La religión cristiana ha entrado en el tercer milenio de su existencia y necesitamos a alguien que sea el representante precisamente de este milenio.
Ésa parece ser la idea más nueva de todas las expresadas actualmente con respecto a la renuncia del papa Benedicto XVI.
Podría resultar que la mejor “imagen del tercer milenio” no sea un europeo, ni siquiera un occidental: el primero de los candidatos al trono papal es el cardinal Peter Kodwo Appiah Turkson, de Ghana.
Un largo viaje desde Roma
El diario londinense The Guardian ofrece una cobertura muy detallada de la renuncia del papa, posiblemente por tener una iglesia independiente del Vaticano y gozar de una postura más imparcial. El análisis de las reacciones de lo que está ocurriendo en Roma pone de manifiesto que no importa dónde apareció una religión o donde tiene su sede, sino dónde está viviendo su auge. El 42% de los actuales 1.200 millones de católicos reside en América Latina, apunta The Guardian. El país católico más grande del mundo es Brasil y allí las imágenes del papa que deja su puesto lograron desplazar de las portadas incluso a las fotografías del carnaval. El mensaje está claro: el camino hacia el Vaticano está despejado para los cardenales latinoamericanos que harán seria competencia a los representantes del continente africano.
Los sacerdotes latinoamericanos celebran los santos oficios en un territorio, donde predomina la teología de la liberación, bastante de izquierdas. El papa Benedicto XVI, persona de postura conservadora, en una ocasión la calificó de “amenazante”.
El catolicismo latinoamericano se apoya en las capas más desfavorecidas de la población y en su espera de la justicia que a veces se plasma en los mencionados intentos de liberarse de la opresión y la miseria. No es comunismo, pero sí un fenómeno cercano a la revolución. Lo mismo ocurre en Filipinas, que parecen un trozo del continente latinoamericano arrastrado por el océano a la región asiática.
En África los católicos están dispersos, pero no por ello su número deja de ascender a los 158 millones de personas. Y además, la religión católica está viviendo en el continente su auge, sobre todo en la República Democrática del Congo, Kenia, Mozambique, Uganda y Zimbabue. El sacerdote Jacinto Pío Wacussanga, de Angola, señaló que “mientras el catolicismo se extingue en Europa, es preservado en África”.
Siempre habrá descontentos, se diga lo que se diga
La expresión de “se extingue en Europa” dio lugar a debates en Europa y demás países occidentales, porque lo que dicen los latinoamericanos y los africanos ofrece un contraste demasiado considerable con lo expresado por los europeos. Si para los primeros lo ocurrido en Vaticano no es sino una oportunidad de renovación, para los segundos es una señal de crisis y desgracia.
En primer lugar, se discute y es lógico, la necesidad de democratizar la Iglesia, de suprimir el carácter vitalicio del papado y de introducir plazos de elección de sumos pontífices, se estudia con detenimiento el texto completo de la renuncia de Benedicto XVI y se buscan sentidos ocultos. Se recuerda que la última vez que un papa se marchó de manera voluntaria fue a principios del siglo XV, para evitar el Cisma de Aviñón. Aquella sí que fue una crisis…
Los “críticos occidentales” están enumerando los escándalos que tuvieron lugar en los ocho años de papado de Benedicto XVI. El haber recordado que “Europa era cristiana” y tener que ceder más tarde ante la presión social, para que no se empañara la ilusión de Turquía de integrarse en la UE. Hubo también enfrentamientos con los musulmanes y los judíos que no derivaron, la verdad sea dicha, de las palabras del papa sino de las ganas de malinterpretarlas. Se beatificó a Pío XII, apodado por algunos el “papa hitleriano”. Benedicto XII alegó que en Italia había dado cobijo a los judíos, pero Israel no se dio por satisfecho.
Por otra parte, a pesar de los escándalos internos relacionados con la pedofilia o con intrigas internas, lo cierto es que han pasado cosas más graves durante algunos papados. Sin embargo, nunca se ha conseguido minar la situación de la Iglesia católica.
En general, da la sensación de que la división de la sociedad europea en liberales y conservadores no ha tardado en repercutir en los feligreses. Cualquier decisión del Vaticano, fuera el papa conservador o liberal, inevitablemente apartaba del seno de la Iglesia a algunos creyentes.
Juan Pablo II gozó de una situación más ventajosa y le fue mejor por fomentar el renacimiento de la religión en el este de Europa. Benedicto XVI no tuvo tanta suerte y, al no poder aguantar físicamente el cisma de la sociedad europea, ha optado por renunciar.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI