza de quienes leen el Corán como si del libro “De la Guerra” de von Clausewitz se tratara, amenaza alentada por la indiferencia
Frente a hechos como los ocurridos en Francia –sea obra de Al Qaeda, sea obra del Estado Islámico– no cabe ilustrar: sólo cabe actuar de conjunto y sin demoras ahora que el reptil se distingue tras la fina membrana, ahora que aún no ha roto el huevo. Mañana puede que la torre Eiffel termine convertida por el terror y el colaboracionismo en un gigantesco minarete desde el cual el almuecín llame a los fieles de todo el mundo a las cinco oraciones diarias.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK