En su momento el ya fallecido economista jefe del Fondo Monetario Internacional, Michael Mussa, dijo lo siguiente sobre las crisis en América Latina y Asia de finales de los noventa: “Existen tres tipos de crisis financiera, la crisis de liquidez, la de solvencia y la de tontería”.
La frase podría aplicarse perfectamente a la situación actual en Chipre, que se encuentra en estos momentos bajo la intensa atención de todo el continente europeo.
El pasado lunes por la mañana, la Comisión Europea aprobó la asignación de fondos para el rescate de Chipre, para evitar de esta forma el completo colapso del sistema financiero de la isla. El problema está en que sea cual sea la solución, el resultado oscilará entre malo, muy malo y catastrófico. Porque Chipre parece ser la imagen viva de todos los errores y reticencias anteriormente ocultos que se vuelven evidentes en épocas de crisis y de toda la irritación acumulada entre los países, cada uno con su propio modelo de desarrollo.
Una de las preguntas clave era si había de someter a gravamen los depósitos de hasta 100.000 euros o superiores a esta cantidad. Los europeos y los estadounidenses se pronunciaban en contra de la primera opción. En la UE y en Estados Unidos es práctica habitual asegurar este tipo de depósitos e indemnizarles a los clientes por sus ahorros incluso en caso de crisis, recurriendo para ello a los fondos públicos.
Se hace por la simple razón de que es el dinero de la clase media, base de la economía nacional. Y en cuanto a Chipre, los expertos extranjeros coincidían en que merecería la pena preservar los recursos de los chipriotas de a pie y no las cuantías de procedencia dudosa pertenecientes a los no residentes, los oligarcas rusos.
Es la clase media la que más damnificada está saliendo en los cinco últimos años. Y no parece que acierten los economistas que miran con optimismo al futuro y auguran una rápida recuperación de la crisis, indicando que este año la economía ofrece unos índices más alentadores que el año pasado.
Por otra parte, la clase media chipriota les da a los funcionarios europeos y a los expertos del FMI menos pena que la de Irlanda, Grecia o Islandia en plena crisis. Todo por culpa de un sector financiero exageradamente inflado. Porque en la isla no hay mucha actividad productiva y el sector financiero es dos o tres veces más grande que en el continente. Por lo tanto, Chipre se lo tiene merecido, por haber permitido que se creara un paraíso fiscal, en vez de desarrollar la industria y el sector de servicios. A Grecia se le culpó de la escasa eficiencia de su economía, pero no de una forma tan manifiesta.
Se debe en cierta medida a la situación de Chipre que, pese a ser parte de la eurozona, mantuvo una cierta independencia, permitiendo a los no residentes realizar operaciones bancarias que desde hace tiempo son impensables en Europa. A nadie le agradaría este tipo de comportamiento, de allí la actitud hacia los problemas de la isla. “La economía de Chipre es como un casino que ha acabado al borde de la bancarrota”, señaló el ministro de Finanzas de Francia al respecto.
Otro detalle: se tome la decisión que se tome, no existe solución que valga. Es el criterio común no sólo de los expertos chipriotas o rusos, sino también de los europeos y estadounidenses. La confianza ya está minada, se ha atentado contra los ahorros guardados en bancos y los clientes no dejarán de mantenerse alerta.
En el resto de los países del mundo a partir de estos momentos la gente estará preocupada por la seguridad de su dinero. El precedente está sentado y nadie debería sentirse a salvo. Se necesitarían años para recuperar la fe de los clientes en la banca.
Existe otro aspecto importante, el político. En los países europeos cualquier decisión económica está vinculada a los ciclos políticos, porque de lo contrario los gobernantes no volverían a ser elegidos. Chipre se enfrentó a las dificultades financieras en 2010, pero como el país estaba en época preelectoral nadie quiso adoptar medidas poco populares. Y la UE se mostró comprensiva.
Las elecciones se celebraron a finales de febrero, pero entonces empezó en Alemania el ciclo electoral, que pesa mucho en las negociaciones. Como resultado, Chipre culpa a los dirigentes alemanes de querer ganar a su costa, mientras que muchos miembros de la UE acusan a Berlín de usurpar la toma de decisiones en el marco de la Unión.
Y qué debería hacer Alemania, si de los países comunitarios ninguno mueve un dedo, para salvar el espacio económico único, ni los valores europeos ni el mercado común. Berlín, por supuesto, en este caso, al igual que con Grecia, tiene intereses propios, pero tampoco parece muy justo acusar a quien intenta salvar algo que es de todos. Es como cuando alguno de los vecinos de la comunidad, cansado de esperar soluciones, decide reparar el tramo de la carretera cercana por su cuenta. No se le ayuda, después todos pasan gustosamente por la carretera nueva, despotricando a menudo contra los benefactores.
Dadas las circunstancias, Chipre ha recibido el sobrenombre de “isla entre Alemania y Rusia”. Está nadando entre dos aguas, el gran hermano europeo y una Moscú escasa de transparencia.
Los expertos rusos se encogen de hombros, alegando que no guardarían sus ahorros en los bancos chipriotas, a pesar de intereses altos. Porque la banca de la isla desde el principio fue creada para circulación de fondos y realización de transacciones bajo la protección del derecho británico y la posterior reinversión de los capitales. Gente entendida elige otros países para hacer depósitos y el que se haya decidido por Chipre no debería haberse dejado llevar por la avaricia.
Las confusas declaraciones de los políticos rusos y la intensa atención a la situación en Chipre por parte de la élite es la muestra más contundente del interés real de nuestros compatriotas. Los estadounidenses estaban sólo siguiendo el desarrollo de los acontecimientos: un sondeo de opinión por Gullup reveló que sólo un tercio de la población estaba al tanto de lo que ocurre en Chipre. En Rusia, sin embargo, la noticia día tras día se resistía a abandonar los titulares. Sólo el fallecimiento de Boris Berezovski pudo desplazarla al segundo lugar.
La situación se está desarrollando de una manera inesperadamente veloz para un país sureño: los depósitos serán gravados, se creará un fondo, se anunciará la quiebra, los activos “malos” se separarán de los “buenos” y se liquidarán… Por muy triste que parezca, cada nueva solución, en un principio horrorosa, al día siguiente ya parecía aceptable.
La última batalla se librará por los depósitos superiores a los 100.000 euros. La Unión Europea se niega a ofrecer sus garantías para semejantes cantidades y Chipre, decepcionado por el resultado de las negociaciones con Moscú, ha dejado de ofrecer feroz resistencia a un impuesto del 20%, pasando a discutir el del 30%. Todo parece indicar que uno de los dos bancos más importantes de Chipre, después de una recapitalización, seguirá existiendo y velando por el dinero de la clase media, mientras que el segundo dejará de existir junto con los créditos imposibles de pagar. Los depósitos por grandes sumas se congelarán para un período de tiempo indefinido.
Será una historia larga y dramática, llena de injusticia y cinismo. Y no se sabe cómo afrontarán Portugal, España y Grecia el pago de su deuda. El sistema financiero de España es calificado ya como vulnerable, sobre todo en lo relativo a la confianza de los clientes. De modo que en breve podría haber tres crisis al mismo tiempo.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI