Faltan cuatro días para que el presidente Obama se reúna en la Casa Blanca con los presidentes de Honduras, Juan Orlando Hernández, Guatemala, Otto Pérez Molina, y El Salvador, Salvador Sánchez Cerén.
El día 25, en un encuentro al máximo nivel, los mandatarios de los cuatro países involucrados en la crisis provocada por la afluencia récord de menores centroamericanos que cruzan ilegalmente la frontera con EE UU, más de 50.000 en lo que va de año.
El objetivo, en palabras del presidente guatemalteco, el objetivo será "encontrar soluciones a mediano y largo plazo", soluciones duraderas, en fin, que ataquen la raíz del problema.
La reunión se enmarca en un clima político de gran tensión para el gobierno de Obama, empeñado en convencer a los republicanos en el Congreso para que den luz verde a una ayuda extraordinaria de 3.700 millones de dólares.
Con ese dinero se pretende reforzar tanto la seguridad en la frontera como los tribunales especiales encargados de estudiar individualmente los casos, así como mejorar las condiciones técnicas y sanitarias de los albergues donde ingresaron los menores.
Por su parte los senadores John Cornyn, republicano, y Henry Cuellar, demócrata, trabajan en la posibilidad de enmendar la ley de 2008 contra el tráfico de personas, a la que muchos responsabilizan de haber creado un vacío legal que aprovechan las mafias.
Todo lo anterior se enmarca en un contexto de lucha política no exenta de demagogia, con el ala más dura del partido republicano clamando por acelerar las repatriaciones. Algunos, como el senador Ted Cruz, han llegado a pedir que se expulse a los llamados dreamers, millones de niños y jóvenes indocumentados que han crecido y estudiado en EE UU durante casi toda su vida.
Del otro lado son numerosos los políticos, expertos en inmigración y portavoces de movimientos sociales convencidos de que el problema opera a varios niveles, y que será fundamental intervenir en Centroamérica, consolidar su desarrollo y controlar la violencia a fin de paliar una crisis humanitaria y política que ha ensombrecido como ninguna otra la segunda legislatura del presidente Obama.
