El miércoles pasado, Bruselas acogió la cumbre semestral UE-Rusia en la que reinó un ambiente inhabitual.
Las dos partes parecen participar en cierto concurso de incertidumbre e impredecibilidad. Por una parte, el jefe del Estado ruso, Dmitri Medvédev, vino a la cita como presidente saliente, mientras todo el mundo está comentando que a raíz de las recientes elecciones parlamentarias en Rusia la situación ha cambiado, acabando con la acostumbrada estabilidad política y dando inicio a cierto periodo nuevo. Por otra parte, la situación en la Unión Europea parece menos clara aún. Hace poco, el hablar del posible colapso del Euro y tanto más de la Unión Europea se percibía como alarmismo inmotivado, como una “idea alocada”, pero ahora este tema ya se encuentra en las agendas oficiales. Aún más, las pasiones en torno a la cuestión se calientan intencionadamente con tal de hacer a los líderes europeos dar pasos más decisivos y asumir plena responsabilidad por ellos.
Una semana antes de la cumbre UE-Rusia, en Bruselas se celebró la cumbre de la Unión Europea proclamada como victoria histórica. A pesar de las objeciones de Gran Bretaña, los demás participantes aprobaron las propuestas franco-alemanas sobre la institución de la unión fiscal. Las medidas para la homologación de la política económica y el endurecimiento de la disciplina presupuestaria y fiscal son imprescindibles. Pero, ¿no será tarde tomarlas?
En esencia, se trata de una especie de federalización, de limitar seriamente la soberanía a favor de instituciones internacionales. Creo que este proyecto habría tenido futuro en la segunda mitad de los 1990, en pleno auge de la integración europea que generaba ambiciones ilimitadas. Hoy el ambiente es diferente. Bajo la amenaza del colapso del proyecto, la tensión entre los Estados va creciendo, los países miembros no entienden qué es lo que pasa y para qué se toman unas u otras medidas. Las cúpulas dirigentes ya no gozan de confianza de sus respectivos pueblos.
Con todo y esto, los líderes deben tomar medidas para exigir mayor responsabilidad y profundizar la integración, superando las numerosas divergencias. Alcanzado el acuerdo, todos los países miembros tendrán que ratificar el documento. Pero los problemas serán inminentes en todas partes, y cuando sea necesario convocar un referéndum para la aprobación, la situación puede resultar irremediable. Ni siquiera los propios líderes de Estados y Gobiernos, que apoyaron el nuevo documento la semana pasada, están de veras dispuestos a cumplir estas reglas tan rigurosas. Por ejemplo, Nicolas Sarkozy dos días más tarde anunció que París no permitiría menoscabar su soberanía.
La negativa de Londres a unirse a la nueva fase de integración (la República Checa, Hungría y Suecia también están hesitando) marca el inicio del inevitable proceso de descomposición de la Unión Europea en grupos de Estados de diferentes categorías. La idea de una Europa de multivelocidades se discute desde hace mucho, pero hasta ahora fue descartada, ya que contradice a los fundamentales principios de igualdad de derechos dentro de la unión. Sin embargo, ahora irá plasmándose por sí misma.
Rusia es una contraparte importante para la UE, y ésta es el principal socio comercial para el país euroasiático. Es lógico que Rusia también se preocupe por los efectos de la crisis de la integración. Está claro que el desplome del Euro, y en el peor de los casos, de la propia Unión, provocaría la recesión en el mundo entero. Las consecuencias se dejarán sentir en todas partes, incluyendo la vitalmente importante para Rusia industria extractora.
Pero en caso de que se logre evitar la catástrofe (en lo que están interesados los mayores países miembros), la transformación de la UE puede resultar ventajosa para Rusia.
Los Estados económicamente activos de la UE, al dejar de fiarse de la comunidad en lo que respecto al fomento de los vínculos externos, intentarán por su propia cuenta establecer contactos con las grandes potencias, entre las cuales, sin duda, está Rusia.
La Unión Europea, como exponente de intereses comunes, siempre y cuando sean conciliados, no va a desaparecer. Es decir, cuando los intereses de diferentes países coincidan, éstos van a acudir a la ayuda de los institutos centralizados. Así que el consorcio gasístico ruso Gazprom, últimamente objeto de presión coordinada de países europeos so pretexto de aplicación de medidas antimonopólicas, no debe esperar cambios a mejor.
Pero en determinados ámbitos los intereses de diversos países europeos respecto a Rusia difieren, dando más espacio para maniobras. Los problemas económicos que puedan surgir en la UE a medida que se vaya agravando la crisis de integración, obligarán a algunos países, así como la comunidad en general, a mostrar mayor interés hacia los grandes mercados promisorios.
Moscú, que dispone de apreciables reservas financieras, puede resultar muy útil para Europa. Así que la exacerbación de la crisis europea, por muy extraño que parezca, puede promover al primer plano el antiguo tema de los diplomáticos rusos, el de supresión de visados. Lisa y llanamente, porque los propios europeos querrán allanar las barreras que impiden la ampliación de actuaciones económicas conjuntas. El documento sobre la supresión de visados, aprobado en la cumbre, es un paso adelante en esta dirección. Pero aun queda mucho por hacer, porque por ahora resulta que, cumplidas las condiciones estipuladas, no se tratará de la supresión de visados para los viajes de corta estancia.
Habrá que esperar una decisión política, pero ésta será condicionada por factores que no tienen nada que ver con la esencia de la cuestión.
El contexto de las relaciones entre Rusia y la Unión Europea va cambiando. Mientras antes la parte más impredecible se consideraba Rusia, ahora Moscú disputa este epíteto con Europa. La intriga se torna cada vez más curiosa.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
* Fiódor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.
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