A principios del año 1990, en la ciudad de Osh, ubicada en el sur de la República Soviética de Kirguizistán, cerca de la frontera con Uzbekistán, estallaron violentos disturbios. Según diferentes fuentes, en los desórdenes murieron al menos unas 10 mil personas.
Los enfrentamientos étnicos entre uzbecos y kirguíses no fueron la primera manifestación de conflictos interétnicos en la antigua URSS. El conflicto entre Armenia y Azerbaiyán ya había mostrado lo vulnerable que era, en la práctica, la amistad entre los pueblos, uno de los principios fundamentales de la sociedad soviética y su ideología oficial. Pero el grado del odio y de violencia que se vio entonces en el Valle de Fergana reveló lo enorme que era el potencial explosivo acumulado en el estado soviético al que quedaba sólo un año y medio de existencia.
20 años más tarde, a principios del verano del 2010, Osh de nuevo se convirtió en epicentro de violencia por motivos nacionales en Kirguizistán ya en calidad de estado independiente. A diferencia del 1990, cuando las autoridades soviéticas lograron bloquear los disturbios bastante rápido, esta vez Bishkek, que acababa de experimentar una nueva revolución, se quedó a solas con problemas muy graves acumulados en el curso de varios decenios.
Al visitar la zona de choques me convencí de que en los 20 años sin la URSS la sociedad se olvidó de todo lo que la había fastidiado en el Imperio desaparecido y se llenó de la nostalgia por el “Siglo de Oro” perdido...
Mi interlocutora, Svetlana, nació en la ciudad de Osh en la década de los años 1960 en una familia rusohablante y quedó en su tierra natal después de la desintegración de la URSS a pesar de que la mayor parte de su familia, así como de la población rusohablante, se fue. Algunos a Rusia, otros a países más lejanos. En Kirguizistán quedaron sólo los uzbecos porque no tienen adónde ir.
Svetlana me cuenta, no sin cierto resentimiento, como a mediados de los 1990, cuando pasaron unos años después de que Kirguizistán hubiera proclamado su independencia y ya no dependía de Moscú en la práctica, la sociedad llegó a ser dividida en kirguises y los demás: rusos, armenios, uzbecos, judíos y otros rusohablantes que se consideran allí gente de segunda clase.
Svetlana ya está acostumbrada a esta posición menoscabada, aunque le duele. Cuenta que Osh fue el centro industrial importante del Valle de Fergana, allí se producía el algodón, bombas, seda para fabricar paracaídas. Pero ahora, cuenta la mujer cuenta que Osh es la ciudad de los miserables.
Las fronteras, o la cortina de fuego
Osh, la ciudad y provincia más grande del sur de Kirguizistán situada en el Valle de Fergana, con la población de 500 mil habitantes, se llama a menudo “la capital del sur” de la república. A 200 km se encuentra la localidad de Jalal Abad. Otra provincia kirguís del valle es la de Batken. A unas decenas de km de Osh, también se halla Andiyán ya perteneciente a Uzbekistán. Además de esta, en el Valle de Fergana se encuentran otras dos provincias uzbecas: la de Namangan y la de Fergana.
En este valle también se encuentra la localidad tayika de Sogdi (ex Leninabad), cuyo centro de Jodzhent hasta este año tuvo el mayor monumento a Lenin de Asia Central. A propósito, precisamente el desmantelamiento del monumento al líder bolchevique hace 20 años en la capital tayika de Dushanbé marcó el inicio de colisión entre la oposición tayika anticomunista y el entonces poder soviético que desembocó en una violenta guerra civil. En Osh un monumento semejante sigue en la plaza central, donde no cesan las pasiones y manifestaciones: en otoño Kirguizistán convocará elecciones para la elección de su cuarto presidente.
En los tiempos soviéticos cualquier viajero en bicicleta podía recorrer fácilmente todas estas ciudades del Valle de Fergana en una semana. Ahora, realizar un viaje así sería una locura. Y cualquier habitante de Kirguizistán, Uzbekistán y Tayikistán diría incluso que es algo imposible.
Las fronteras administrativas delimitadas por los bolcheviques en los años 20 del siglo pasado antes fueron una cosa formal y no presentaban ningún obstáculo para los que intentaban cruzarlas.
