El presidente ruso Dmitri Medvédev intervino el pasado lunes ante los oficiales de la Región del Cáucaso del Norte e hizo una declaración que no tardó en tener repercusiones.
Al referirse a la Guerra de los “cinco días” contra Georgia en 2008, el presidente ruso planteó que las acciones bélicas indicaron a determinados sectores, incluida la Alianza Atlántica, que antes de tomar la decisión sobre la ampliación hay que pensar en la estabilidad geopolítica.
Ha sido el primer reconocimiento oficial de que el conflicto con Georgia estuvo relacionado no sólo con la defensa de los ciudadanos, como afirmaron en su día las autoridades rusas, sino que también la guerra se debió a la necesidad de frenar los cambios del ambiente estratégico a lo largo de las fronteras rusas.
Es lógico que Georgia fuera la primera en reaccionar. En Tbilisi declararon en seguida que Rusia había asumido la responsabilidad por haber desatado la guerra.
Es difícil juzgar si el jefe de Estado tuvo razón al hacer una declaración de este tipo en público, pero lo cierto es que la hizo. Reconozco que las declaraciones de Medvédev acerca del conflicto de Osetia del Sur no siempre han sido acertadas.
Poco después de la guerra, dijo que Rusia tiene su “zona de intereses privilegiados” y la va a proteger a cualquier precio, por encima de todo. Aquel comentario provocó una gran tormenta, sirviendo de pretexto para acusar otra vez a Rusia de tener ambiciones expansionistas. Al presidente se lo siguen reprochando.
Él mismo, al entender lo desafortunado que resultó aquel comentario, nunca volvió a insistir en esta idea e incluso intentó corregir aquel fallo. Pero la declaración que ha hecho esta semana parece ser similar. El presidente se caracteriza por una excesiva sinceridad que raras veces es aplaudida en la política internacional.
Esta faceta también es propia del primer ministro y candidato a la presidencia de Rusia, Vladimir Putin.
Hay que reconocer que Rusia en varias ocasiones no sabe vestir de manera elegante sus formas políticas. Por ejemplo, como ya he dicho antes, para explicar el conflicto del año 2008.
Moscú se aprovechó del modelo occidental cuando las acciones bélicas se justifican con la retórica y se presentan como un ejemplo de intervención noble y desinteresada. Sin embargo, le costó mucho disimular y las verdaderas razones por las que estalló el conflicto terminaron revelándose.
En esencia, Medvédev dijo lo evidente. La verdadera causa de la guerra de los “cinco días” en el Cáucaso fue la tensión que existía desde hace varios años. A mediados del año 2000, la Administración de EEUU inició la ampliación de la OTAN hacia el espacio postsoviético: Ucrania y Georgia se consideraban como candidatos a la Alianza, aunque sin recibir un estatus formal.
Cuando Moscú advirtió que no iba a ignorar este tema, Washington y algunas capitales europeas no se lo tomaron en serio, pensando que Rusia siempre se opone a la ampliación de la Alianza pero siempre acaba cediendo y conformándose. No querían entender que para Rusia hay una diferencia considerable entre Polonia e incluso Estonia, por una parte, y Ucrania, por otra.
Como resultado, la tensión alcanzó su cota máxima y lo único que faltaba para que estallara el conflicto era un pretexto. Mijail Saakashvili (presidente de Georgia) no tardó en darlo con sus acciones para el restablecer el orden constitucional.
Ahora, analizándolo, vemos que la guerra en el Cáucaso, a pesar de su corta duración, resultó ser muy seria.
Para Rusia fue una revancha psicológica por los 20 años del retroceso geopolítico. El mundo vio que Moscú es capaz de enfrentarse duramente si alguien se pasa de la raya. Moscú consiguió lo que deseaba.
Digan lo que digan los partidarios de las nuevas teorías y los críticos de Rusia, en el siglo XXI la fuerza militar sigue siendo el principal argumento político y el factor determinante es la disponibilidad para aplicarla.
La verdad es que el Ejército ruso no mostró nada de especial en aquella guerra, pero resultó lo bastante efectivo para afianzar su estatus. Rusia no se vio aislada (aunque la ausencia de socios políticos era preocupante), y el tema de la ampliación de la OTAN hacia el Este está abandonado desde entonces. Al fin y al cabo consiguieron su objetivo.
Esta guerra marcó una etapa muy importante en la historia de Rusia. La sensación de revancha fue gratificante. El logro, sobre todo, fue importantísimo desde el punto de vista psicológico, aunque también es importante proceder a revisar las tareas y los objetivos. Se puede decir que la guerra de 2008 terminó con el restablecimiento del estatus de Moscú y mostró que con la desintegración de la URSS, Rusia no había perdido ni mucho menos el papel de gran potencia. A partir de entonces, empezó la elaboración de un enfoque nuevo, para el cual la desintegración de la antigua super potencia no servirá como punto de referencia.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.