Dmitri Vinográdov ha intentado averiguar cuáles son las diferencias entre los 'colgados' y los 'roofers' y qué es lo que mueve a los adolescentes a subirse a los rascacielos y quedarse suspendidos en el vacío sin ningún tipo de elemento de seguridad.
Un nuevo pasatiempo se está haciendo cada vez más popular entre la juventud rusa. Se trata de una afición de riesgo y ciertamente muy peligrosa: quedarse suspendidos a gran altura. Sin ningún elemento de seguridad, estos amantes del riesgo se quedan literalmente colgados en el vacío, sujetándose únicamente con sus manos y, en ocasiones, incluso con una sola mano. Se trata de una práctica extremadamente peligrosa y prohibida por la ley, como advierten los expertos consultados. Y, sin embargo, estos peligros no son sino un acicate para estos jóvenes temerarios.
Cómo el Mustang sacudió a San Petersburgo
Aparece un chaval sobre una pierna en una de las barras de un poste de la luz. Se puede oír con claridad cómo el viento hincha su camisa y casi le levanta. Pero el 'roofer' logra mantener el equilibrio y salta varias veces a la pata coja. Después, se queda colgado de una barra sujetándose sólo con las manos y varias veces se estira, las suelta y se vuelve a agarrar en el último momento. La cámara enfoca entonces el suelo: debajo del 'roofer' hay una caída de varias decenas de metros. Este vídeo lo ha subido Mustang, uno de los líderes y divulgadores de esta nueva afición juvenil: el cuelgue o la suspensión. La práctica ha llegado como un paso más allá del 'roofing', que consiste simplemente en subirse sin permiso a las azoteas de los edificios. En cuestión de meses la nueva moda se ha extendido entre los amantes de los deportes de riesgo y, hay que decir que, frente a ella, el 'roofing' parece un tranquilo paseo de unos jubilados.
En este medio año, el 'roofing' ha evolucionado. Es como si a los 'roofers' se les hubiese quedado pequeño el subirse a las más grandes alturas: ahora necesitan quedarse colgando allí sólo con sus manos, poniendo en riesgo sus vidas.
Uno de los fundadores de esta nueva corriente es Mustang, un enigmático joven de 25 años nacido en Kiev que cuelga sus vídeos en la página Web Mustang Wanted. De él se sabe sólo que se llama Grigori y que trabaja, según sus propias palabras, de “gamberro”.
En mayo, Mustang se hizo famoso en Rusia tras su viaje a San Petersburgo. A los 'roofers' les encanta “ir de visita” a otras ciudades y encaramarse a sus lugares de interés. Mustang esperó a que se levantaran los puentes y se colgó, sujetándose con una sola mano del borde de uno de ellos. Con la otra mano estaba agitando una impresionante bengala. Sus amigos cuentan entre risas que hubo que parar la navegación por el Neva y volver a bajar el puente. Para escapar de los policías, el joven saltó a las frías aguas del río y, una vez en la orilla, se alejó a toda velocidad en una moto.
En la página personal de el Mustang aparece el siguiente aviso: “Todo lo que vea en las fotos y vídeos está hecho por profesionales que tienen la necesaria formación. Insistimos en que no intente repetirlo, porque las consecuencias podrían ser letales”. A pesar de ello, muchos aficionados se atreven a repetir estos trucos mortales.
“Lo que da más miedo no es estar colgado, sino bajar”
En realidad, colgados lo que se dice colgados en el vacío estos chicos están sólo unos segundos; el tiempo suficiente para que otro 'roofer' les haga una foto. Cuestión distinta es que esos pocos segundos sean más que suficientes para caerse si los dedos no son capaces de sostener el peso del cuerpo. “Mis dedos no cederán en ningún caso, incluso si tienen que soportar mucho dolor”, asegura convencido Serguei Semiónov, un 'roofer' moscovita de 17 años que ha sentido la atracción de esta nueva modalidad del riesgo.