Hoy sin embargo, para entrar en Uzbekistán, Kirguizistán o Tayikistán hay que realizar un montón de trámites relacionados con la aduana, control fronterizo y visados. La entrada en Uzbekistán se hizo difícil desde los primeros años postsoviéticos. Tashkent temía que penetraran terroristas del vecino Tayikistán e incluso sembró con minas ciertas zonas a lo largo de la frontera.
Asimismo, aparecieron campos minados en las fronteras entre Kirguizistán y Tayikistán, a consecuencia de los cuales, todavía mueren personas y ganado.
Pero aun más personas mueren a causa de las balas de los guardafronteras en la frontera de Uzbekistán con Kirguizistán. Sólo en junio de este año, según informó la radio uzbeka Svoboda, en el Valle de Fergana murieron 13 personas. Según el vicegobernador de la región, Sr. Tursúnov, los culpables de la tragedia son las propias víctimas que obligan a los agentes aplicar medidas extremas, al violar disposiciones del gobierno uzbeko que desde 2002 obliga el pago en la aduana el 70% del costo de las mercancías importadas destinadas para la venta.
En el lado kirguís también disparan sin miramientos, aunque no tan frecuentemente. El último caso ocurrió en marzo, cuando un ciudadano de Uzbekistán no obedeció al orden de detener su coche.
A raíz de los acontecimientos del junio del año pasado en el sur de Kirguizistán, en el curso de los cuales perecieron unas 400 personas, el control fronterizo entre Uzbekistán y Kirguizistán se hizo más riguroso aún. Sin embargo, no es imposible superarlo. Todo depende del dinero. La corrupción rampante impera a ambos lados de la frontera. Pero si tu documentación está en el orden y no presentas ningún pretexto para que no te dejen cruzar la frontera, pueden sospechar que eres un espía: de Turquía, de Rusia, EEUU, Kirguizistán o de Uzbekistán.
El autoaislamiento de la comunidad uzbeca
Lo que ocurre en las oficinas de Osh, incluso en las de las organizaciones internacionales, parece un absurdo. Los empleadores, por miedo de que sean acusados de tener simpatía por los uzbecos, no contratan a los ciudadanos de Uzbekistán locales, aunque sean buenos profesionales y dominen lenguas extranjeras.
Un politólogo kirguís, que se dedica a observar la dinámica social en el sur de Kirguizistán, me comentó con pena los problemas de los uzbecos que viven aquí desde hace tiempo. Según él, superadas y olvidadas las tradiciones de la época soviética, la comunidad uzbeca planifica la vida de sus hijos según el siguiente modelo: primero, la escuela de Osh, luego, en el mejor de los casos, la Universidad de Osh que tradicionalmente se considera una de las mejores en el valle, o el colegio médico o pedagógico en el vecino Andizhan.
Pero luego, a principios del siglo nuevo, cuando en el Uzbekistán independiente adoptaron el alfabeto latino para la enseñanza, este modelo se hizo imposible para los uzbekos kirguises (en Kirguizistán persiste el alfabeto cirílico). Al mismo tiempo, en Kirguizistán fue introducido el servicio militar alternativo, y las familias uzbecas empezaron a pagar por librar a sus hijos de la mili. Esta tendencia entrañó graves peligros para la comunidad uzbeca: disminuyó el número de sus representantes en los órganos del orden social de Osh y Jalal Abad, porque se admiten a éstas sólo los que hayan hecho el servicio militar. No es de extrañar que durante los acontecimientos de Osh del año pasado, la policía formada por los kirguises étnicos sólo, apenas defendiera a los residentes uzbecos.
Así, poco a poco, la comunidad uzbeca perdió el estímulo para la planificación: los adultos ni se esforzaban por dar buena enseñanza a sus hijos, sólo contribuían cada vez más a que la sociedad uzbeca se aislara, evitando participación alguna en la vida de la sociedad kirguís.
De ahí que cuando el alcalde de Osh, Melís Mirzakmatov, que se considera el principal portador de la idea del nacionalismo kirguís en el sur, declaró que los uzbecos locales no podían aspirar a la autonomía y al estatus oficial para el idioma uzbeco hasta que empezaran a participar en la vida político-social y aprendieran el kirguís, expresó la opinión de la mayoría aplastante.
