El bloqueo no acabó con Fidel, que vio desfilar a casi una docena de barandas en la Casa Blanca. Toca darle portazo al abecedario del odio mutuo, ese oficio de tinieblas y espías en el que las naciones satélite ponían el llanto.
— Y usted, ¿qué opina de lo que ha hecho Obama?

Me lo pregunta a bocajarro, según subo a su taxi, Ramón Rolández, dominicano, cuarenta años en EEUU, veterano de cuando los zombies del crack y la heroína asesinaban a veinte compañeros del gremio por temporada.
Respondo con cautela, consciente de que la sangre hirvió más allá de la Pequeña Havana y el Malecón.
Acorralados por la historia, huérfanos de una épica que se ha quedado para dormir a los bisnietos, los dirigentes cubanos se han aliado con un presidente estadounidense decidido a salir en tromba, acosado por un legislativo hostil.
Juntos, han transformado la mutua debilidad en un bolero que será melodía de amor eléctrico del siglo XXI.
Lo de menos son las pataletas de la derecha en Florida o los negros augurios de quienes piensan que aquí no termina nada, y menos que nada el bloqueo. La historia es una partera terrible, no espera a nadie.
En Cuba no hay otro camino que la conquista de la democracia mientras defiende los fabulosos logros sociales. Y hace tiempo que las mentes más lúcidas de EEUU saben que no tenía un pase apoyar políticas del 61.
Repetir la fotografía de Naciones Unidas, cuando sólo Israel y cuatro archipiélagos del Pacífico votan junto a EEUU en favor del embargo, es ya insostenible.
El país de Robert Mitchum y Gary Cooper no podía mantenerse en el papel de aquel doctor Frankenstein que gritaba "It´s alive!" frente al cadáver de la Guerra Fría.