La más reciente marcha, realizada durante los primeros días de mayo en la capital cubana a través de uno de sus más céntricos paseos, es la tercera que organiza la que ha dado en llamarse “comunidad lesbiana-gay-transexual” cubana, que en los últimos años ha ganado en presencia, actividad y representatividad gracias, entre otros factores, al apoyo brindado y al trabajo realizado por el Centro Nacional de Educación Sexual que dirige Mariela Castro, hija del actual presidente cubano Raúl Castro.
Unos pocos días después de la colorida y festiva manifestación, un centro cultural de una ciudad de provincias donde desde hace muchos años homosexuales y travestis tienen un espacio artístico, acogía un debate sobre la exigencia pública de la “comunidad” a que se legisle y acepte la existencia de los matrimonios entre homosexuales, con los mismos derechos civiles y legales de la institución tradicionalmente dedicada a personas de sexos opuestos (o complementarios, ¿no?).
No puede dejar de ser notable que en Cuba un asunto tan sensible como lo ha sido históricamente el de la homosexualidad y el de las actitudes homofóbicas esté alcanzando tales niveles de visibilidad pública y de exigencia social.
Como parte de la tradición hispano-católica que en los tiempos coloniales ejerció el poder social en Cuba y creó la moral predominante hasta nuestros días, la homosexualidad ha sufrido en la isla las más disímiles represiones y marginaciones. Por décadas se le ha estimado una “desviación” sexual y no una preferencia, e incluso se le consideró una enfermedad que se pretendía curar con psiquiatras, psicólogos y dosis de hormonas rectificadoras.
En los años revolucionarios la situación del homosexual cubano se complicó más aun, pues no solo recibía el rechazo moral, sino también la marginación política. En el país se llegó a los extremos de crear campos de trabajo en los cuales los homosexuales eran confinados, o a la acción de marginarlos de sus trabajos y de sus centros de estudio en la década de los setentas, gracias a procesos como la llamada “parametración” que se aplicó en el mundo artístico y docente y que implicaba el castigo del ostracismo para quienes no cumplieran ciertos “parámetros”, entre ellos el de carácter sexual hetero. En las universidades, además, gracias a procesos como el llamado de “profundización de la conciencia revolucionaria” también se hostigó a gays y lesbianas, con independencia de que pudieran ser o no buenos estudiantes.
Ya en los ochentas se comenzó a advertir una cierta tolerancia hacia los miembros de la “comunidad”, cuya presencia se hizo más visible y ostentosa a lo largo de los años que siguieron a la desaparición de la Unión Soviética y la llegada de la gran crisis económica y social de finales del siglo pasado.
Fue por esa época en que, de forma clandestina pero persistente, surgieron en diferentes partes del país centros en donde se reunían los homosexuales y se celebraban espectáculos de travestis, siempre presionados por las autoridades –que realizaron más de un operativo policial– pero con menor vehemencia que la existente en los años anteriores.
Donde más lenta pero quizás más decisivamente se produjo la gran transformación que hoy se ve respecto a la existencia y práctica del sexo homo, fue en el seno de las familias. Aunque el cambio no ha sido radical, los nuevos tiempos y las opciones por defender su preferencia sexual por parte de los homosexuales ha terminado por imponerse y aunque muchos padres consideren una “desgracia” tener un hijo gay, otros muchos lo aceptan con resignación y hasta con respeto.
De hecho hoy son centenares de homosexuales cubanos los que viven en parejas sin que por ello reciban un rechazo social o familiar especialmente agresivo. Por otro lado, de manera evidente, muchas personas exhiben su homosexualidad públicamente, a veces incluso de manera desafiante, sin que las reacciones sociales –en la mayoría de los casos- resulten drásticas hacia ellos.
No obstante, la lucha por su derecho a existir y a practicar libremente su preferencia sexual sigue siendo un asunto que no ha sido totalmente resuelto por la sociedad cubana. Los atavismos culturales, las rémoras morales, los prejuicios humanos resultan muy difíciles de transformar –mucho más difíciles, incluso, que los políticos.
Pero, en cualquier caso, el avance es notable. Ser gay, en Cuba, ha dejado de ser un lastre limitante en la esfera social, y muy bien vendría que a niveles incluso legales se produjeran las adecuaciones de leyes y aceptaciones que los tiempos modernos exigen. Si Cuba está cambiando muchas estructuras de su economía y de su sistema social, ¿por qué no dar el salto de la tolerancia al de la aceptación plena de personas cuya esencia sexual se realiza en la intimidad con otras personas de su mismo sexo?
*Leonardo Padura, uno de los novelistas escritores más prometedores e internacionales de la lengua española. La obra de este escritor y periodista cubano ha sido traducida a más de una decena de idiomas.
Premios Hammett, Nacional de Literatura de Cuba, Raymond Chandler, Orden de las Artes y las Letras (Francia) 2013.
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