“No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto”. (Aristóteles 384- 322 AC)
Si alguien preguntara a algún joven, en cualquier punto del planeta, para qué sirve la ONU, estoy casi segura que diría que es un organismo donde los poderosos del mundo deciden dónde y a cual país invadir o iniciarle una guerra.
Muy pocos de estas nuevas generaciones saben que este mes, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) celebra sus 66 años y que su principal propósito era ser el máximo garante de la preservación de la paz y la justicia social en el mundo.
Pero nunca lo ha logrado. Con un presupuesto anual de cinco mil 160 millones de dólares y con aportes adicionales de 193 países miembros para diferentes programas, la ONU tiene teóricamente todas las condiciones para cumplir con su agenda de paz, sin embargo la realidad es diferente.
Desde su creación se convirtió en un instrumento de la política exterior norteamericana orientada al dominio del planeta que fue restringida solamente durante la existencia de la Unión Soviética.
Fue famoso el veto de la URSS en cada intento de los Estados Unidos de convertir el mundo en su rancho privado. En los primeros diez años de la existencia de la ONU, el canciller soviético Viacheslav. Mólotov fue bautizado inclusive por los norteamericanos como “Mr. Veto”.
El siguiente ministro de relaciones exteriores de la URSS, Andrei Gromiko que estuvo en el cargo de 1957 a 1985 fue también llamado “MR. Nyet”.
Pero el problema era, como dijo el mismo Gromiko, que “yo escuché el NO occidental con mucha más frecuencia que el mío Nyet”. Fue precisamente Gromiko quien promovió la idea de “rasriadka” (distensión) con Norteamérica, de la no proliferación de las armas nucleares, acuerdos de prevención de guerra etc...etc.
Con la disolución de la URSS, Estados Unidos se convirtió en el verdadero y el único amo de las Naciones Unidas amenazando a la organización de reducir su aporte financiero en el caso de no aprobar su agenda. Si tomamos en cuenta que Norteamérica cubre el 25 por ciento del presupuesto de la ONU que crece cada año, mientras que China y Rusia aportan 1.5 por ciento cada uno, igual como el Brasil, entonces podremos imaginar el poder financiero estadounidense sobre las decisiones políticas del supuesto garante de la paz en el mundo.
La llamada “prudencia diplomática” de China y Rusia en los últimos 15 años ha sido interpretado por los EEUU como un signo de debilidad, inseguridad y de la no existencia de una bien definida agenda geoestratégica de estos países debido a su rápido ingreso en el mundo globalizado sin definir claramente su propio espacio en él y sus intereses.
Norteamérica se aprovechó de este vacío e hizo de la ONU una promotora y ejecutora de su proyecto “El Siglo del Dominio Absoluto Norteamericano” que apareció a la luz pública en 1997 bajo el nombre del Project for the New American Century (PNAC). Este dominio se expandió primeramente hacia la Unión Europea que fácilmente se convirtió en un dócil aliado con su brazo armado de la OTAN que funge ahora de las fuerzas armadas de las Naciones Unidas.
Como paso seguido empezó su era de las “guerras preventivas”, “revoluciones de colores”, “caos controlado”, “revoluciones democráticas árabes” y no se sabe que nombres más inventarán para justificar lo injustificable: las guerras.
Así ya en 1997 decidieron con la aprobación del presidente Clinton de empezar una guerra contra Irak y Afganistán. Ya en 1998 los halcones del PNAC empezaron a preparar a la población norteamericana sobre “el caos en los países africanos y árabes”, incluyendo la “rebelión” en Libia.
Para empezar las guerras del Siglo XXI elaboraban un pretexto ficticio y lo presentaban a las Naciones Unidas para que diera su aprobación para una guerra de turno. Los expertos de la ONU no investigan nada o hacen una comedia con su verificación que siempre coincide con los argumentos norteamericanos. Si alguno de los supervisores internacionales se opone a la directiva de las Naciones Unidas lo sacan del caso o lo retiran del servicio. Así “comprobaron” que Irak tenía armas de destrucción masiva, un pretexto suficiente para autorizar la guerra.
Lo mismo pasó con Afganistán, cuyos mujahidines supuestamente “participaron en la destrucción de las Torres Gemelas” y recientemente las Naciones Unidas aceptaron la versión de la OTAN, que “las bombas de los aviones de Muamar Gadafi masacraron la población civil en Bengasi”.
Un pretexto “sacado de los pelos” pero de acuerdo a lo planificado por el PNAC en los años 1990. Decía el proyecto que “la guerra no terminará en Afganistán sino se expandirá a otros países y producirá muchos cambios en el mundo árabe. Vamos a hacer la guerra con el apoyo de los miembros de la ONU o sin su aprobación. Ni siquiera estamos al comienzo del inicio”.
Por supuesto, la ONU como siempre, al ver que no existe ni el Niet ruso ni el BU chino sino su “prudente y sumisa abstención” dio su visto bueno al ataque de la OTAN contra Libia de Gadafi. Se olvidó el Secretario General de la ONU, Ban Ki–moon que había planificado entregar a Gadafi el Premio de la ONU por el “excelente récord humanitario en Libia”. Pero aquel premio fue reemplazado por las bombas autorizadas por las Naciones Unidas en base de una falsa acusación occidental.
A estas barbaridades se suman el bloqueo económico contra Cuba, la persecución y las masacres cotidianas de los palestinos por Israel, las guerras en África y todo con la venia de las Naciones Unidas.
¿Para qué sirve la ONU que ha perdido o de repente jamás ha tenido la voluntad de justicia? Entonces, si no se puede salvar es mejor abolirla.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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