El es uno de los que se ha inspirado en el Mustang. Como comenta a RIA Novosti Semiónov, al principio simplemente le gustaba, como a los demás 'roofers', colarse por los tejados. Pero, una vez vista la página web Mustang Wanted, decidió aumentar su nivel de adrenalina en la sangre.
“La primera vez pasé mucho miedo”, dice Serguei recordando su primera experiencia. Durante diez minutos no me sentí capaz de hacerlo “a pesar de que nos encontrábamos en un edificio de 16 plantas”. “Pensaba: ¿y si no aguantan mis manos? ¿Y si resbalan? ¿Y si no aguanta la barandilla?”, confiesa. Pero después se decidió, echó sus piernas más allá del tejado y se quedó allí suspendido. “Un amigo que venía conmigo pensaba que estaba haciendo algún tipo de trampa, que me sostenía con las piernas o algo; pero luego no tuvo más remedio que creer en lo que veía porque le mostré mis piernas por detrás”, recuerda.
“Me gustó. Todo el mundo sueña con volar. Y cuando estás ahí colgado, es como si te relajaras; te olvidas de la mano, te olvidas de que estás ahí suspendido y sientes como si volaras”. Así explica Serguei por qué practica este “deporte”.
Serguei reconoce que es extremadamente peligroso. “No se lo recomiendo a nadie: para hacerlo hay que tener un gran control sobre tu cuerpo”, dice.
“Simplemente no piensas en que te vas a caer al vacío. Cuando llega el momento de bajar, además, siempre tengo a alguien cerca con quien estoy hablando”, comparte sus secretos Serguei. En palabras de este 'roofer', “lo que da más miedo no es estar colgado, sino bajar”.
En unos cuantos meses, Serguei ha estado “colgado” en unos cuantos edificios bien conocidos por los 'roofers'. “La mayor altura a la que he estado colgado es el piso 52 del edificio “Continental”. También ha estado suspendido en el edificio de la Casa del Libro en el Nuevo Arbat y también en el edificio Dos Capitanes. Además, en el barrio en el que vive ya se ha colgado de ocho azoteas.
Semiónov puede llegar a enfadarse mucho si su compañero de correrías no logra fotografiarle: durante su último ascenso se estropeó la cámara y no logró hacerle la foto a tiempo mientras estaba colgado. Y es que la foto es lo más importante.
Serguei no hace ningún tipo de entrenamiento especial para reforzar los músculos de las manos. Hace flexiones de barra y estiramientos. Una vez que ha estado colgado en el vacío, vuelve al tejado por sus propios medios, flexionando los brazos o ayudándose con las piernas en la pared.
Serguei está a punto de ingresar en una conocida facultad de Derecho. “Mi sueño es convertirme en un buen jurista, pero también que me dé tiempo a colgarme de la grúa del Mercury antes de que la quiten”, nos cuenta sus planes (el edificio, actualmente en construcción, debería estar acabado a finales de verano.
Los familiares de Serguei, por supuesto, están radicalmente en contra de su afición. “Le puedo entender: son emociones fuertes, son aficiones de riesgo; a esa edad, la adrenalina corre por las venas. Pero es hora de dejarlo. No me gustaría que mi hijo muriera tan joven: tiene toda la vida por delante”, comenta a este corresponsal Mijail, el padre de Serguei.
En contra está también María, la novia de Serguei. “Me pone la cabeza como un bombo: me intenta convencer de que al menos deje lo de quedarme colgado y que me limite a trepar a las azoteas”, se queja el 'roofer'.
Una estrella en la estrella
Estos nuevos 'roofers' no sólo rivalizan entre ellos: también se hacen visitas mutuamente y muestran los lugares más atractivos a sus invitados. Los más interesantes para subir, claro está. En junio, Mustang fue a Moscú invitado por Serzh Petrov. Petrov, además del 'roofing' practica otra serie de actividades de riesgo: la espeleología por los túneles del metro y viajar en los techos de los vagones de los trenes o en los enganches de los vagones.
En Moscú, Mustang pudo practicar no sólo el 'roofing', sino también el enganche en vagones.
Su afición le obliga a conocer bien los equipos de los ferrocarriles y del metro. Es posible que estos conocimientos le permitirán trabajar en el futuro como electricista en las vías.
Pero, de momento, ocurren algunos accidentes. Mustang, animado por sus nuevos amigos, se decidió a surfear un poco por los raíles, agarrándose a algún elemento del tren. Pero, con el traqueteo, una de las zapatillas salió volando. Los chavales tuvieron entonces que bajarse del tren para intentar buscarla pero, con tan mala suerte, que cuando la encontraron estaba completamente destrozada. Mustang escribió entonces en su página web que necesitaba calzado nuevo: y alguno de sus seguidores respondió a la llamada y le compró unas zapatillas nuevas Después, los colegas se fueron a trepar hasta la estrella que está en la cúspide del rascacielos de Kotelnicheskaya, para “colgarse” allí un rato.
Con Serzh Petrov y su amigo Iván nos encontramos en una de las cafeterías de Moscú. Acaban de culminar la subida al rascacielos de Krasnie Vorota.
Los chicos acuden a la cita con corbata y camisas bien planchadas: las necesitan para que, cuando lleguen al edificio de oficinas, nadie piense que son unos 'roofers' atrevidos, sino unos animales de la oficina.
Lo único que recuerda en Iván a un 'roofer' es una pulsera trenzada con la imagen de una llave inglesa. “Nos encantan las llaves inglesas”, dice Ivan. “Con ellas somos capaces de abrir cualquier cosa”.
“Nunca causamos ningún desperfecto: siempre intentamos encontrar un agujero”, afirma Serguei. “Nunca rompemos las cosas; no somos como esos chavales que intentan destrozar la puerta. Eso es vieja escuela”.
Le gusta señalar además que no se dan prisa en hacer público que han subido a no sé qué sitio. Creen que su trabajo tiene algo de creativo. Después de subir a un rascacielos, pueden tardar unas dos semanas en montar el vídeo correspondiente. Como no trabajan, pueden no darse prisa.
Serguei no tiene padres. “Me abandonaron cuando era pequeño”, comenta sin explicar las causas. “Me crié con mi abuela”. Su abuela, por cierto, sabe de la afición de su nieto y, claro está, no le gusta. “No te subas ahí arriba”, dice ella.
¿Admiradoras o suicidas?
Mustang no habla con los periodistas. Al mensaje del corresponsal de RIA Novosti contesta lacónicamente: “No me interesa”. Más o menos ese es el tono que mantiene en sus conversaciones en las redes sociales con sus admiradores: seco, contenido y altivo. Mustang es una estrella, y lo sabe de sobra.
“¿Me darías un par de consejos para ir preparando a mi madre para contarle que su hijo arriesga su vida por diversión? Si no, no puedo ni colgar mis fotos, porque las podría ver mi madre”, pregunta uno de sus seguidores. “Contigo no hay nada que hacer, imbécil”, responde el ídolo. Y cuando le preguntan: “¿Cuál es la frase que más te molesta?”, el Mustang responde: “No podrás hacerlo”.
Grisha el Mustang confiesa abiertamente que empezó a practicar el “roofing” para ser popular entre las chicas. “El plan era éste: hacerse famoso y que empezasen a buscarme chicas en las redes sociales. Pero en cuanto superé los dos mil amigos, comprendí que había sido un error. Porque te empiezan a seguir sobre todo tíos y niños, que preguntan: “¿No te da miedo?”.
Una buena parte de sus seguidores, sin embargo, son del género femenino. Las chicas, entusiasmadas por su valentía, le declaran su amor y le escriben que quieren un hijo suyo. He aquí lo que dice una de ellas: “Estoy aquí sentada en esta oficina en la que no se puede respirar y miro tus vídeos. Tengo la sensación de que algo importante pasa a mi lado y se escapa, mientras yo sigo con mis créditos y obligaciones: ¡Que se vayan a tomar por saco! Pero ahí veo tu vida que es completamente distinta. Estoy segura de que a menudo te dicen que ya es hora de dejarlo y todo eso. Hay que trabajar y buscar estabilidad o algo por el estilo. ¡Qué no daría para escapar de mi vida actual…!” Mustang se limita a responder: “Todo está en tus manos, digo, en tus pies!”
Otra chica de doce años escribe arrebatada: “He visto tus fotos. Por cierto, no sola sino con una amiga. Son la hostia.”
Y uno, casi sin querer, se queda pensando en si podría esa chica intentar algo semejante.
Los adultos se oponen
En opinión del psicólogo especializado en la adolescencia Konstantin Oljovoy, a los 'roofers' les mueve la atracción al riesgo, que es muy propia de los adolescentes. “A esta edad, los jóvenes se encuentran en una fase de reestructuración hormonal. Es como si necesitaran la adrenalina. Y, en nuestra actual vida estable y tranquila, los adolescentes buscan sensaciones fuertes. Es una pulsión bastante natural a esa edad”, comenta.
Está de acuerdo el 'roofer' Serguei Semiónov: “Simplemente subir a las azoteas ha dejado de ser interesante”. Tampoco le satisface estar colgado con algún tipo de medida de seguridad. “Me gusta recibir mi dosis de adrenalina, y con medidas de seguridad no la tendría”, reconoce.
Un aspecto importante de esta afición es que se hace ilegalmente. “Lo ilegal es más interesante: el fruto prohibido es el más dulce. Si hubiera un canal oficial para que los 'roofers' subieran a las azoteas, no iría nadie”, cree Oljovoy. En opinión de este especialista, los adolescentes buscan autoafirmarse, contraponiendo su mundo al de los adultos. Además, este psicólogo apunta a otra característica de los jóvenes que no desaparece hasta los 20 o 21 años: la inconsciencia ante la posibilidad de la propia muerte.
El famoso abogado Dmitri Agranovsky está convencido de que el 'roofing' es una actividad “socialmente peligrosa” y debería ser castigada. “Los 'roofers' no sólo arriesgan su vida: ponen todo esto en Internet, sirven de ejemplo a otras personas, que es muy posible que no tengan ningún tipo de preparación para hacer este tipo de cosas”.
Y la verdad es que, cuando uno ve los vídeos de Mustang, le da la impresión de que uno está viendo a uno de los chavales de la casa de al lado; y de que cualquiera podría repetir sus hazañas. Los años de entrenamiento físico no quedan reflejados en la película.
En opinión del jurista Agranovsky, a los 'roofers' se les podría incriminar por el artículo 20.17 del Código de Infracciones Administrativas: “violación del régimen de accesos a un inmueble custodiado”. “No tiene relevancia quién está al cargo de la seguridad del sitio: la policía o una anciana portera. Lo relevante es que la seguridad es legal y que ves que el edificio está custodiado y, pese a todo, decides colarte dentro”, comenta Agranovsky. El artículo prevé multas de entre 300 y 500 rublos: es difícil que estas multas sean disuasorias para estos chicos, se queja el jurista.
En el Código Penal hay artículos más serios: “gamberrismo”, “violación ilegal de la propiedad” y “daños a la propiedad ajena”, advierte el abogado. Pero la verdad es que ni él conoce, ni los 'roofers' han sufrido ningún caso en el que se hayan puesto multas de más de 500 rublos. Casi es más disuasoria la posibilidad de que te peguen una paliza los vigilantes del edificio, sin instrucción y sin juicio.