La Habana, PL, para RIA Novosti. Por Rafael de la Morena*.- Los maoríes, que viven hace mil 300 años en la Nueva Zelanda, por las excelentes cualidades como navegantes, el carácter de temibles guerreros y el celo con que defendieron su libertad, fueron llamados los vikingos del sur.
Poseían un nivel de desarrollo superior al de otros pueblos de la región; practicaron la agricultura, eran cazadores y sobre todo hábiles pescadores. Los productos de las dos grandes islas bastaban para sustentarlos y el excedente lo utilizaban en el comercio de trueque con los archipiélagos vecinos.
El principal medio de transporte eran las gigantescas piraguas, muchas con el modelo de catamarán, algunas de las cuales alcanzaban los 40 metros de longitud y llevaban decenas de personas y pesadas cargas.
Con estas embarcaciones, ricamente adornadas de bellos calados, recorrían el Océano Pacífico, y asombraban a los pueblos de la Polinesia por sus largas expediciones marítimas.
Entre las manifestaciones culturales podemos destacar los ritos de bienvenida a los forasteros y amigos, el tallado de madera, la poesía, la música, los bailes, la oratoria, los tatuajes y trabajos con huesos, plumas, pieles y rocas.
Los edificios comunales estaban, y aún están, ricamente decorados con relieves y esculturas de madera. Los adornos personales maoríes, muy estimados en las islas del Pacífico, son un ejemplo de una compleja producción artística.
El idioma maorí pertenece al subgrupo polinesio de las lenguas austronésicas y se habla en Nueva Zelanda y en las islas Cook. Los maoríes suelen saludarse con un abrazo o con el tradicional hongi , que consiste en juntar las narices con los ojos cerrados y emitir un sonido suave. El saludo maorí Kia ora es un deseo de buena salud.
Sobresalen los maoríes en los rasgos de su carácter e idiosincrasia, en su elevado concepto de la libertad, el respeto a lo sagrado, conceptos como mana, es decir, el prestigio de un grupo social o un individuo, y la mauri, fuerza vital de las personas.
Cualidad indiscutible de los maoríes es el mana, el cual actúa para el bien; el hombre que lo domina posee mayor honor y tiene que mantener la condición de persona noble y decidida en cualquier circunstancia.
Estos valores los convertían en formidables guerreros, en el campo de batalla imponían la estupenda complexión física; son altos, bien proporcionados, fuertes, macizos, muy robustos y saludables, de ánimo vivo, activos en la acción e implacables con sus enemigos. Las hachas, mazas y lanzas eran letales en los ataques y cuando aprendieron a usar los cuchillos, sables, ballestas, hondas y mosquetes de los blancos, se convirtieron en contrincantes casi invencibles.
Por eso, cuando se produjo el primer contacto maorí con los europeos, a la llegada de Abel Janszoon Tasman en 1642, el célebre navegante holandés pudo apreciar los avances de aquellos indígenas desconocidos, que daban señales de poseer una inteligencia clara, capaz de rivalizar con los "civilizados" habitantes del Viejo Mundo.
Los maoríes no se dejaron engañar por los marinos en los intercambios, pero supieron apreciar los objetos de Occidente al comprender la importancia del hierro, de los animales domésticos de Europa que llevó el capitán Cook, las nuevas hortalizas y viandas que plantó el famoso viajero, y respetaron, sin sentir temor, las armas de fuego. Jamás se aficionaron a ingerir bebidas alcohólicas.
En 1769, al arribar por vez primera Jacobo Cook a las remotas islas, la población maorí alcanzaba los 120 mil miembros. A pesar de ser un pueblo orgulloso y reticente a contactos con extranjeros, asimilaron las relaciones con Gran Bretaña y adoptaron técnicas occidentales.
El Tratado de Waitangi, firmado en 1840, prometía la protección de la Corona a los maoríes contra las demás potencias y les otorgaba plenos derechos como súbditos británicos. El 6 de febrero, los primeros 46 jefes firmaron el documento y en pocos meses la cifra de comprometidos ascendió a 500.
Pero miles de colonos se abalanzaron sobre las tierras maoríes y estos, ofendidos, respondieron con la guerra. La lucha se prolongó durante casi 40 años. Los maoríes emplearon de bases los I-Pah, aldeas fortificadas de difícil acceso, con plataformas de lanzamiento de lanzas y piedras, fosos, parapetos y triple empalizada, ubicadas en elevaciones volcánicas y agrestes islotes.
Utilizaron tácticas guerrilleras. Combatían incluso en el crudo invierno bajo las nevadas, atacaron desde las montañas las formaciones de las tropas inglesas y así lograron victorias en Kororareka, Wairau y Puketakauere; los principales jefes fueron Hone Heke, Wiremu Kingi, Te Rauparaha y Te Rangihaeata, verdaderos caudillos que al frente de sus guerreros causaron terribles bajas a las fuerzas reales.
Inglaterra se vio obligada a traer grandes contingentes de soldados veteranos con el armamento más sofisticado de la época; los aborígenes mantuvieron la desigual contienda, pero abrumados por el poder del imperio británico, fueron cediendo terreno.
Los decenios de conflicto y las enfermedades traídas por los anglosajones diezmaron a los maoríes. La resistencia final la dirigió el rey Te Kooti, que no llegó a ser derrotado pero fue obligado a retirarse a King Country y la guerra fue desintegrándose en feroces pero aisladas acciones guerrilleras, hasta llegar a un estancamiento y el alto al fuego en marzo de 1873.
Sin embargo, nunca los líderes maoríes dejaron de reclamar los derechos de su nación; gracias a la lucha pacífica, en 1876 les dieron cuatro escaños en el Parlamento neozelandés, en los años 40 lograron el voto parcial y en 1955 ganaron el derecho al voto universal. En la II Guerra Mundial, soldados maoríes habían peleado contra el fascismo dentro de la alianza contra el Eje, dando lustre a su fama de valientes.
Con estos avales hoy la resistencia continúa; los indígenas, que ya son más de 300 mil, claman justicia por sus propiedades ancestrales y más del 70 por ciento de las tierras del país se encuentran en litigio, clara muestra del espíritu de soberanía e identidad de un pueblo y una cultura que trascienden en el tiempo.
*Especialista del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), en su Delegación de La Habana. Colaborador de Prensa Latina.