El 8 de abril marca un aniversario específico. En 1986, en el curso del viaje de Mijaíl Gorbachov a la Ciudad Togliatti (URSS), el entonces líder soviético empleó por primera vez el enigmático término “perestroika” refiriéndose al cambio del rumbo político de la URSS.
Esta palabra cambió el mundo.
En seguida después de aquel discurso de Gorbachov cayó toda una avalancha de neologismos que designó las reformas planeadas: uskoréniye (aceleración), democratización, intensificación, glásnost (que comprendía apertura y transparencia informativa), reequipamiento técnico...
Hoy estos términos parecen ingenuos y miserables. Ahora, 25 años más tarde, ya sabemos muy bien que es imposible convertir el agua en el vino y a siervos en hombres libres por fuerza de una sólo palabra.
La palabra que debía marcar el inicio de una vida mejor, en la práctica, abrió el período de una trágica cadena de acontecimientos. Tan sólo dos semanas después del discurso de Togliatti aconteció el accidente nuclear de Chernóbil.
Luego en el Mar Negro se hundió el buque Almirante Najímov al chocar contra un carguero, ocasionado la muerte de 423 personas.
Luego, en junio, tuvo lugar la catástrofe del ferrocarril Transiberiano, cuando a causa de una explosión e incendio subsiguiente perecieron centenares de pasajeros de dos trenes. Estallaron los conflictos de Alto Karabaj, en Azerbaiyán y del Valle de Ferganá.
La secuencia de las tragedias fue seguida por el terremoto en Armenia, cuando pereció la mitad de la población de la ciudad de Spitak. En fin, para colmo, el joven piloto alemán Mathias Rust mostró al mundo la ineficacia de la Defensa antiaérea soviético al aterrizar en su avioneta junto a la Plaza Roja, cerca del Kremlin.
Parecía que todo se convertía en cenizas. Las esperanzas y los destinos de los ciudadanos se iban abajo junto con el país que estaba a punto de desintegrarse. Con el inicio de la Perestroika, el estado quedó privado de su eje viejo que mantenía unidas las repúblicas soviéticas, pero de las promesas y palabras no apareció ninguna base nueva que lo sustituyera.
¿Fue hecho así adrede, con la intención de erradicar el socialismo, o por casualidad y por falta de perspicacia? Por ahora no existe una respuesta exacta a esta pregunta. Las encuestas, realizadas a raíz del reciente aniversario de Gorbachov, muestran que el número de los que creen en lo primero y en lo segundo es más o menos igual.
En mi opinión, las ideas de Gorbachov no pueden calificarse como maléficas ni pensadas detalladamente. Al contrario. Recordemos el mismo abril de 1986, cuando el dirigente soviético declaró en Togliatti que la fábrica de automóviles de la región del Volga tenía que llegar a ser líder en la industria automotriz mundial, sin darse cuenta de que el atraso tecnológico y científico-industrial de la URSS era de un par de decenios, comparado con las potencias industriales desarrolladas. ¿Cómo se lo imaginaba?
La formación y experiencia no bastaron para realizar la Perestroika. Gorbachov vacilaba en la búsqueda de una fórmula adecuada: entre Lenin y Marx a los eurocomunistas y socialistas, de la Nueva Política Económica (NEP) a la Primavera de Praga de 1968.
El entonces Secretario de Estado de EEUU, James Baker, quien había desempeñado el cargo del secretario de Tesoro, contó cómo durante las negociaciones sobre el desarme el líder soviético tardó unas horas en hacerle preguntas de carácter general sobre las leyes del mercado libre. Esta curiosidad es una cualidad comprensible, al igual que el idealismo y el entusiasmo romántico, para un hombre común pero no para un dirigente político.
La campaña antialcohólica, la promesa de dar a cada familia su propia vivienda para el año 2000, el auge científico-técnico entre los jóvenes, la rehabilitación de Bujarin acusado de conspirar contra Stalin, los ideólogos de Perestroika entre el público en los conciertos de bandas de hard rock... Todo para crear una apariencia de trabajo activo, pero sin poner esfuerzos verdaderamente necesarios. (A propósito, la situación en Rusia de hoy se asemeja mucho a la descrita: la reducción del número de husos horarios, el cambio de la denominación de milicia por la de Policía, el presidente en compañía de músicos de bandas rock...)
Pero hay que reconocer que Gorbachov se acercó al pueblo como ninguno de los demás líderes y dirigentes rusos porque coincidió con cada ciudadano en la sensación de que había que cambiarlo todo. ¿Por qué esta idea implacable se le ocurrió al miembro del Politburó que habría podido gozar de vida confortable sin tener jamás problema alguno? Según una versión, cuando Gorbachov, siendo secretario responsable de Agricultura en el Comité Central, fue enviado a Canadá para asimilar las prácticas locales de agricultura, el miembro más joven del Politburó, todavía capaz de comparar y sorprenderse, quedó pasmado al ver cómo se vivía en un país capitalista.
Fue muy diferente de lo que se decía al pueblo soviético. Entonces nació su idea de reformas radicales.
Pero para ver que nos encontrábamos en una vía muerta no era necesario ir al extranjero. Por ejemplo yo, un joven reportero, lo vi muy claro en 1978, cuando Leonid Brézhnev, el entonces Secretario General del Partido Comunista de la URSS, vino a la ciudad de Chitá (Siberia Oriental).
Fue una situación anecdótica: el dirigente, al bajar del tren y al ver a la muchedumbre organizada para acogerle con gran pompa, se dirigió a otro lado. Pero aquellos echaron a correr tras él, y al fin, jadeantes, le cortaron el paso para realizar la acogida preparada. Era evidente que no se podía seguir así.
Aquella sensación de encontrarse en un callejón sin salida fue un raro ejemplo de la unanimidad entre los dirigentes y la población. Por eso la nueva palabra, Perestroika, no pasó desapercibida. Al contrario, tuvo mucha resonancia. Su aparición llevó a cambios tan profundos que incluso lo bueno que había, las conquistas, ideas razonables, valores morales y tradiciones culturales del enorme país, todo quedó socavado.
Los conceptos tan dignos como democracia, transparencia y libertad obtuvieron en Rusia un sentido obsceno. El mapamundi político global cambió para siempre. Así resultó la fuerza explosiva de la nueva palabra prometedora.
Hoy, mirando atrás, es fácil acusar a Gorbachov de política poco perspicaz. De que no fue constante eligiendo sus lemas. Y de que buscaba la salida guiándose por ideas del socialismo. Y de que malgastó el capital inapreciable, el entusiasmo internacional y apoyo de millones de conciudadanos. Serán reproches justos. Pero al mismo tiempo, al recordar la primavera del 1986 y los primeros años de la Perestroika, surge el deseo de volver e intentarlo otra vez.
Por muy extraño que parezca, entonces, cuando el estado estaba desintegrándose y no había en qué apoyarse, quedaba la esperanza e incluso la seguridad de que lograríamos superarlo, corregir los errores y vivir bien en el país reformado. Hoy daría mucho por tener esta seguridad.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
