A primera vista, tiene el aspecto de un enorme desván o trastero. Aquí se guardan cosas que aparentemente ya no sirven, pero que da pena tirar. No tiene entradas (el museo es gratuito), ni vigilantes de sala, ni carteles con una detallada descripción. Pero parece reunir todas aquellas cosas que un día rodearon a los ciudadanos soviéticos en su vida cotidiana.
De la ametralladora Maxim a la tele KVN-49
La pregunta de cuántas piezas exactamente hay aquí resulta imposible de contestar para los propios empleados del museo. Todo lo que está expuesto se ha ido recogiendo durante años. Las cosas han sido aportadas tanto por los fundadores del Museo de la Cultura Industrial, como por aquellos que alguna vez lo han visitado.
"Nuestra colección se está ampliando constantemente", dice el director del museo, Lev Zhelezniakov. "Lo cierto es que apenas puede llamarse un museo en el sentido clásico de la palabra. Cuando se concibió, la idea principal fue que la gente viniera aquí en familia y se contaran las historias de las cosas con las que se han topado a lo largo de la vida".
Y es que aquí hay de todo. Desde la legendaria ametralladora Maxim hasta juguetes, pasando por las primeras lavadoras y PC soviéticos y un temible taladro dental. Al lado de radios antiguas y magnetófonos vemos un gramófono que aún sirve para escuchar discos de vinilo, de los que también hay de sobra en el museo.
La KVN-49, la primera tele soviética en blanco y negro fabricada en masa, es lo que despierta un gran interés de los visitantes. Este "objeto de deseo de las masas" se fabricó en la URSS en diferentes versiones entre 1949 y 1967. Tenía una pantalla muy pequeñita, por lo que se usaban lentes "postizas".
"Fijése que en la parte de atrás la lente tiene un orificio por el que se vertía agua o glicerina", explica Lev Zhelezniakov. "La lente rellena ampliaba la pantalla aproximadamente dos veces. De esta forma, la tele se podía ver sin tener uno que ponerse prácticamente pegado a ella".
Un museo de recuerdos
El Museo de la Cultura Industrial es otra prueba de que, como dice un refrán ruso, lo nuevo no es más que lo viejo bien olvidado. He aquí la colección de bicicletas, por poner un ejemplo. Son muchas aquí, más de medio centenar, desde infantiles de tres ruedas hasta tradicionales de dos para adultos, pasando por una bici "araña", con la rueda delantera grande y la trasera pequeña.
Es un medio de transporte muy demandado, de moda e incluso familiar también hoy día. Como la bici tandem Anteo.
"Nos hicimos con ella de casualidad, la encontramos en la casa de campo de unos amigos, en el granero. Ellos a su vez la habían comprado junto con el granero", relata Lev Zhelezniakov. "Es una especie de transporte familiar. Es muy difícil de montar, la verdad, ya que hay que aprender a sincronizar los movimientos. Aunque para una familia joven es algo ideal".
Un trineo de correos convive perfectamente en este museo con coches clásicos, las primeras motos soviéticas, máquinas de coser, motores de barco y aparatosos proyectores de cine que hace no mucho tiempo se usaban en las salas, acompañando la proyección con un ruido característico y enganchando a menudo la cinta.
En el 'rincón del estudiante' vemos, junto al uniforme, la mochila y otro material escolar, un antiguo pupitre de madera, con un hueco redondo para el tintero y otro alargado para la pluma.
En algunos colegios rurales, estos pupitres sobrevivieron hasta los años 70 del siglo pasado.
"Fue un oftalmólogo ruso del siglo XIX, el profesor de la Universidad Imperial de Moscú Fiodor Erisman, quien diseñó este pupitre", explica Lev Zhelezniakov. "Como ven, el asiento, la encimera inclinada y el apoyapiés están fijados entre sí, lo que permitía al estudiante mantener una postura correcta y una buena visión".
En el Museo de la Cultura Industrial, tienen cabida hasta envases de la época soviética.
Vemos aquí envases vacíos de leche, frascos de café que tenía un 20% de achicoria, y cajitas de cartón en las que se vendía el té de categoría extra importado de la India.
El museo muestra todo aquello que hasta ayer estaba a la venta en tiendas de alimentación o de productos industriales, se encendía y se apagaba, se llevaba encima o se regalaba.
Con estas piezas, los fundadores del museo quisieron retratar la época de la URSS a la que perteneció la infancia o la juventud de muchos de nosotros.
Por cierto que los jóvenes acuden al Museo de la Cultura Industrial igual de a menudo que la gente de una generación anterior. Unos vienen para ver cómo eran las cosas del pasado, y los otros, para recordarlas. Y todos lo disfrutan por igual.