El reinicio de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos recibió recientemente una dosis de esteroides con la ratificación del Tratado START.
Es interesante observar si este reinicio seguirá en su estado latente o aumentará su “masa muscular”, cosa que, por otra parte, no depende de la ratificación del tratado nuclear.
El pasado 22 de diciembre, el Senado norteamericano ratificó el nuevo Tratado en la esfera del control nuclear, firmado por los presidentes de Estados Unidos, Barack Obama, y Rusia, Dmitri Medvédev, en abril de 2010, en Praga.
Los republicanos hicieron tanto ruido en torno a este Tratado y se empeñaron tanto en obstaculizar su ratificación, que en vísperas de Navidad se plantaron desafiantes, y poco faltó para que los debates pasaran a la agenda del legislatitivo en 2011.
Si la ratificación hubiera quedado a consideración de la nueva legislatura que empezó sus actividades a partir del pasado 3 de enero, los debates sobre el START hubieran quedado aplazados por un tiempo indefinido.
Porque en el “nuevo” Senado los demócratas no disponen de los escaños para ratificar los tratados que requieran los dos tercios de los votos.
Pero tanto se habló y se escribió sobre la ratificación del tratado ruso-estadounidense, que ya no merece la pena continuar.
Lo que sí es interesante es saber con qué frecuencia y en qué aspectos se seguirá obstaculizando el desarrollo de las relaciones bilaterales con Rusia en EEUU.
¿Se puede contar con Barack Obama?
Tanto a Rusia como a Europa quieren comprender cómo coexistirán el presidente Obama y el nuevo Congreso dominado por los republicanos.
Todas las capitales del Viejo Continente en las que predomina el sentido común estaban a favor de la ratificación del START porque tenían claro que el paso siguiente sería el inicio de las negociaciones para la reducción de las armas tácticas del arsenal nuclear tanto ruso como estadounidense.
Para Europa, un asunto clave, porque las armas nucleares de “formato pequeño” son más peligrosas que las grandes, por ser mayor la tentación de su empleo.
En términos generales, a los países europeos, densamente poblados, les da igual que exploten 3 o 100 kilotones.
Desde siempre ha sido más fácil la aprobación de los acuerdos bilaterales ruso-estadounidenses durante la estancia en el poder de los republicanos que durante los periodos de gobierno demócratas.
Generalmente, los demócratas son acusados de ser demasiado liberales, en el lenguaje político norteamericano casi un insulto, y de traicionar constantemente los intereses de EEUU y su seguridad nacional.
Cosa que no es verdad, pero no por ello se les deja de reprochar.
Los primeros avances en el marco de los acuerdos SALT y el Tratado sobre la Defensa Antibalística (firmado por Richard Nixon), el Tratado INF sobre Misiles de Alcance Medio (firmado por Ronald Reagan), el primer tratado START (firmado por George Bush padre), el Tratado de Moscú SORT de reducción de armas ofensivas estratégicas (firmado por George Bush hijo), todos estos documentos fueron firmados durante los gobiernos republicanos.
En la cuenta de lo demócratas también se produjeron ciertos avances, pero fueron mucho menos numerosos e importantes.
Antes de ser presentadas en el Congreso, todas las iniciativas de los demócratas se solían pulir hasta la perfección, porque los republicanos se esmeraban para evitar que sus rivales políticos obtuvieran victorias importantes en política exterior.
Esta tendencia no es de ayer, cuenta con una larga historia y la reciente ratificación del START es un ejemplo de ese egoísmo político.
Si sólo se tratara de Estados Unidos, no habría ningún problema. Sin embargo, la tradición política estadounidense, igual que su realidad parlamentaria, por lo menos en lo que a los republicanos se refiere, no coincide con la dinámica política a nivel mundial ni con sus vectores de desarrollo fundamentales.
Las circunstancias pueden ser muy distintas a uno y otro lado de los muros del Senado, esto es, en todos los demás territorios políticos –tanto en EE.UU., incluida la Casa Blanca, como en Europa.
Incluso dichas circunstancias no deben coincidir, porque cuando las dos ramas del poder político marchan al unísono, tarde o temprano empieza a erosionarse el mecanismo de contrapesos del sistema político y el gobierno tiende a subestimar su propia importancia.
