No envidio a Putin

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El domingo pasado, el mundo vio una imagen que quedará en los anales de la política: Vladímir Putin, con lágrimas en los ojos, proclamando su victoria en las elecciones presidenciales ante sus partidarios.

El domingo pasado, el mundo vio una imagen que quedará en los anales de la política: Vladímir Putin, con lágrimas en los ojos, proclamando su victoria en las elecciones presidenciales ante sus partidarios.

Semejante emoción es comprensible: para adjudicarse el triunfo esta vez el político ruso tuvo que superar muchos más obstáculos que antes.

Los cambios en el ambiente político y social que se manifestaron mediante los grandes mitines de la oposición en Moscú en el periodo de diciembre a febrero, obligaron al actual primer ministro a desarrollar una campaña al estilo estadounidense. Visitó la mayor parte de las entidades federadas del país, realizó decenas de encuentros con diferentes grupos sociales, publicó siete artículos electorales dedicados a todos los aspectos políticos, llevó a cabo una fuerte campaña mediática y mostró su capacidad de movilizarse y de movilizar a su electorado. La dinámica del crecimiento de la valoración de Putin, que fue aumentando en el curso de los últimos dos meses un 2% a la semana, probó que sus esfuerzos rendían sus frutos. En parte, incluso las protestas le vinieron bien: algunos de los partidarios del primer ministro que, seguros de su fácil triunfo, no habrían asistido a las elecciones, vieron cierto peligro y fueron por eso a emitir sus votos. Así que Putin tuvo todas las razones para experimentar una gran emoción cuando proclamó: “¡Hemos ganado!”.

Sin embargo, este sentimiento de triunfo pasará pronto, mientras que el trabajo que asume el presidente electo requerirá de mucho tiempo y enormes esfuerzos. Rusia está afrontando un montón de problemas, uno de los cuales es de carácter conceptual: la búsqueda de un nuevo modelo distinto en vez del que se explotó con éxito en los 2000 pero que ya se ha agotado. Pero esto no es lo más difícil, ya que esta tarea depende al menos de los líderes rusos, de sus decisiones y de su voluntad. Lo peor es que Rusia y su política dependen fuertemente, por no decir fatalmente, de numerosos factores externos en los cuales Moscú no puede influir. Le queda solo reaccionar a estos factores, intentando minimizar los daños posibles.

¿Qué pasará con la Unión Europea? Las perspectivas de la economía mundial y de la coyuntura petrolera, que condiciona, como es sabido, la economía rusa, dependen del éxito o fracaso de la Europa común en su tarea de superar la crisis de la Eurozona y del modelo de integración europea en general. ¿Podrán los políticos estadounidenses resolver el problema de la deuda estatal sin precedentes y empezar la paulatina curación financiera del principal país del mundo? ¿Logrará China mantener la tasa de crecimiento de ahora, siguiendo de locomotora de la economía mundial? ¿Qué pasará en el Oriente Próximo, la región clave para todo el mercado de hidrocarburos? No existe respuesta a ninguna de estas preguntas. Las respuestas van a aparecer de improviso, reconfigurando la situación política a bote pronto.

La situación interna tampoco permite relajarse. Pese a la decisiva victoria de Putin, se notan cambios en los ánimos de la sociedad, cuya parte más activa seguirá con su dinámica. Si alguno de los factores mencionados lleva a la crisis o a la inestabilidad, aumentando el sentimiento de inseguridad, es muy posible una nueva ola de protestas (la actual, creo, ahora ha de cesar) poniendo a las autoridades frente a un dilema difícil.

En el transparente y abierto mundo de hoy cualquier turbulencia interna entra, inevitablemente, en interacción con factores externos. No hablo de algunas fuerzas inamistosas exteriores, sino del carácter del ambiente global. Cualquier signo de inestabilidad interna repercute en factores externos que, gracias a los lazos en el campo informativo y de comunicaciones, pueden reaccionar activamente, convirtiéndose en catalizadores de esta inestabilidad. Es un círculo cerrado. Las autoridades de cualquier Estado con un sistema político joven se ven obligadas a buscar maneras de mantenerse a flote. El tratar de suprimir las protestas amenaza con una nueva escalada, y por tanto con una intromisión del factor externo aún más importante. El mismo riesgo entraña la variante de pasar las protestas por alto: siendo ignoradas dentro del país, atraerán inevitablemente la atención global. Es cierto que Rusia no es lo mismo que el mundo árabe: afortunadamente, existen aquí variantes entre la capitulación y la rigurosa represión. Sin embargo, las numerosas circunstancias internas y externas siempre condicionarán la elección de la línea de comportamiento y son capaces de impedir la toma de una decisión adecuada. Y esta elección habrá que hacerla sin demora. Por eso digo que no envidio nada a Vladímir Putin: ha conseguido el trabajo más complicado del mundo.

*Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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