A primera vista ésta parece la típica casa residencial de dos plantas, bien escondida en uno de los callejones de Moscú.
Uno nunca pensaría que todo es falso. Ni las puertas ni las ventanas son de verdad. Los muros de ladrillo escoden una cúpula de hierro que mide nueve metros de alto y tiene seis metros de grosor.
El primer búnker que ha dejado de ser secreto de Estado
Las pruebas demostraron que el sitio más vulnerable de un búnker destinado a proteger contra explosiones nucleares es la entrada. Precisamente por esta razón el habitáculo fue proyectado de tal forma que ni una partícula radioactiva pudiera penetrar dentro. Además de la radiación, sirve de barrera para ondas de choque, destello luminoso y radiación.
A esos efectos fueron instaladas puertas especiales, cada una de las cuales pesa dos toneladas. El búnker está situado bajo la tierra a una profundidad de 65 metros, lo que equivaldría a la altura de una casa de 18 plantas.
Durante los años de la Guerra Fría la Unión Soviética se planteaba en serio la posibilidad de la Tercera Guerra Mundial y construyó a lo ancho de su territorio cerca de 1.000 bunkers atómicos. La construcción del último fue iniciada en Crimea en 1989, pero la obra fue abandonada al poco tiempo.
El llamado Búnker-42, situado en una zona céntrica de Moscú, es el único que fue desclasificado y convertido en el Museo de la Guerra Fría.
La empresa ‘Novik-Service’ lo adquirió en 2006 al Estado ruso en una subasta pública, por unos 1,96 millones de dólares, y restauró este local otrora secreto para convertirlo en un museo, cuenta Alexei Alexándrov, guía del Museo de la Guerra Fría.
La construcción del búnker empezó en 1951, todavía en vida de Jósif Stalin, y acabó después de su muerte, en 1956.
Los vecinos del barrio nunca han sospechado nada
Lo primero que deja atónitos a los visitantes del museo es lo bien camuflado que está la instalación. A nadie se le habría ocurrido que debajo de un simple edificio estuviera situado el puesto de mando de la aviación de largo alcance, con una superficie de 7.000 metros cuadrados.
“Era imposible de sospechar nada, por ejemplo, las ventanas están separadas de la cúpula por menos de un metro, una distancia suficiente para que el personal del búnker moviera o regara las flores en los alféizares, descorriera o corriera las cortinas, es decir, creara la ilusión de una casa habitada. En las ventanas se encendían las luces por las noches y se apagaban por la mañana”, sigue contando Alexéi.
Las actividades en el búnker se mantenían de forma continua, durante un turno trabajaban allí unas 600 personas: telegrafistas, telefonistas, radiotelegrafistas y criptógrafos.
Tanta gente no podía salir o entrar en el edificio simultáneamente sin levantar sospechas de los vecinos. Por lo tanto, militares uniformados entraban y salían en grupos de tres cada cierto tiempo. Los habitantes del barrio llegaron a la conclusión de que se trataba de un aseo: a los propios militares se les dio la instrucción de contestar en caso de preguntas que en el edificio estaba situada una biblioteca especializada.
A aquellas personas que no eran de la plantilla del búnker se les llevaba a su lugar de trabajo con los ojos vendados. Se accedía a la instalación a través de túneles secretos. Uno de ellos conecta las estaciones de metro Kurskaya y Tagánskaya, otro conduce a la estación Tagánskaya de la línea circular. Los túneles desembocaban en cuatro bloques en forma de cilindro, cada uno de los cuales cumplía una determinada función.
“En el cuarto bloque estaba situado el puesto de mando, en el primero, trabajaban los telefonistas, los telegrafistas, los expertos en la codificación y demás técnicos. En el segundo bloque estaba ubicado el equipo técnico para comunicación a larga distancia, y en el tercero, lo imprescindible para el autoabastecimiento del búnker”, explica el guía del museo.
La instalación estratégica contaba con generadores diesel de energía eléctrica, un potente sistema de ventilación e incuso dos pozos de agua. Las reservas de víveres alcanzaban para un mes de existencia autónoma. Todo ello lo cuentan con lujo de detalles y lo enseñan a los visitantes del museo.
Repasando la Historia…
En la sala de proyecciones se ofrece a los visitantes un documental sobre los años del enfrentamiento entre la URSS y EEUU, la carrera armamentista y la tensión internacional. Las imágenes que hicieron época se suceden en la pantalla; la explosión de la bomba nuclear en Hiroshima y Nagasaki, Winston Churchill pronunciando en Fulton su famoso discurso, el desarrollo de las tecnologías nucleares en la URSS, el polígono de pruebas en Semipalátinsk, los misiles de medio alcance…
Una de las paradas obligatorias durante la excursión es la simulación del lanzamiento de un misil con ojiva en respuesta a un hipotético ataque nuclear por parte de Estados Unidos.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI