Rusia acaba de anunciar un nuevo contrato con Siria. Esta vez se trata del suministro de aviones de entrenamiento avanzado Yak-130.
Dada la grave situación política en torno a Damasco, este acuerdo ha provocado una reacción fuerte de Occidente y del mundo árabe. Moscú, sin embargo, parece guiarse por razones puramente comerciales. En la reciente rueda de prensa el ministro de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, contestó a la pregunta sobre la colaboración técnico-militar de manera bastante brusca: no se viola ninguna sanción, así que no hay de qué hablar.
Cualquier contrato con el régimen de Bashar Asad parece una lotería. Si cae, el contrato será rescindido y el nuevo gobierno seguramente no lo renovará. Pero si se mantiene en poder, se puede sacar provecho. Parece bastante cínico, pero en Oriente Próximo no hay lugar para idealistas: todo el mundo aquí persigue sus objetivos, que son muy diferentes de los declarados.
Los intereses de la industria de defensa representan un factor todavía no determinante, pero de gran importancia para la política exterior rusa. Los trabajadores del sector se muestran muy críticos en lo que se refiere a la política del Estado. En 2010, en el marco del reinicio de las relaciones, Rusia apoyó las sanciones contra Irán, perdiendo el contrato de suministro de sistemas de defensa antiaérea S-300.
En 2011 Moscú se abstuvo de votar sobre Libia. Después de la caída de Gadafi, perdió una serie de contratos, incluidos los del sector de cooperación técnico-militar. Si Rusia no defiende sus intereses en Siria, resultará que no tiene su propia posición, y que se determina por la coyuntura política, que depende a su vez, de los países del Occidente.
La industria de defensa da trabajo a mucha gente y es lógico que el gobierno no quiera tocarla en el curso de la campaña electoral. Además, la fama de un país que renuncia fácilmente a sus compromisos bajo la presión de circunstancias políticas es dañina para la imagen comercial, ya que la industria de defensa rusa tiene, además de clientes problemáticos, otros de muy buena reputación.
La situación de Siria está compuesta por dos aspectos, el interno y el de la región. El mecanismo de protestas es obvio. La minoría que lleva mucho tiempo controlando a la mayoría y tarde o temprano tendrá que enfrentarse a protestas surgidas desde abajo. Los disturbios de los países vecinos sirvieron de catalizador del descontento dentro de la sociedad de Siria, y el sistema de los 40 años de gobierno de los Assad no puede ser eterno.
En cuanto al aspecto regional, éste se debe al cambio general de la distribución geopolítica de fuerzas que se desarrolla con la profundización de la primavera árabe. Las monarquías sunitas de la región lideradas por Arabia Saudita ven en ella la oportunidad de tomar la revancha por los acontecimientos de la primera mitad de la década del siglo actual.
En aquel entonces la intervención militar de EEUU en Iraq y la ejecución de Saddam Hussein conllevaron la consolidación de la posición de Irán y de los chiitas. Damasco representa uno de los pilares sobre los que se apoya Teherán y quitar el poder al más cercano a los chiitas significaría un gran éxito para Riad y sus allegados.
Después de la campaña de la década pasada, las grandes potencias (EEUU, en primer lugar) se dieron cuenta de que desdeñar el Consejo de Seguridad de la ONU implica complicaciones tanto en lo que se refiere a la imagen, como en el campo político-militar. La operación de Libia fue así realizada de acuerdo con el procedimiento establecido, gracias a que Rusia y China se abstuvieron de emitir su veto. Como resultado, una acción formalmente legítima obtuvo un contenido absolutamente distinto, convirtiéndose en una operación de cambio de régimen con presunto apoyo del Consejo de Seguridad.
La campaña de Libia tiene tres rasgos distintivos muy característicos. En primer lugar, se basó en una resolución muy general que no se en parece nada a lo que suelen preparar los abogados de la ONU. Ahora está claro que la ambigüedad del documento fue intencionada para que fuera posible darle varias interpretaciones. En segundo lugar, fue impulsada por la Liga de Estados Árabes (LEA), un organismo de perfil regional. Cuando todos los vecinos de un país unanimemente reclaman tomar medidas en contra de éste, es difícil oponerse. Y aunque la campaña fue realizada bajo la batuta de la OTAN, los gastos principales corrieron a cargo de los pocos países con intereses propios en la región.
En el caso de Siria, existe la intención de actuar según el mismo esquema, sin embargo, las circunstancias son distintas. En primer lugar, un grupo de países ha dejado claro que no aceptará fórmulas ambiguas. Se trata sobre todo de Rusia, representada por Lavrov y apoyada por los otros miembros del BRIC (Brasil, Rusia, India, China). En segundo lugar, no hay unanimidad dentro de la LEA, mientras que que sí la hubo en el caso de Gadafi. Más, si se llega a la intervención militar, será realizada por los países de la región. EEUU y Europa no van a intervenir, aunque sí prestarán apoyo moral y material.
El emir de Qatar ya propuso introducir las tropas árabes en Siria. En Turquía se habla de la creación de “zonas tapón”, bajo las que se sobreentiende la intervención en el territorio vecino. El ejército turco es el segundo por su poder dentro de la OTAN y como el gobierno de Erdogan está separando a los militares del poder político, una operación importante le vendría muy bien.
Hace unos días, Serguei Lavrov describió así la posición de Rusia en relación a Siria: “Si alguien quiere, a cualquier precio, aplicar fuerza, y ya se escuchan los llamamientos a introducir en Siria unas tropas árabes, es poco probable que podamos impedirlo. Pero que lo hagan de manera independiente y bajo su responsabilidad, porque no tendrán ninguna autorización del Consejo de Seguridad de la ONU".
Es decir, Rusia no es todopoderosa y no va a defender a Siria hasta las últimas consecuencias, pero tampoco quiere ayudar a nadie a empezar la guerra. Se puede decir que esta es la línea política de Moscú respecto al Oriente Próximo. Una línea bien marcada, pero algo evasiva. Hasta las próximas zozobras en la región.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
* Fiódor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.
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