El 20 aniversario de la desintegración de la URSS dio un impulso nuevo a debates públicos sobre su herencia. Ninguno de previos aniversarios provocó tanta polémica. Es un hecho preocupante, ya que refleja los ánimos públicos y sugiere que Rusia anda en una dirección errónea: cuanto más lejos del puto de partida, tanto más se manifiesta el deseo de volver.
Pero también hay que tener en cuenta que el sistema político contemporáneo es tal que la esfera pública sirve no tanto para reflejar los ánimos públicos, cuanto para manipularlos. Por eso no intentamos poner una diagnosis objetiva al ambiente que impera, sino entender las intenciones de los manipuladores.
Parece extraño observar la discusión centrada en la idea “¡Henos perdido una potencia y es una pérdida irreparable e imperdonable!”, porque para las autoridades de Rusia es destructiva y, más aún, hace dudar su legitimidad.
Es cierto que el recuerdo del colapso de la Unión Soviética es todavía muy doloso para la conciencia de los rusos, y sus consecuencias geopolíticas, como ha notado Vladimir Putin, ni siquiera han empezado a revelarse todavía. La URSS fue un fenómeno de enorme importancia para el mundo y para la historia y merece no exabruptos escenificados, típicos para la televisión rusa de hoy, sino una seria discusión sobre la esencia de aquel Estado. La compleja dialéctica de errores fatales, barbaridades inhumanas, impulso idealista y logros increíbles es absolutamente incompatible con la estilística blanquinegra de las tertulias televisivas, donde se oye sólo lo que se enfatiza con tanta intensidad que suena absurdo al final.
Se puede suponer que los promotores de esta discusión en el campo mediático ruso intentan mostrar así su disconformidad con la situación de hoy. Sin embargo, resolviendo así su problema táctico pueden verse en una vía muerta estratégica.
Los que ahora se consideran la élite rusa han alcanzado sus posiciones sólo gracias a la desaparición de la URSS. En otro caso, ninguno de los gobernadores de hoy, incluidos los más altos, se habría acercado al poder. Todo lo que observamos actualmente en Rusia es el resultado de la gobernación de los dirigentes post soviéticos ya. Pero en este caso, los lamentos intencionados sobre la desintegración de una gran potencia hacen poner en tela de juicio la idoneidad y la validez de la cúpula dirigente de hoy.
Los reiterados recuerdos sobre la época soviética tendrían sentido si alguno de los ingenieros socio-políticos rusos actuales aspirara a restablecer el previo modelo en tal o cual forma. Pero no existe una aspiración de este tipo, así como no existe camino atrás a la economía o al sistema político-social soviéticos. Algunos elementos de la experiencia del pasado sí que serían útiles hoy, como, por ejemplo, para construir un espacio cultural multinacional, pero es que precisamente estos aspectos ya no interesan a nadie.
La nostalgia perjudica incluso la política internacional. Ahora, cuando Rusia se acerca al entendimiento de los límites de sus propios intereses y las “líneas rojas” que no debe cruzar cediendo, la demagogia sobre la gran potencia puede afectar este proceso. Y no es que la Rusia de hoy no cuenta con los recursos de política exterior de la URSS, también es importante que el mundo ha cambiado radicalmente. Los procesos que se observan son totalmente impredecibles, por eso quien busque comportamiento racional debe ser precavido, reservado y prudente. Un intento de ocupar la vacante de la URSS puede llevar a una catástrofe.
Volviendo al tema de la imponencia perdida se puede cultivar el complejo de inferioridad: Rusia no es un sujeto político de valor propio, es lo que quedó de un país de verdad; y la situación de hoy no es el resultado de las acciones de sus propios dirigentes (ni se trata de reconocer que hubo entre ellas errores trágicos), sino el fruto de alguna voluntad ajena, grande y terrible. Por un lado, esta postura puede servir para calmar la conciencia y justificarse. Pero por el otro, humilla de nuevo no sólo a Rusia, sino también a su antecesor, convirtiendo a los dos de sujetos en unos objetos de la acción. Es difícil imaginarse que EEUU pueda achacar sus fallos, incluso los más evidentes, a alguna influencia desde fuera: los reconoce y se muestra dispuesto y capaz de corregirlos.
La época post soviética terminó. El recurso (tecnológico, político, ideológico) que quedaba del país antiguo, está a punto de agotarse. Ya no tiene ningún sentido hacer referencias a él, hay que mirar para adelante para intentar adivinar cómo será el vago futuro con tal de construir correctamente el nuevo fundamento. Pero los espectáculos que se nos ofrecen no sólo impiden centrarse en las tareas reales, sino también destruyen la motivación para construir o crear algo.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.