Pero una cosa es esto y otra torpedear un acuerdo internacional con la simple excusa de que se debe controlar la acciones del gobierno. Tal actitud no es sólo anacrónica, sino que se puede considerar como irresponsabilidad parlamentaria.
Desde el pasado mes de mayo hasta hace poco, los republicanos pusieron a prueba todas las costuras del Tratado sin que pudieran encontrar algún defecto al contenido y el objeto del mismo.
No obstante, en numerosas ocasiones intentaron introducir enmiendas en un texto elaborado y preciso y siempre en relación a temas que no tenían vículos directos con el objetivo del Tratado.
Por lo que toca a la reducción de los arsenales tácticos de Estados Unidos y Rusia en Europa, merece la pena señalar que el START es considerado como un paso hacia la consecución de un acuerdo sobre este tema.
Lo más sorprendente de toda esta situación es que el nuevo START fue apoyado por todos los dirigentes militares de Estados Unidos, empezando por el Secretario de Defensa de EEUU, Robert Gates, heredado por el presidente Obama de su antecesor George Bush Jr., y hasta el Jefe del Estado Mayor, Michel Mullen, y los antiguos secretarios de Estado del Partido Republicano, Condoleezza Rice y Henry Kissinger, por no mencionar a los secretarios de Estado por el Partido Demócrata.
Incluso el ex presidente de EEUU, George Bush Jr. figura entre los partidarios del Tratado y, por propia iniciativa, hizo un llamamiento a los republicanos a ratificar el documento. Es muy posible que, si no lo hubiera hecho, la ratificación hubiera llevado menos tiempo: ya que Bush es demasiado impopular entre los miembros de su partido.
La “cuestión rusa” en el Congreso
Lo más preocupante de todas estas escaramuzas de la política norteamericana, es que el enfrentamiento en el Congreso parece haberse enquistado, de tal modo, que en el nuevo curso político la situación sólo va a empeorar.
Y si el START fue algo parecido a un primer paso hacia la normalización de las relaciones entre nuestros países (en realidad, más que el primer paso, se puede decir que era el único paso previsto), no se acaba de ver con claridad el futuro de esas relaciones.
Porque lo que nos espera es todavía más difícil que el START: como el equilibrio de los intereses de EE.UU. y Rusia en todo el mundo, los problemas regionales en la periferia rusa, la OMC, la colaboración en la esfera de la energía nuclear, Afganistán, Irán, Corea del Norte, la OTAN, el emplazamiento de misiles de defensa antimisiles en Europa, etc.
Los debates para la ratificación del Tratado demostraron tal polarización entorno a la “cuestión rusa” en el Congreso de EE.UU., que al anunciado reinicio de las relaciones bilaterales le espera un frío otoño, más que la esperada primavera; y este periodo durará todo lo que queda de la presidencia de Barack Obama.
Independentemente de la ratificación misma del START: porque, a fin de cuentas, el START tiene un componente fundamentalmente simbólico, como punto de partida hacia un desarme nuclear más efectivo.
Y es que estamos en presencia de unos acuerdos relativamente modestos desde cualquier punto de vista.
El reinicio debería llevar aparejado avances más decididos; y sin embargo… Cuando Bush y Putin firmaron en 2002 el Tratado de Moscú, el Senado americano dio su visto bueno con una mayoría aplastante.
John Bolton, antiguo Embajador de EE.UU. ante la ONU y uno de los ideólogos del conservadurismo americano, explicó de un modo muy sencillo por qué en 2002 fue posible firmar un acuerdo para una reducción importante de las cabezas nucleares y por qué esto no es posible en 2010.
“La diferencia entre este tratado y el Tratado de Moscú corresponde a contextos políticos diferentes: Rusia es ahora mucho más firme y enérgica que en 2002”.
¿ Un segundo avenimiento del Premio Nobel?
Queda en el aire una pregunta más general que la referente al reinicio de las relaciones entre Rusia y EE.UU.
Es si cabe esperar un “segundo advenimiento del Premio Nobel”; esto es, si Obama será elegido para un segundo mandato o más bien es más sensato prepararse de que esto no ocurrirá.
Porque nada –absolutamente nada- de lo que prometió Obama se consigió (más que todo, Obama recibió el Premio Nobel por las promesas que formuló).
Y ahora, en muchas capitales reflexionan si merece la pena seguir tomando como referencia a un presidente cuya política exterior puede ser paralizada por el Congreso.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIANENTE CON LA RIA NOVOSTI