EEUU ha despedido a Robin Williams con una mezcla de emotividad, sorpresa y melancolía, consciente de que entierra a «uno de los más explosivos, prodigiosos comediantes orales que jamás hayan vivido, y en el que lo único más rápido que su lengua era su mente», tal y como ha escrito el crítico de cine titular del New York Times, A.O. Scott.
Insoslayable en la memoria sentimental de un par de generaciones, el disc-jockey libertario de 'Good Morning Vietnam'; el profesor que insufla orgullo a sus alumnos a base de recitar a Walt Whitman en 'El Club de los Poetas Muertos'; la incendiaria 'Señora Doubtfire'; el hombre asaeteado por la vida en 'El rey pescador'; el director de cine hilarantemente desenfocado de esa obra maestra tardía de Woody Allen llamada 'Deconstructing Harry'; el terapeuta de 'El indomable Will Hunting', el asesino de 'Insomnia' (uno de sus títulos menos reconocidos y más interesantes, fabuloso junto a un no menos fantástico Al Pacino), o el Peter Pan, algo talludito que hiciera junto a Steven Spielberg, entre otras mil películas, fue un digno sucesor de histriones como Peter Sellers: camaleónico, irresistible, brillante y, también, atormentado.
Era bien conocida su adicción al alcohol y las drogas, que arrastró durante parte de los setenta y ochenta, y se especulaba con una depresión desde 2009. Aunque todavía no se ha confirmado de forma oficial, todo apunta a que Williams, de 63 años, murió por su propia mano, suicidándose en su casa de la isla Tiburón, en la Bahía de San Francisco.
«Esta mañana he perdido a mi marido y mi mejor amigo, mientras el mundo pierde a uno de sus más queridos artistas y una bellísima persona». El comunicado de su esposa, Susan Schnerder, expresa el deseo de que «el foco no se sitúe sobre la muerte de William, sino en los incontables momentos de felicidad y risas que proporcionó a millones».
«Un caballero», expresó Steve Martin; «Genio», para la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood; «Mi querido hermano y amigo», dijo Quincy Jones; «Tengo el corazón roto», comentó Gloria Stefan; «Descanse en paz uno de los mejores, Sir Robin Williams», expresó el grupo Def Leppard. A sus lamentos se unían Mia Farrow, Katy Perry, Tom Morello, Kevin Spacey, Faye Dunaway, Taylor Swift, Lindsay Loham, John Cusack… «Su cerebro desafiaba la gravedad, su rostro era de goma, los ecos de la risa que inspiró resonarán el cosmos y su muerte a la edad de 63 años parece imposible», escribe la columnista de Los Angeles Times, Mary McNamara, para quien «No importa cuántas veces nos sea recordada la naturaleza democrática de la muerte, hay gente que parece exenta».
El presidente Obama ha destacado que Williams «regaló su inmenso talento libre y generosamente a quienes más lo necesitaban, desde nuestras tropas destinadas en el extranjero a los marginados en nuestras propias calles». Pero quizá nada se haya repetido más que los versos que Walt Whitman dedicó al presidente Lincoln, y que un Williams inolvidable recitaba a sus alumnos en la citada 'El Club de los Poetas Muertos': «¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Levántate/ y escucha las campanas;/ levántate, izan la bandera por ti».