La cuestión de la lengua se hizo un serio pretexto para el crecimiento del nacionalismo kirguís y contribuyó a la mayor escisión entre las dos comunidades. En Bishkek lo entienden muy bien. “Hay que reconocer, aunque no nos guste, que el ruso es el factor de unión, - declaró hace poco la ex vice primer ministra de Kirguizistán, Sra. Boldzhurova. – Ante todo, esto se refiere a Osh, donde incluso en grupos kirguises o uzbecos tenemos que crear clases conjuntas con la formación en el ruso”.
La población “de primera clase” de Osh intenta arrinconar a los uzbecos para que dejen sus ilusiones y esperanzas para siempre.
Temen no sólo el predominio demográfico de los uzbecos, se preocupan, además, por las perspectivas de la aparición de un terreno islámico, según la idea que existió en los últimos años de crear un jalifato de Asia Central, agrupando Fergana, Andizhan, Namangan y Osh.
Un vecino de Osh que pasa regularmente por la carretera hasta Jalal Abad el trozo de 200 km, nos contó que se encuentran a lo largo de su camino 41 surtidores de gasolina, 14 mezquitas, y 12 escuelas (cerca de la carretera). Pero mientras que la mayor parte de las mezquitas fue construida en los últimos años, sólo una de las escuelas es de nueva construcción. Parece curioso.
En lo que a la situación económica se refiere, la comunidad uzbeca en la parte kirguís del Valle de Fergana prevalecía tradicionalmente. Los uzbecos se ocuparon de agricultura y controlaron el comercio. Se debía, en cierto grado, a que las autoridades en Moscú intentaban retener las aspiraciones de los funcionarios kirguises de cambiar la situación a su favor. Como se sabe, las autoridades soviéticas no admitían ningunas manifestaciones de nacionalismo en las repúblicas.
Pero después de la obtención de soberanía, la situación cambió drásticamente. En el sur de Kirguizistán las autoridades locales tuvieron que enfrentarse a los problemas que no habían existido en la época soviética por ausencia de las fronteras dentro del estado.
Me refiero a los enclaves uzbecos y tayikos en el sur de la república cuyos vecinos, aprovechándose de que los kirguises estaban abandonando las tierras adyacentes a los enclaves, iban acaparándolas para sembrar y establecer de esta manera unas fronteras nuevas. Los kirguises sureños, descontentos, exigen del poder central en Bishkek que arregle con Tashkent y Dushanbé las cuestiones de las fronteras, pero éstos no se apresuran a reaccionar, tratando de ganar el tiempo.
El Tashkent oficial evita mostrar en el público su actitud hacia la posición de los compatriotas en el sur de Kirguizistán. Por una parte, el que las autoridades de Uzbekistán hubieran renunciado a una acción de fuerza para apoyar a los uzbecos étnicos acogiendo un determinado número de sus refugiados para un plazo limitado, elevó el prestigio de Tashkent en la comunidad internacional.
Por otro lado, en el propio Uzbekistán la población se indignó por la ayuda tan escasa a sus hermanos. Según las encuestas de los uzbecos refugiados, realizadas entonces, sus expectativas acerca de la intervención y apoyo por parte de Tashkent eran grandes. Pero muy pronto estas expectativas cedieron lugar a la desesperación. Sus huellas persisten todavía.
“¿Nos adherirán a Rusia?”
El junio de 2010 cambió la vida del sur kirguís. Muchos de los uzbecos étnicos, sobre todo los hombres, temiendo la persecución, se fueron a Rusia y Kazajstán: a trabajar o a salvarse. Los que lograron obtener el pasaporte ruso, vuelven a sus tierras mucho más protegidos y tranquilos.
Resulta que con el pasaporte ruso hay posibilidad de irse a Uzbekistán, a la tierra de los hermanos y de la lengua natal. Los uzbecos étnicos con el pasaporte kirguís no tienen ningún chance para ello. Los más felices son los que tengan tres pasaportes, un kirguís, un ruso y un uzbeko, lo que les da casi la misma libertad de trasladarse por el Valle de Fergana, que en los tiempos soviéticos.
El chófer que me ayudó durante mis viajes por el sur kirguís, un hombre uzbeco, me preguntó: “¿Cree que nos adherirán a Rusia?” “¿A quiénes? ¿A los uzbecos kirguises?” “No, es que tengo amigos kirguises. Buscamos trabajo, estamos en apuros todos. Es una ilusión para todos nosotros…”
Mi respuesta no lo pudo tranquilizar…
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI