Craig Spencer, doctor de Médicos sin Fronteras diagnosticado con el ébola, permanece hospitalizado y aislado en una unidad especial del hospital Bellevue de Nueva York.
El centro, uno de los más emblemáticos de la ciudad, cuenta con un formidable grupo de profesionales en las más variadas disciplinas, desde especialistas en infecciones de alto riesgo hasta la legendaria unidad que atiende a víctimas de torturas con estrés post-traumático, la mayoría inmigrantes que llegan a EEUU huyendo de diversos conflictos.
"Estamos preparados para cualquier eventualidad", ha explicado el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo.
Tanto Cuomo como el alcalde, Bill de Blasio, insisten en que hasta ocho centros hospitalarios de la ciudad han sido acomodados para hacer frente al ébola.
Lo sucedido en Texas, donde dos enfermeras se contagiaron del virus mientras atendían a Thomas Eric Ducan, permitirá reaccionar con más garantías.
"El ébola es una enfermedad muy grave", dijo de Blasio, "pero no se transmite por el aire". Cualquier precauciónes poca con tal de evitar la propagación de los efectos colaterales asociados al ébola, la paranonia, el miedo y los sulfúricos mensajes de corte apocalíptico que desde hace días inundan las tertulias.
Spencer, que pertenece a la plantilla del Presbyterian/Columbia Medical Center, ha sido definido por su centro de trabajo como "Un dedicado humanista, que viajó a un área con una crisis médica para ayudar a una población desesperadamente desatendida".
De 33 años, los portavoces del Columbia Medical Center insisten en que Spencer "siempre ha puesto a los pacientes por delante" y subrayan que no ha trabajado en su hospital ni atendido a nadie desde que regresó de su vuelo transoceánico.
El médico esperaba reincorporarse a su puesto una vez transcurridos los veintiún días preceptivos para corroborar o descartar que una persona tiene ébola.
Gracias a la información difundida por las autoridades sanitarias sabemos que Spencer estuvo en Guinea trabajando para la ONG en el tratamiento de enfermos de ébola.
El 14 de octubre voló a Bruselas y el 17 aterrizó en Nueva York, la ciudad donde reside. No mostró síntomas hasta ayer jueves, cuando comenzó a sufrir dolores en el pecho y se le disparó la fiebre.
Poco después un equipo médico desplazado a su casa decidió su ingreso inmediato en un hospital. Al menos tres personas, entre ellas su pareja, habrían tenido contacto directo con el médico el ébola ya era sintomático, por tanto, susceptible de contagiarse. Las tres permanecen en observación.
Hay que recordar que la enfermedad sólo puede transmitirse a través del contacto con los fluidos de la persona infectada. Esto sólo sucederá una vez que el enfermo haya desarrollado los primeros síntomas, que pueden comprender fiebre, vómitos, diarreas, hemorragias, etc.
A la noticia del diagnóstico, el cuarto por ébola en EEUU, le ha sucedido una salva de peticiones para impedir los vuelos con los países afectados.
El problema es que EEUU no mantiene vuelos directos con Guinea, Liberia o Sierra Leona, y tanto la Organización Mundial de la Salud como el Centro para la Prevención y Contagio de Enfermedades de Estados Unidos ya han advertido de que un hipotético veto a los vuelos crearía más problemas que soluciones.
Primero, porque fomentaría que los pasajeros del Oeste de África, que llegan a EEUU procedentes de terceros países, generalmente de la Unión Europea, podrían mentir en las aduanas, imposibilitando que se les hiciera un seguimiento tras aterrizar en el país.
Pero sobre todo porque la esperanza para evitar una pandemia global pasa por controlar el ébola en su foco, esto es, en los países africanos que luchan contra la enfermedad, y difícilmente podrá lograrse tal fin si se entorpece el tránsito de personal y medios sanitarios a las regiones más afectadas.