Hasta el presente año en el África árabe había cuatro líderes políticos de sorprendente longevidad.
Me refiero al presidente de Túnez, Zin Ben Ali, al mandatario de Egipto, Hosni Mubarak, al líder de la Libia, Muammar Gaddafi, y del presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika.
Los dos primeros fueron derrocados de una forma tan estrepitosa que nadie esperó. Ahora todo parece indicar que el destino le depara a Muamar al-Gadafi, veterano de la autocracia en el mundo árabe, y líder de la Revolución de Libia, otra metamorfosis, por ahora incierta. En septiembre cumplirá (o, podría cumplir) 42 años de su experimento sin precedentes sobre Libia.
Su retirada sólo es cuestión de tiempo y sangre
Ya hay indicios de que Gadafi está quedando sólo, en estos días, tuvo lugar una sesión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU, solicitada, dicho sea de paso por el representante libio ante la Organización, Ibrahim Dabbashi, quien optó por retirar su apoyo a Gaddafi, y lo mismo hicieron los Embajadores de Libia en la India y en Bangladesh.
Y con toda seguridad no serán los únicos. Ya dimitió el ministro de Justicia, la prensa informa que pilotos de la fuerza aérea libia se negaron a bombardear el “foco de la rebelión”, la ciudad de Bengasi y dos de ellos junto con los aviones escaparon a Malta, porque no pudieron disparar contra los manifestantes. Un grupo de oficiales del Ejército nacional anunció su apoyo a la rebelión…
Es el desarrollo clásico de acontecimientos de este tipo, el régimen comienza a perder sus elementos integrantes y a los antiguos partidarios se transforman en oposición. Por lo tanto, la retirada del líder supremo es tan sólo cuestión de tiempo, y desafortunadamente, también de la cantidad de sangre derramada.
Se suele decir que Gadafi es como Mubarak y que nunca se rendirá: o se le mata o comenzará a matar. Eso mismo Por otra parte, se solía decir lo mismo sobre Saddam Hussein, cuyo régimen cayó pasadas dos semanas desde el inicio de la invasión estadounidense. Y lo mismo se decía sobre Mubarak.
Ironías del destino: el líder libio Muamar Gadafi también había empezado en su momento la rebelión en la ciudad de Bengasi, es que en Libia todas las rebeliones nacen allí, en la principal ciudad de los alborotadores y los insumisos, la cuna de la oposición al régimen y la segunda ciudad más grande del país. Por lo tanto, “el mal egipcio” la afectó en primer lugar y sólo luego se contagió a Trípoli.
Lo peor de todo es que la situación en el Oriente árabe es tan impredecible que se puede esperar cualquier cosa. Está llegando una época peligrosa: después de la retirada de los mencionados políticos esta condición inestable no hará más que aumentar, porque no se sabe quién llegará a sustituirles. Y para una región que es en estos momentos para el mundo entero lo que eran los Balcanes en vísperas de la Primera Guerra Mundial es muy peligroso.
Es cierto que en algún momento Gaddafi no era así
Gadafi irrumpió en la historia universal en septiembre de 1969, al tener lugar en Libia un golpe de Estado y ser derrocado el rey Idris. Era la época de Richard Nixon, Leonid Brezhnev y del presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser. Era la época del enfrentamiento de las superpotencias en el Oriente Medio. El presidente Nasser era ejemplo e ídolo para el capitán Gadafi de 27 años.
Gadafi aportó a Libia aquello que nadie se había aventurado a aportar: el fresco viento de la liberación del colonialismo, de la justicia social, de la erradicación de la corrupción y de la burocracia, de la libertad para el pueblo. A ello había que añadir los valores morales y éticos propios del Islam y un toque de la sharía. Es decir, “el poder del pueblo” a la musulmana.
Los “pesos grandes” de la geopolítica, en concreto, Washington, Moscú, El Cairo, Londres, París y Roma contemplaron con perplejidad los cambios operados por el joven y guapo capitán Gadafi, quien no tardó en desmantelar todas las bases militares extranjeras y nacionalizar el sector de la extracción de petróleo, así como las empresas extranjeras y los bancos, confiscando al mismo tiempo sus propiedades.
La URSS habría aplaudido estos avances, si Gadafi no se hubiera dedicado de paso a liberar el “escenario político nacional” de los comunistas, las fuerzas de izquierda y de extrema derecha, de los ateos y los fundamentalistas musulmanes.
La armonía libia versión Muamar Gadafi era a la vez antiimperialista y antisoviética, lo que, por otra parte, no impedía que Moscú y Trípoli mantuvieran buenas relaciones para hacer rabiar a Egipto que durante el gobierno de Anuar Sadat ya se inclinaba hacia Estados Unidos.
Gadafi buscaba amistad y alianzas con los vecinos árabes, pero de una manera muy suya: en cualquier situación pretendió asumir el papel del líder panárabe y esta tendencia se reforzó con el paso de los años. No logró unir Libia con Egipto, ni con Túnez ni con Argelia. La unión con Marruecos tampoco aguantó mucho. La Unión de Libia e Irán corrió la misma suerte.
Poco a poco, en Libia se suprimió el cargo de presidente y del primer ministro, el Gobierno y el Parlamento junto con las autoridades locales, siendo todo eso sustituido por Jamahiriya, Estado de las Masas gobernado por comités populares de diferentes niveles.
En su momento, la verdad sea dicha, Gadafi pasó de la nacionalización a la privatización y volvió a abrir las puertas del país a las empresas extranjeras. Tras ser considerado un paria, tras una serie de atentados terroristas en Alemania y la explosión en 1988 sobre la ciudad escocesa de Lockerbie del Boeing-747 de las líneas aéreas Pan Am que se llevó la vida de 270 personas, Gadafi consiguió convertirse en un político aceptado en Europa.
Por otra parte, es difícil hacer caso omiso al líder del país que ocupa el quinto lugar en reservas de petróleo en África. Italia, por ejemplo, le profesó a Gadafi su más sincero amor, por proceder el 60% de las importaciones de petróleo y gas del país precisamente de Libia. Se hizo de la vista gorda de que Gadafi financió a los terroristas del Ejército Republicano Irlandés y a los separatistas de ETA. A Rusia parece habérsele olvidado que el líder libio apoyó a los golpistas en 1991.
Del héroe al malo de la película
Es sorprendente lo mucho que puede cambiar un líder cuando ostenta el poder absoluto: entre el capitán Gadafi, líder de la Revolución de 1969 y el Gadafi líder del Estado libio en febrero de 2011 hay un abismo tan grande que cuesta creer que se trate de la misma persona.
El Gadafi de hoy es el típico malo de la película, un dictador con uniformes de colores estrafalarios bordados en oro, parece un protagonista del mundo del espectáculo, seguramente un aspecto igual tendría Michel Jackson si llegara a los 69 años. Y es a él a quien en su momento se le llegó a llamar “hermano líder”, liberador de Libia y se le consideraba un posible mesías para el mundo árabe.
Y los síntomas de decadencia se ven en todas partes, Shakespeare fue proclamado emigrante árabe y Libia, patria de la Coca-Cola, el Consejo de Seguridad de la ONU, patrocinador del terrorismo. En cierta ocasión Gadafi estuvo a punto de declarar el “yihad” (guerra santa) contra Suiza por haber prohibido la construcción de minaretes en las mezquitas. Todas esas cosas son hasta cómicas, pero actualmente infunden temor.
En la actualidad, el régimen de Gadafi es un monstruo acorralado por el miedo y la desesperación, armados hasta los dientes para defenderse de su propio pueblo y dispuesto a todo para conservar su trono.
Ha habido numerosos ejemplos de cómo los héroes del pueblo, los “robin hoods” y libertadores caen en la degeneración al no saber detenerse a tiempo. Desgraciadamente, Gaddafi no es el único ni el último en la lista. Pasó por todas las etapas de la evolución clásica: liberador, héroe, dictador moderado, vanidoso exagerado, el soberano desconfiado, el verdugo paranoico, el déspota astuto y payaso universal. En estos momentos, Gadafi se prepara para asumir el papel de verdugo nacional.
Y todo lo bueno que pudo hacer Gadafi (que lo hizo) hace mucho quedó desapercibido tras todo lo malo que realizó.
Todo parece indicar que este fenómeno increíble, este fenómeno político, nacional, árabe y también, psíquico y médico de Gadafi se consumió a si mismo. Y no vale tomar en serio sus insinuaciones de que su lugar podría ser ocupado por uno de sus hijos, Sayf al-Islam partidario de las reformas y de la modernización. O su otro hijo, Mutasim, su consejero en temas de seguridad nacional y el principal candidato al “trono”. O su hijo Khamis, que según se afirma luchan por todos los medios para aplastar la rebelión contra el régimen de su padre.
Cosas imposible que ocurran en el siglo XXI.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI