El 9 de agosto se cumplen diez años desde que Vladímir Putin asumió la jefatura del Gobierno de Rusia. Nadie se imaginaba en 1999 que el nuevo primer ministro, convertido al poco tiempo en presidente, adquiriese dentro y fuera de Rusia una popularidad con la que no puede siquiera la crisis económica, escribe hoy Nezavisimaya Gazeta.
El ‘fenómeno Putin' es atribuible a la combinación de una coyuntura favorable para Rusia con la singular intuición personal que permite al actual primer ministro sintonizar perfectamente con los ánimos del electorado. La imagen que Putin proyecta le ayuda a camuflar las debilidades del sistema formado a lo largo del último decenio.
Putin posee un talento incuestionable para parecer natural en cualquier situación, gastar bromas improvisadas que rozan la línea entre lo chistoso y lo permisible, y protagonizar escenas conmovedoras, que ningún histrión podría hacer, a la hora de comunicarse con el pueblo llano. ¡Lo que vale, por ejemplo, el reciente episodio del niño pastor a quien Putin regaló su reloj de pulsera!
Putin nos recuerda constantemente que sigue a caballo, en sentido recto y figurado. No se cansa de exhibir su excelente forma física y su deseo de acercarse a la gente. Cuando habla con los jóvenes, lo hace en directo, no a través de internet; si sale a pescar, repite el truco exitoso del año pasado, o sea, vuelve a mostrar el torso desnudo.
La cúpula del poder en Rusia se renovó al 25% en los dos primeros años del gobierno de Putin, constata la socióloga Olga Krishtanovskaya, directora del Centro para el estudio de las élites. Los ex oficiales de cuerpos de seguridad que se promovieron con él hacia la primera fila de ejecutivos tuvieron que aguantar el estrés y aprender sobre la marcha muchas cosas, igual que el propio Putin.
"Como resultado, se sintieron una especie de mesías, salvadores y genuinos patriotas en los que el país endosa una responsabilidad especial", dijo la experta quien define a Putin como "primer neoconservador".
La nueva élite de Putin, según Krishtanovskaya, radica en las corporaciones públicas. "Son más que funcionarios. Esta base de apoyo no se limita a la burocracia ni a los cuerpos de seguridad. Incluye también a una parte de la gran burguesía surgida gracias al esfuerzo que Putin hizo para potenciar el sector público en la economía".
Nikolai Petrov, del Centro Carnegie de Moscú, piensa que Putin fue ayudado por la favorable coyuntura interior y externa de finales de los 90, período en que Rusia se vio beneficiada por la drástica subida de los precios de metales e hidrocarburos, principales renglones de su exportación. Se sumó a ello el efecto positivo que surtió en la economía doméstica la devaluación del rublo, a raíz del colapso financiero de 1998.
Al mismo tiempo, el experto denunció la ausencia de "instituciones capaces de limitar o canalizar hacia alguna parte la fuerza y la energía de Putin". "Su evolución, de jefe de departamento a presidente, fue demasiado rápida lo que dio origen a una especie de mal de presión", agregó.
La crisis económica impidió a Putin transformarse en "un primer ministro decorativo" que se limita a "repartir el dinero en un período de colosal prosperidad financiera" y le obligó a desempeñar "una función sumamente seria e importante que le agobia y para la cual no se había preparado", dijo.
Otro colaborador del Centro Carnegie de Moscú, Alexei Malashenko, opina que Putin tuvo mucha suerte. "Primero, porque le tocó un país después de la crisis (de 1998); y, segundo, porque el separatismo ya estaba agonizando". "Su contribución personal fueron la drástica centralización del poder y una marcada tendencia al unitarismo... Poco a poco, Rusia se ha transformado otra vez en un Estado mítico. En particular, se crearon el mito de la potencia energética, al que tuvimos que renunciar más tarde, y el mito de la democracia soberana, que derivó en un régimen centralizado con instituciones políticas y partidos funcionando como algo auxiliar", declaró.