Valentín Tepliakov, el artista que juntó a Chéjov y Piazzola

© RIA Novosti . Alexei Filippov / Acceder al contenido multimediaValentín Tepliakov, director de teatro
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Valentín Tepliakov logró juntar dos grandes obras y a dos clásicos, Las Tres Hermanas del ruso Antón Chéjov y Adiós, Nonino del argentino Astor Piazzolla.

Juntar dos grandes obras y a dos clásicos, Las Tres Hermanas del ruso Antón Chéjov y Adiós, Nonino del argentino Astor Piazzolla, sin traicionar el espíritu de ninguno, fue uno de los frutos de los seminarios que impartió en América Latina, Portugal, China y la India Valentín Tepliakov, director de teatro ruso y durante una veintena de años decano de la Facultad de Interpretación de la Academia de Arte Teatral (GITIS), una de las más prestigiosas de Rusia. Hoy comparte con Nóvosti los recuerdos de sus vivencias latinoamericanas.

La puesta en escena de Las Tres Hermanas fue resultado de su primer viaje al continente sudamericano, a Buenos Aires. Alguien le regaló un casete de Astor Piazzolla, a quien nunca antes había oído. Le encantó. Escuchó otra pieza, y otras más. Y luego, en dos de sus estudiantes de la Escuela Nacional de Arte Dramático, Silvina Mañanes y Silvina Zorzoli, reconoció a la Masha e Irina chejovianas.

Fue a ver al rector y le dijo que iba a montar el espectáculo en dos o tres semanas. Carlos Gandolfo le respondió: “Imposible en tan poco tiempo”.

Tepliakov lo consiguió. Lo primero que hizo fue pedir a todos los actores que seleccionó traer grabaciones de Piazzolla, y construyó el espectáculo al puro estilo argentino, con el tango de protagonista en los momentos cruciales de la representación.

“Para mí fue muy importante conseguir una fusión natural”, dice el director, y recuerda satisfecho que la obra conmovió a los espectadores.

Cuando al cabo de un par de semanas el rector y la dirección de la escuela vieron el trabajo, quedaron tan impresionados que propusieron estrenar el espectáculo en el Teatro Nacional Cervantes. Tepliakov aceptó, pero a condición de que la sala fuese pequeña, parecida al local en donde habían ensayado los actores.

En 1995 la obra se mostró en Moscú, en el marco del festival de Escuelas de Teatro Podium y cosechó grandes elogios de la prensa especializada.

“Volví a Argentina con un taller al cabo de unos diez años, y la famosa actriz argentina Dora Baret me dijo: “Señor Valentín, usted fue el primero en mostrarnos cómo se puede reunir a Chéjov, el tango y a Piazzola”, recuerda Tepliakov.

Después de Argentina, también visitó Uruguay, Brasil y Chile e impartió clases de interpretación. También montó Los Bajos Fondos de Gorki en Buenos Aires, y, por primera vez en América Latina, Ivanov de Chéjov en Montevideo.

Allí, en América Latina, dice, lo que más le impresionó fue la gente.

“Para mí como artista lo más importante es comprender a las personas, sentir el ambiente… No pretendo llegar para enseñar, instruir, inculcar… Siempre voy a aprender, para que algo cambie dentro de mí”, subrayó.

Para Tepliakov, los latinoamericanos “saben superar con dignidad las dificultades que la vida les depara”, son “sinceros, simpáticos y diferentes”.

De todos los viajes que hizo, uno de los más emocionantes fue a Chile.

En los años setentas, impresionado por el golpe de Estado de Pinochet, realizó el montaje de un espectáculo, Invocación, basado en poemas de Pablo Neruda y otros poetas hispanos.

“Me impresionó que después de que dejaran salir a las mujeres, Salvador Allende también propuso a sus guardias que se fueran –entraban en el Grupo de Amigos Personales y sus nombres no se conocen– pero ellos se negaron a abandonar el palacio”, cuenta.

“Me emocionó mucho” dice, pues “sabían perfectamente que si se quedaban ya no saldrían con vida”.

Desde entonces soñó con Santiago. Cuando llegó y en el aeropuerto le preguntaron adónde le gustaría ir primero, respondió: “A La Moneda”.

Además, inesperadamente, la capital chilena, rodeada de montañas, le recordó la ciudad de su infancia, Nalchik, en el Cáucaso ruso.

El teatro que vio en los países latinoamericanos funde varias tradiciones nacionales, “a veces parecidas como la española y la italiana, pero no similares”.

“Creo que el teatro latinoamericano conserva la tradición de Europa Occidental, que a principios del siglo XX se formó bajo una fuerte influencia de Stanislavski, del teatro ruso”, opina.

Y los actores de los cuatro países latinoamericanos donde trabajó, con toda su “gran sinceridad y  pasión”,  “anhelan conocer la escuela rusa y por su veracidad de interpretación”, comenta.

A diferencia de Rusia, donde su sistema es la base de la preparación del actor, en las escuelas hispanas de teatro Stanislavski se imparte como estética y se interpreta como “un teatro naturalista y costumbrista”, algo que, a juicio de Tepliakov es “absolutamente erróneo”.

“Intenté convencerles de que Stanislavski es un teatro latente, un método que se debe vivir”, señala.

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