El 2007 realmente puede considerarse un año de Vladimir Putin porque el líder ruso, más que ningún otro político conocido, ha sido capaz de mistificar, desorientar, pillar por sorpresa y perturbar tanto a sus conciudadanos como al mundo exterior, opina Lilia Shevtsova, colaboradora del Centro Carnegie de Moscú. Putin ha recreado a Rusia como problema y como desafío. Sus victorias, en realidad, dejarán a Rusia con un sistema disfuncional y en un entorno hostil, piensa ella.
Putin ha preservado el poder de su equipo y se ha convertido él mismo en el eje del sistema y en el garante del desarrollo estable. Pero al hacerse insustituible, ha creado las bases de futura inestabilidad.
Ha recolocado a Rusia en el escenario internacional en calidad de "spoiler", o sea, fuerza capaz de desbaratar los planes de otros. Es el primer dirigente ruso, después de Stalin, que se permite mirar de manera condescendiente a líderes occidentales y burlarse abiertamente de reporteros occidentales, no obstante lo cual le tratan con reverencia y temen provocar su irritación.
La ironía es que, a la larga, los éxitos putinianos pueden causar una disfunción del sistema y generarle amenazas externas que no podrá repeler. Un poder personificado no admite fisión. La creación del tándem Medvédev-Putin mina la vertical que el actual mandatario ruso ha estado construyendo a lo largo de ocho años. Esta dupla, con un sesgo a favor del primer ministro, irá erosionando el poder y contribuirá a la aparición de dos centros de atracción. El desenlace suele ser dramático, según demuestra el asalto a la sede del Parlamento ruso en 1993 y la destrucción del equipo de Primakov y Luzhkov en 1999.
La consolidación del protagonismo de Rusia a escala global también podría surtir el efecto contrario porque empuja a Occidente - en grado mayor que Irán y la amenaza islámica - a cerrar las filas frente a Rusia. Adeptos rusos y occidentales de la Realpolitik exhortan a no pelear con Vladímir Putin pero estos llamamientos podrían ser una cortina de humo, detrás de la cual empieza a fraguarse la nueva línea occidental con respecto a Rusia: una estrategia de disuasión.
La élite rusa procura sobrevivir fingiendo el antagonismo con Occidente pero en ningún caso quiere un enfriamiento real, puesto que ello afectaría a sus intereses económicos personales. Pero Occidente podría pasar por altos estos matices y confundir la imitación de un comportamiento agresivo con la agresividad auténtica. Rusia, entretanto, no está preparada en absoluto para la confrontación con Occidente.
En resumidas cuentas, las victorias exteriores e internas de Putin podrían traducirse para Rusia en un sistema disfuncional y condenado a existir en un entorno hostil. Y el precio que todos tendremos que pagar por el año de Putin irá creciendo en proporción directa al tiempo que nos dejemos engañar por la actual "estabilidad" y "consolidación de posiciones".